Capítulo XIV
"El tiempo"
Narra Liè
Al quebrar el alba, decido levantarme. He dormido, mínimo, dos horas. No logré conciliar el sueño en toda la noche. No después de lo ocurrido.
Y como resaca de adolescente, los recuerdos duelen en mi mente.
— Oh.... Buenos días —me dice Molly, apartando los rizos gordos de su cara. Toda lagañosa y de labios resecos, me sonríe.
— Buenos días, Molly.
Figuro en mi rostro una sonrisa vivaz y, extendiendo mis brazos hacia ella. Es más rápida y activa, en menos de un segundo, me salta encima y enrolla sus largas piernas en mi cintura. Doy un paso hacia delante, asegurando el peso de ambas con mis dedos apoyadas a todo en la pared.
— Me alegra que estés de vuelta.
Susurra en el hueco de mi cuello. Mantengo el silencio en mis labios deshidratados, por suerte no ha notado que me he pasado la noche llorando. Descalzas, caminamos juntas hasta las escaleras. Ella baja en pequeños trotes, sacándome ventaja y perdiéndose a la derecha. Lo único que pude ver suyo fueron sus cabellos rebotando en el aire.
— ¡Eres una mujer adulta ya! ¡Deberías usar más ropa!
Los regaños italianos de Marcio hacia Molly, quien solo llevaba un short a media nalga y un top que marcaba sus pezones, son mi bienvenida al nuevo día.
— Hola —saludo, con timidez en mi voz— ¿Trabajando desde temprano?
Señalo a las laptops en los muslos de ambos. Nila, sentada en el gran sofá blanco, al lado de mi hermano, me saluda con una bonita sonrisa; terminando de teclear algo en el dispositivo electrónico.
No se me dificulta tanto, como mis hijos, hablar italiano con japonés mezclado, estoy adaptada. Además, si bien recuerdo fui yo quien les enseñó a todos.
— Buenos días.
— Buenos días, mi hermosa hermana —Marcio me lanza un beso, en un tono de voz totalmente distinto al de hace tres segundos—. Hay que mantener el negocio familiar, ¿no crees?
El negocio familiar, la empresa de siglas "OG" entrelazadas. Más conocida en el mundo por sus diseños de vestuarios para cada estación del año, la compra y venta más recurrida por todo el continente asiático y europeo, y sus perfumes. Suaves y dulces fragancias que acompañan a cada prenda como un accesorio, incapaz de vivir uno sin el otro.
— Me parece bien. ¿Pero no deberían estar celebrando el cumpleaños de la niña? ¿Saliendo a pasear o algo?
Sugiero y bajo el último escalón, apoyada en el barandal de mármol. A mi derecha, la luz del día ilumina el suelo y el sol entra por la puerta con vista al jardín. Me muevo a la izquierda, el suelo en esa zona arde por los rayos ultravioletas.
— Mi princesita quiere pasar el día con sus primos —me explica el CEO— y más tarde, a eso de las tres o cuatro, celebrarlo en la piscina. Cuando todos sus amiguitos lleguen. Ya tengo todo arreglado y a los empleados encargados de los preparativos y adornos. Y..... —presiona una tecla, sonriendo victorioso. Me dirige una mirada vivaz— La tarta de fresa encargada.
— Creo que exageras un poco, ella solo quiere bailar y nadar.
Argumenta Nila, descruza sus piernas y voltea el ordenador de él al alcance de mi vista. Me deja ver muchos ponis, ositos cariñosos, princesas de Disney, unas monstruitas con tacones exagerados y arcoíris de brillantinas. Supuestamente el ambiente y decoración que le darán a la terraza de abajo. Demasiado brillo a mi parecer. Demasiadas princesas. ¿Y de dónde han salido esas de piel verde, morada, amarilla...? peores que arcoíris.
Debo ayudar a mi sobrina.
— Está bien.... —murmullo, viéndolo a él muy orgulloso de su trabajo—. Sin embargo, tengo por entendido que a la niña no le gustan las princesas de Disney. ¿No?
— Tienes razón.
Me afirma Nila y Marcio arquea la ceja, cavilando.
— ¿Cómo es posible que haya pasado por alto ese detalle?
Creo que borra algo por la tecla "Delete", con mucha presión y toques torpes, y se dedica a reorganizar todo, moviendo el dedo en el táctil. A lo que Nila ríe divertida.
— ¿Qué tal si...? —me encamino a la ventana y veo el lugar— pones globos de diferentes colores por el borde de la piscina —detalle que, en su decoración, eran obsoletos—. Las cortinas de brillantinas mezcladas con la cascada de la piscina y, enfrente de ellas, la mesa con las decoraciones rosadas y blancas para las fotos y la tarta. Además de la mesa de comida que me mostraste ahí, claro —me alzo de hombros— Y.... —algo le falta, algo de ella— …uno o dos ponis colgando de las columnas.... aunque puedes cambiarlos por algún cantante favorito suyo o algo así.
— Tiene ocho.
Le miro, cruzada de brazos.
— ¿Y qué? Tiene gustos como tú y yo y Nila.
— ¿Y dejarla que entre al mundo de gustos por hombres? No, gracias. Ponis y ya está.
Le enarco una ceja, asqueada por su masoquismo machista. Qué me venga a decir a mí que a esa edad no escondía revistas pocos educativas debajo de su cama. Y la vez que entré sin tocar la puerta y me encontré con algo desagradable, peludo y.... me erizo de solo pensarlo. Es algo que realmente lucho por olvidar todos los días.
Nila corre a mi lado y, flexionándose un poco de rodillas, con sus dedos índices y pulgares mide un marco imaginario al plano que acabo de describir.
— Creo que es perfecto. Sencillo y justo como Ari lo tiene dibujado en su tableta.
— El resto de los detalles es fácil, no tiene que ser tan extravagante —añado—. ¿Estás de acuerdo, hermanito?
Se pone en pie y, serio como un témpano de hielo, camina hacia mí. Entrecierra sus herméticos ojos, marcando su mandíbula en un gruñido. Con aspecto cenizo, llevando consigo aires de inspector. Se ha percatado, se ha dado cuenta de mis ojeras y ojos hinchados.
Un intenso escalofrío corre por mi espina dorsal, haciéndome sudar frío.
Mierda, lo ha hecho.
— Sí —amplía su sonrisa de oreja a oreja, abrazando a su mujer por detrás. Mirando juntos el patio—. Creo que es mejor.
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Editado: 01.06.2025