Capítulo XXV
"Te atreves y ganas"
Narra la autora.
— ¡Au! —chilla el científico cuando Mitsuki le muerde la mano.
— ¡No me toque! —le grazna y sus cabellos explotan en vapor que, como onda expansiva, tumban al consejero.
— ¿Hay alguien ahí?
— ¡Es José! —grita Mitsuki y corre a dónde su madre.
Liè le abre los ojos, en señal de bajar la voz, pero Mitsuki lo ignora y va abrir la puerta.
— No... —Liè la agarra por la cintura.
Y al instante siguiente, la puerta cae enfrente de ambas.
— ¡Quietos todos! —Rogers apunta con el arma a los conserjes— ¡Manos arriba!
— Hola —sonríe Mitsuki a José, detrás de Rogers, quien a su vez le da la espalda a la realeza.
Las mira por encima de su hombro, sin dejar de vigilar a los cuatro hombres panzudos de bata blanca.
— Tranquila, majestad —José suelta su arma y enseña las manos, para que ella suelte sus dagas en dirección al cuello de Rogers— ¿Están bien?
— Sí. Gracias por venir.
La niña lo abraza por las piernas, en una mezcla de amenidad enlutada. Liè mira fijo al hombre de espalda ancha, rodeada por cintas de munición.
— Es un gusto conocerlos.... —tambalea el científico, sin perder de vista el gatillo del arma.
— Por favor —se acerca Mitsuki a él, haciendo ojitos—. Sé que ese hombre causa jaqueca, pero es bueno en esta situación —el científico se encoge de cuello—. Son los conserjes reales, baje el arma o se cagará.
— ¡Mitsuki, esa boca! —le regaña Liè.
La niña vuelve a José, cuando el de cara agria baja el arma y voltea a ver a la reina. Cuya dama lo mira fijo a los ojos, con las dagas en perpendicular al suelo. Todo se detiene por milésimas de segundos. Todo se pausa y lo único que se mueve son sus pechos en respiración paralelas. Y los iris de Liè, qué examinan desde su cicatriz en el lado izquierdo del rostro, hasta la de la comisura del labio en el lado derecho.
— Keng está allá afuera. Tienes que buscarlo, José José —salta en su lugar, con sus cabellos radiando a viva luz.
— Lo encontraremos.
Ambos miran a Liè, quien aún mantiene el contacto visual con los ojos oscuros de Rogers. Mitsuki frunce el ceño y lo examina a él de pies a cabeza, luego la respiración contenida de su madre. José gesticula algo con los labios, pero se le adelantan. Con acento inglés y dificultad al hablar el idioma natal de la isla:
— Brian Rogers, sargento de la marina. Un placer conocerla, reina Lié.
Su voz salió ronca y ruda, sin hacerle mucho movimiento a sus labios. Estrecha su mano esperando la de Liè, que demora un poco, pero llega a él.
— Igualmente —responde cortante.
Su torso bien marcado debajo de la camisa de manga corta, verde militar; se encorva para besar el lomo de la suave y fina mano de la reina. Quien lo toma como un gentil gesto de su parte, pero pierde el contacto físico lo más pronto posible con él.
Un hombre solitario, que ha vendido su vida a la marina y que puede que una vez haya conocido las palabras amor y ternura, pero fueron asesinadas por algo o alguien que lo llevó a este estilo de vida seco y frío. Eso sacó Liè de sus pupilas dilatadas al verlas.
Todo lo contrario, a Mitsuki que, percibe un aspecto serio de ese hombre amargado como un limón, tal cual suele ponerse su hermano cuando se molesta. Lo extraña tanto....
— ¿Sabe algo del paradero del príncipe?, ¿fue secuestrado? —interroga José a la madre, captando la atención del agente Rogers.
— No, no sé nada de él y eso es lo que me preocupa —las manos de Liè se unen en su abdomen y sus cejas se curvan en arrugas tristes—. Mi cuñado me dijo que lo buscaría, pero de eso hace horas. No he recibido noticias de ninguno.
En eso el sonido de la máquina los interrumpe y el filósofo se asoma a la pantalla. Entrecierra los ojos y lee en voz baja, en murmullos, como mosca; antes de alzar la vista.
— El señor Kong informa que no ha encontrado al príncipe Keng y que ha sido atacado por unos vándalos… —se calla en agobio, respirando hondo—. Hará todo lo que esté a su alcance para encontrar al príncipe, pero no cree que pueda lograrlo con los daños que ha sufrido....
Liè se torna azul. Sus ojos se tapan bajo una capa de lágrimas. La oscuridad, el agua.... el agua vuelve a sus pulmones. El temblor en sus dedos se hace evidente a los ojos de Rogers. Sus facciones vuelven a tensarse, a encogerse. Oh, no.... no puede.
— Mi hijo.... —Liè a bocanadas de aire frío, congela sus fosas nasales—. Mi hijo.
— Mami —Mitsuki se acerca, cerrando sus manitas en una mano de la adulta—. Mami, no te alarmes. Mi hermano está bien. Yo voy a buscarlo y yo lo protegeré.
Los hermosos y redondos ojos de la niña se clavan en sus mieles llorosas. Se adentran en ella y como si agarraran su alma, la dejan sin suspiro. Sólo.... serenidad. ¿El dolor? El dolor lo carga Mitsuki consigo.
— ¿Qué hiciste? —se arrodilla enfrente de ella.
— Algo que he aprendido en poco tiempo. Relájate, mami —palpa sus mejillas—. Mi hermano va a volver hoy mismo.
***
— Déjenme ir.
Repite una vez más, mientras se dirigen al auto blindado en la playita trasera. Cerca hay tres botes de la marina y varios guardias dando pasos en su radio de veinte metros.
— Ya lo hablamos, majestad. En un lugar seguro estará mejor.
— ¿Me está diciendo que estorbaré? —cuestiona a José de pies a cabeza. Camino al auto.
Él la mira, algo agotado y suspira. Su mirada verde esperanza vuelve a su suavidad. Es difícil convencer a la reina que no ha parado de protestar desde que llegaron.
— No —abre la puerta de atrás—. Le estoy diciendo que encontraremos a su hijo. Tenemos idea de quien lo tiene.
— ¿Quién? —se sienta forzada en el asiento.
— José, ve con ella.
Ordena Rogers, subiendo al otro cuatro por cuatro; a sus espaldas. El aludido mira por encima de su hombro.
— ¿qué? Pero....
— Es una orden, soldado.
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Editado: 01.06.2025