Capítulo XLVI
"Game-Over"
Narra Mitsuki (niña)
— Jugaremos ahora —le corto con seriedad en mi mirar rojo—. ¿Por qué tú decoración es tan...? —froto mis dedos de una sola mano, pensando en la palabra más indicada— ¿apagada?
Inicio por lo ligero, sin perderme las tres paredes grisáceas y las mariposas negras de la pared tapizada a sus espaldas.
Él separa los codos de su tren superior para sonreírse a sí mismo— Soy un hombre con nictofilia.
Hasta dónde puede llegar a ser tan cínico...
A su idea, papá está muerto, lo leí en su diario esta tarde. Ese hecho aumenta su ego, cree que tiene la guerra ya ganada. Y sí, no es muy inteligente después de todo; escribe frases con sus "logros".
Mis ojos rojos se clavan como puñales en sus iris negros y olfateo ese repugnante olor a crema cosmética; de seguro besó a la secretaria al entrar o es que es muy delicado con su piel.
— ¿Por qué mataste a mí padre?
— ¿Qué...? —tuerce sus cejas en el centro de su pálida y sudorosa frente. Entorna los ojos— ¿Qué dices?
— Sigue las leyes del juego, querido tío.
Me asqueo a mí misma con llamarle "tío".
— ¡Yo no maté a tu padre! —camina hacia mí, sin mirarme a los ojos, sin importarle que yo pueda ver lo que él dejó de ocultar con su cuerpo. Solo pule con su pulgar la cruz de su rosario colgando de su abrigo— ¿Has perdido tus ingeniosas neuronas, sobrina? Era mi hermano, ¡su perdida aún me duele!
Está exaltado, pálido y sus pupilas muy disminuidas. Mantengo mi pose firme e inmune a sus palabras, con mis labios sellados y mi mirada fría sobre él; su falta de aire aumenta con cada milisegundo que transcurre.
Está quieto, pero muy cerca de mí, demasiado como para asfixiarte con ese aroma de crema de pantano.
— ¿Será que también te duele no poder haber tomado su dinero en el momento que murió? —abro mis ojos como si estuviera flipando, sentándome correctamente en el sofá. Es muy cómodo, la verdad— Ooh, ¿es por eso que culpaste a Teodoro Sumih de tus crímenes cuando dedujiste que mamá no se rendiría hasta encontrar el culpable?
— Mitsuki, esto ya está fuera de juego, con la muerte de Keng no, ¿me oíste? No se juega —me señala como si fuera una bebé a la que le dicen "caquita" a lo mal hecho.
Peina sus cabellos tiesos por el gel y los productos de grasa que lo hacen aún más brilloso. Se da la vuelta y acomoda con brusquedad el dinero de vuelta en la maleta. Guarda los sobres en el cajón de la estantería y me mira por unos segundos, hasta volver a su trabajo y sentarse en su silla giratoria, a la cual le saqué dos tornillos de resistencia y un muelle de amortiguación. En algún momento, caerá.
— ¿Cómo llegaste aquí?
Creo que me toca a mí responder, tengo palabra de reglas.
— ¡Yo solita! —me enorgullezco, saltando en mi lugar.
— Mitsi —suspira, frotando su cien—, ¿por qué me haces estás preguntas tan incoherentes?
— Porque sé toda la verdad —me corro hasta el espaldar, soy princesa, debe tratarme como una y priorizar mi comodidad—. Tú mataste a mí padre, te encargaste de endeudarlo junto a tu abogado. Eres tan mediocre que dejaste que se echara la culpa de todo y fuera condenado a muerte en tú lugar.
Se queda estático, sin articular ni un pestañeo. Su pecho solo se eleva con lentitud porque sus pulmones lo exigen.
— Fuiste el Orquestante del golpe de estado y del secuestro de mi hermano. Disimulaste que no querías seguir buscándolo y te fuiste —dibujo con mi índice un círculo de muerte sobre el cuero negro del sofá, cada vez falta menos— Sé que algo tuviste que ver con esos hombres lobos y que de seguro tu tráfico de armas —le señalo con el dedo, mirándolo directo a su inquietante iris— está asociado con ese tal Wesk. Hablemos con la verdad, Kong Wei.
Se apoya en el pasamanos de su silla, acomodándose, sin mucho éxito. Su tragar es tan grueso que incluso sus ojos recién aguados encuentran la ayuda en sus parpados para desviar la vista de mí
— ¿Cómo sabes tú todo eso? —con su pulgar tráquea uno a uno sus dedos contra la palma de su mano derecha.
— Tío —le sonrío de manera sádica—. Solo me bastó ver fotos y el horrible tatuaje de tu muñeca para saber que eras tú. He descubierto la clave de tu caja fuerte, no tienes porqué esconderla más.
— No sabes de lo que hablas…. —tambalea su lengua al hablar, girando en su silla hacia la ventana a cinco metros de la mesa.
— ¿Qué ganaste con la muerte de mi padre? —neutralizo, caminando a su ubicación. Su silencio me está desquiciando a tal punto de no controlar mi fuerza y dar una palmada en su escritorio, haciendo rebotar varios lapiceros— ¡Contesta!
— Quitarlo de mi camino —suelta cambiando rotundamente su expresión facial por una asesina, rencorosa, inmune a los sentimientos—. Tu padre era un estorbo para mí. Siempre lo fue. Desde que llegó a este mundo hizo que todos lo quisieran más que a nada. Mis papás se centraron en él y solo él, se olvidaron de mí como un cero a la izquierda.
Así que es eso. Le creí ser más maduro.
— Era tu hermano….
Perdóname padre por hablar así de ti, todavía no es el momento de confesarle la verdad.
— Medios hermanos —inclina su cabeza, corriéndose con su silla hasta el borde de su buró.
— ¿Y eso qué?
Encoge su cuello al oír mi trepidante pregunta.
— ¡Qué yo debería haber sido el rey! ¡Yo llegué primero que Keng! —golpea su pecho con sus propios puños, llorando— Cuando ese bebé del cual todo aludían sus ojos azules llegó, mi vida cambió a mal. La atención de mi madre era todo el tiempo hacia ese bastardo. Mi padre dejó de jugar conmigo, de contarme cuentos cada noche antes de dormir.... —corta su discurso por un hipido que le consume la voz— Siempre él... él y él.... y yo nada.
Esto es irracional.
— Un bebé necesita mucha atención, necesita ayuda todo el tiempo —le explico moviendo mis manos. Intento ponerme en sus zapatos, pero me es imposible—. Tus padres nunca te dejaron de querer.
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Editado: 01.06.2025