Olvidé quien era

9

Estuvieron bebiendo hasta que el sol asomaba tras las olas. Henry y Shin Woo se fueron a dormir entre risas, tambaleos y con la promesa de no despertar hasta la hora de la comida. Al entrar en la habitación, Sang  Jae se tropezó con una de las maletas que aun estaba en el suelo sin deshacer; por costumbre ordenaba todo nada más llegar colocándolo como si viviera allí, pero esta vez tenía demasiada prisa. Mantuvo el equilibrio como pudo y se dirigió al salón para coger una botella de agua del pequeño frigorífico que tenía frente al sofá; la bebió casi de un trago mientras rogaba para que aquello mitigara un poco la resaca que se le presentaría en pocas horas. Se echó sobre la cama sin quitarse la ropa y busco el sueño durante un buen rato, pero las paredes giraban demasiado rápido sobre su cabeza. Hastiado de que todo le diera vueltas optó por levantarse; se movió torpemente por la estancia y arrastro los pies hasta la ducha para dejar que al agua fría despejara todos sus sentidos. Sabía que de igual manera, debido al cambio de horario, no podría dormir. Se puso el albornoz negro del hotel y salió a la porche a contemplar como el sol se erguía sobre las aguas turquesa. Le encantaba aquel lugar, cuando tuvo que marcharse le entristeció tanto como si dejara su propio hogar. Y no solo porque sus amigos estaban allí. Fue duro abandonar ese clima, esas playas de postal, aquel ambiente tan distendido y sobretodo, fue duro por ella. Se recostó sobre la mecedora de mimbre blanco y se meció al ritmo de una melodía que el mismo tarareaba en su cabeza. Cerró los ojos. La recordó sonriendo y sonrió también; pensó en lo agradable que sería tenerla allí, recostada sobre su pecho. Con aquel olor tan suyo hechizando cada uno de sus sentidos. Su respiración comenzó a volverse rítmica y pausada, el vaivén del agua y la harmoniosa melodía que componían lo hicieron caer lentamente en el trance del sueño.

En sus sueños se vio en lo alto de un rascacielos en Seúl. Y allí mismo, estaba la zona de los balancines del Wol. Se oía el mar, pero no se veía. De repente una imagen apareció de espaldas a él, sentada en un balancín. Era ella. Sang Jae lo rodeo hasta que pudo ver la cara de aquella sombra. De repente comenzó a dolerle el pecho, como si el corazón fuera a estallarle por su propio dolor y por el que podía  sentir en ella: “Jamás veremos el mar de nuevo” le dijo y sin darle tiempo a reaccionar el ruido de la puerta lo sacó de allí.

— ¡¿Kim Sang Jae no ha deshecho las maletas?! Si que estabas borracho anoche —unas carcajadas lo trajeron por completo al mundo real.

— ¿A ti no te afecta beber? —Pregunto con voz somnolienta al ver a Shin Woo tan sonriente como siempre—. ¿Y Henry?

—Sabes que soy inmune —se estiró antes de sentarse en la otra mecedora—. Henry dice que ahora viene, que se está peinando.

— ¡Peinando! —exclamo perplejo mientras se incorporaba en su sitio.

— No sabes los cambios que está dando, nuestro pequeño se nos está haciendo un hombre —fingió limpiarse unas lagrimas —. El amor lo ha hecho madurar.

—Sigues con esa teoría —Jae posó su mirada en el horizonte.

— ¿Teoría?, la teoría se ha convertido en realidad. Henry esta oficialmente enamorado de Abbi.

Shin Woo le conto todo lo que había pasado el tiempo que él había estado fuera; la barbacoa, ir a la universidad a buscarla y que desaparecieron los dos de la discoteca.

 —Creo que hubo algo más que las típicas peleas —entrecerró los ojos y sonrió—. Estoy completamente seguro que se han besado.

Sang Jae tragó saliva tenso y se mantuvo en silencio.

—No lo quieren confesar, pero se les nota –prosiguió −. Desde ese día están demasiado raros cuando se encuentran. Ella evita mirarle a la cara; y él la mira como si no hubiera nada más en el mundo.

Respiro hondo y cerró los ojos contra una incipiente oleada de angustia. Olía a salitre mezclado con hierba fresca. Esto último, trajo a su mente el recuerdo de aquella vez; cuando tenían diez años y Henry perdió una raqueta de tenis. Estuvieron buscándola dúrate horas por los jardines de ambas casas. Llegaron a casa al anochecer, empapados por el riego automático y sin la raqueta. Henry, normalmente, no valoraba nada de lo que tenía y por eso no entendía por qué se empeñaba tanto en encontrarla; le dijo que podría comprarse otra, pero él no paraba de repetir que tenía que ser esa. Años después y tras muchas copas de más, le confesó que aquella raqueta había sido regalo de su tío. Sang Jae se sintió tan mal por no haberle entendido; por no haber visto lo que era importante para él, lo que deseaba y como se sentía. Ahora, por sus propios sentimientos, de nuevo no estaba siendo capaz de ver los de Henry. Abbi era esa raqueta que su amigo buscaba obstinadamente  y parecía, que por fin la había encontrado.

La puerta se abrió y ambos se giraron para ver al joven, que traía el pelo completamente alisado y peinado hacia la derecha. Shin Woo se levanto de un salto y corrió hacia él.




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