Capítulo XLV
"Luna Negra"
Narra Mitsuki (niña)
Corto las luces, como lo tenía planeada y salgo a las afueras. Casi caigo al mar por la fuerte brisa, pero Lawrence me sujeta y hacemos silencio cuando uno de los guardias pasa por detrás de la pared. He dejado el portaaviones a oscuras por cinco minutos.
Mi compañero de huida ya tiene la moto junto a nos. Se sube a ella, le doy la mochila y estoy por poner un pie en sus manos y bajar, pero la voz de Keng me detiene. Miro a lo lejos, tienen linternas en las manos. Mamá lo abraza mientras él observa estupefacto el fuego enfrente de ellos y varios marines se encargan de apagarlo. Un avión se ha estrellado.
Mamá protege a Keng y le pregunta sobre algo. Si no fallo, sobre mí. Mi hermano señala a la habitación y mamá asiente, viendo como Kamba y el resto acude a la situación con linternas en sus cabezas. Cascos, mejor dicho.
Espero verlos pronto...
Les dedico una última mirada y recuerdo que el tiempo corre. Subo a la moto y me cubro con la capucha, enfocando mi vista solo en el mar y en invisibilizarnos.
— Vamos.
Le digo en señal de que comience y no han pasado menos de dos minutos para escuchar balas a nuestro alrededor. Los radares.
Con una tapa de metal redonda, me paro y cubro nuestras cabezas y cuerpos desde un solo ángulo. Los helicópteros también nos alumbran desde lo alto. Le digo que conduzca, que maniobre como sabe las olas alborotadas por los misiles y yo me ocupo de no hacernos ver.
Mantengo la calma, el control de mi pulso y el brillo de mis cabellos. Veo a la perfección la nave a oscuras y la luna enfrente nuestro. Hasta que uno de esos artefactos explosivos nos lleva en una gran oleada y casi caemos al mar, pero él con sus habilidades nos mantiene a flote y terminamos en las aguas más calmadas.
Suspiro pesado y bajo la tapa de hierro, la verdad, cuando venía por los pasillos fue lo único que se me ocurrió como escudo. El helicóptero se marcha hacia el portaaviones a lo lejos, ya en luces de nuevo. Parece una ciudad desde cierto punto de vista. Creo que piensan que nos evaporaron. Mejor. Podemos seguir tranquilos.
— ¿Sabes si tu amigo dejó el bote inflable?
— Lancha neumática —me rectifica y le asiento en silencio.
Estoy muy ocupada cronometrando todo que ya el habla no se coordina con las palabras correctas.
— Luego de salir de los radares y campo de los marines —me dice por encima del hombro, yo me agarro de sus brazos—. ¡La tomaremos y seguiremos por mar abierto!
***
Una vez lejos y ya en la lancha, nos movemos con plenitud por el mar. Es hermoso. Oscuro y solitario, pero los sonidos obstruidos en las olas, el frío del agua y varios pececillos que he visto, son hermosos. Deslizo la punta de mis dedos sobre el agua por minutos, sin aburrirme. Apreciar estas bellezas, el cielo estrellado y una luna llena que nos acompaña creo que se ha convertido en la mejor parte de la huida.
— No estoy muy seguro de esto, princesa Mitsuki.
Me dice, el motor de la lancha sigue en marcha. Esto, prácticamente, para él es una traición a mi madre y mi padre, pero es por un bien mayor. Así que lo haremos.
— Yo sí, Lorewnce —vuelvo mi mirada al océano y el azulado que renace en él—. Con eso basta, ¿no crees?
— Lo que usted ordene, princesa Mitsuki.
Se coloca unos guantes negros, de algodón y de sus labios sale humo caliente. Sus mejillas están rojas, peladas. Su piel es muy blanca y se quema con facilidad. Creo que es buen momento para dar calor con mi pelo. Que, es lo que hago.
Recuerdo cuando me explico a qué hora sería mejor huir y por dónde, aparte de que ahora le noto midiendo las estrellas, como si se guiara por ellas. Su padre era pescador, no es de mucha información, pero de ahí es dónde vienen todos sus conocimientos.
— ¿Cómo se conocieron tú y mi padre?
Veo mi reflejo en el agua, parezco una linda antorcha.
— Cuando papá murió, yo tenía dieciséis años. Mi madre decidió quedarse a vivir en Hōkō y sobrevivimos unos meses con la sobremesa que nos dejó mi padre —contesta de golpe, con una liviana y emotiva voz ronca. Da un suspiro—. O lo que ganaba ella de trabajadora de limpieza en las empresas de Chikarah.
— ¿Y mi padre te ayudó contratándote como su mayordomo? —determino y él sonríe.
— Cuando vió que yo nunca aceptaría su dinero, no le quedó de otra más que contratarme por tal de no verme barrer en las calles —esboza una sonrisa y me contagia con su oxigenada risa desde su garganta—. Es un hombre sin igual.
— Sí....
Uno mis manos encima de mis muslos, papá en verdad es admirable. No diré que logro entender su decisión de no volver ni mandar una carta estos últimos siete años, pero puedo adivinar que se fue, en un primer lugar, a causa de una amenaza de Kong.
Llego hasta el hilo de que Kong nos quiere para él y solo él, y como mi madre es su obsesión, desea que nosotros fuéramos sus hijos. Lástima que ni la sangre le favorece. Mi hermano y yo somos la mera copia de mi padre y mi madre. Keng, aunque quiera matar a Rogers, es igualito a papá. Igual de egocéntrico y coqueto.
— Princesa Mitsuki....
Le miro.
— Debería comer algo. Llevamos tres horas en el mar y la he vigilado —aguza la vista en mí sonrisa de gatita convencedora—, también sé de sus trucos para hipnotizar con esos hermosos ojos a las personas y le advierto que, no funcionarán conmigo...
— Jamás lo hipnotizaría a usted, no ha hecho nada para merecerlo.
— Ande, coma —me da la mochila que traje—. Keng no me perdonará si llego con usted y sus tripas rugiendo como leones.
— Vale, pero primero dígame dónde está mi padre —deslizo el carrito del zíper hasta llegar al final y sacar una bolsa de papitas y otra de nueces, comida chatarra y ligera.
— En Nápoli, pero no sé localización en específico. Solo este…. —muestra, desde su bolsillo, un papel arrugado y lo piensa, observándolo sin tener idea de qué decir. Se rinde exhalando y me lo entrega— este código o eso creo que es…. Me lo dio meses después de haber nacido el príncipe. Por si pasaba algo; pero yo nunca lo supe entender, así que lo guardé por si ocurría algo, entregárselo a la reina, su madre.
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Editado: 01.06.2025