Olvidé quien era

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"Podría ser peor"

Se agarró con todas sus fuerzas a la barra del saturado autobús, aun así la sacudida logro que se diera de bruces contra aquel chico de pelo ensortijado que trabajaba de jardinero en el hotel. Se disculpo y él le dedico una tímida sonrisa como respuesta. El Jeep que había provocado que el chofer pisara a fondo el pedal de freno desapareció por la avenida a toda velocidad. Las quejas y reproches llenaron el autobús durante unos minutos después todos volvieron a recuperar su somnoliento silencio. Aflojó un poco la muñeca y bostezó. Se hubiera tapado la boca si su otra mano no estuviera apretujada entre el bolso de una señora y lo que esperaba fuera el teléfono móvil del joven.

"Podría no tener trabajo, eso sería peor sin duda" se animó emitiendo otro bostezo.

Sin duda estar en paro era peor que levantarse a las seis de la mañana un domingo de junio para meterse en un autobús abarrotado, sin aire acondicionado y camino de afrontar ocho horas de trabajo. Era incluso aun peor que sumarle a todo eso una resaca como la suya. Estuvo con Itzel en Versus, la única discoteca de la playa que aún no se había puesto de moda entre los turistas. Y pese a que durante toda la noche en su cabeza tuvo una insistente voz que le recordaba que trabajaba al día siguiente, la cosa se le fue de las manos. Ahogó la sensatez entre rondas de margaritas, mojitos y chupitos de tequila. Cuando el despertador sonó esa mañana, poco después de haberse acostado, se juró y perjuro que no volvería a beber en toda su vida. Ni con la excusa de haber acabado los exámenes, ni si quiera para celebrar la llegada de la paz mundial.

El autobús recorría la avenida principal de la costa. Por la ventana veía pasar hoteles, spas, centros comerciales y muchas de las kilométricas playas de arenas blancas y aguas cristalinas que había por la zona. El lugar era idílico. Gozaba además de un clima veraniego los doce meses del año lo que lo convertía en uno de los lugares más turísticos del planeta. El vehículo dio otro frenazo brusco, pero esta vez para abrir sus puertas ante la entrada del Wol Riviera. Llevaba tres años trabajando en ese hotel como camarera de habitaciones, desde que empezó la universidad. Tuvo que buscarse un empleo para poder continuar con los estudios y no arruinar a sus padres en el intento.

Se abrió paso entre la gente y bajó junto al chico y el resto del grupo de trabajadores. Ante ellos quedaba el gran arco de entrada donde el nombre resplandecía con letras blancas. Recorrió rápidamente el colorido jardín. Saludó a Lucas, el guarda de seguridad de la entrada. Éste ojeaba el periódico en su garita mientras un minúsculo ventilador movía las hojas de papel y los pelos de su bigote. Él la respondió agitando su mano de forma efusiva. Pasó bajo las dos grandes palmeras que franqueaban la entrada al hall y camino hacia los vestuarios de la zona de empleados. Antes de llegar, se cruzo con varias de sus compañeras que ya se habían cambiado y le recriminaban que siempre llegara tarde los domingos.

− Cuanta prisa tienes -se topó nada más abrir la puerta con Nancy, una de las recepcionistas.

− ¡Llego tarde! −se excusó. Hizo ademan de continuar su camino pero la mujer le agarro por el brazo mientras negaba repetidamente con la cabeza. La alta y estirada coleta que llevaba se movía como la cola de un caballo.

− No me pongas excusas y confiesa Abbi − le sostuvo con la otra mano y la escudriño con sus redondos ojos perfectamente maquillados.

Tomo aire para armarse de paciencia. Nancy le caia muy bien pero hablaba por los codos y normalmente de las vidas ajenas.

− Tu conociste ayer a un pelao guapo y has estado toda la noche revolcándote fogosamente con el por la playa.

Intuía que durante la juventud de su compañera muchas de sus noches habían acabado así. Antes de que pudiera negarlo, desde el fondo del pasillo una voz comenzó a llamar insistentemente a la recepcionista.

− Estoy aquí Señor Martínez −respondió al director del hotel que al momento llegó hasta donde estaban ellas. Se le notaba apurado. Ya se había arremangado la camisa hasta los codos, cosa que solo hacia cuando el día se le complicaba y comenzaba a estresarse.

− Buenos días. Tengo que interrumpiros −dijo mirando a ambas−. Nancy tienes que venir a la recepción.

− Señor, no es bueno estar agobiado tan pronto en la mañana. ¿Qué le sucede? ¿Discutió con su novia? −soltó el brazo de Abbi para agarrarse al del joven. Esta se aguantó la risa todo lo que pudo al ver la cara de la nueva presa.

− Ahora no Nancy −rogó−. Necesito que vengas ya mismo. Tenemos un problema.

− ¿Tan urgente es? Tengo que tomarme un café −nunca perdonaba su café caliente de por las mañanas, ni aún que tuvieran cuarenta grados a la sombra−. Creo que debería relajarse y tomarse uno conmigo. Llevo quince años en este hotel y he aprendido que las crisis nunca son tan graves como parecen.

El director rodó sus ojos. Nancy trabajaba en el Hotel desde que se inauguró y él solo dos. Sumándole que le sacaba diez años de edad, la mujer sentía que tenía mucho que enseñarle e incluso a veces quería mandar por encima de sus ordenes.




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