No logró dormir en toda la noche. Finalmente, decidió salir a dar un paseo por el patio delantero y se sentó en un banco a ver como el amanecer, luchaba para abrirse paso entre las penumbras de la noche.
El motivo de sus desvelos, fue la noticia que vio por televisión durante la cena. Adyoon, había cerrado un negocio de miles de millones con una empresa de automoción. La presentadora, alababa el buen hacer del hijo pequeño de la familia. Sin el cual, hubiera sido imposible que la empresa lograra aquel acuerdo para que, esa marca tan prestigiosa, añadiera a cada uno de sus coches el sistema operativo diseñado por el ya fallecido Yoon Seung Won.
Sabía que ese día llegaría, pero no se esperaba que fuera tan pronto. Deseaba que el tiempo hubiera pasado más rápido para que, el ser consciente de lo que traía aquella noticia, no doliera tanto.
Henry ya había tomado su poder y con ello lo primero que haría sería ir a buscar a Abbi. De eso no tenía la menor duda. Y ella le iba a estar esperando, el mismo procuró que fuera así.
Metió la cabeza entre sus manos. Quería gritar para liberar toda la rabia y desesperación que le oprimía el pecho. Pero aquella frustración salió por sus ojos y recorrió su cara hasta caer en las mangas de su uniforme.
No solo había perdido a la mujer que amaba, si no que con ello estaba seguro, de que la relación con su amigo jamás volvería a ser igual. A veces deseaba hablar con él. Decirle que pese a todo jamás dejaría de quererlo y pedirle que no lo odiara por distanciarse, pero que tenía que ser así, al menos hasta que sus sentimientos cambiaran. Con más asiduidad deseaba escuchar la voz de Abbi. Confesarle que aun no la había olvidado. Que aún sonreía como un tonto enamorado al recordarla y aún lloraba como un loco, por lo mucho que la echaba de menos. La diría que, pese a que ya no necesitara sus abrazo para olvidarse del mundo, el seguía dispuesto a dárselos.
Una sirena lo alentó. Debía prepararse y recoger su equipo, para reunirse con el resto de la compañía. Echo un último vistazo al sol. Este, lo cegó triunfante. Levanto una mano, tapándolo casi en su totalidad. Pero por el hueco de sus dedos, se colaban débiles rayos, imposibles de borrar.
— Jamás podre lograr que desaparezcas del todo.