Ivy estaba de pie frente a la ventana, apretando la carta, con los dedos ya un poco entumecidos. ¿Qué demonios era aquello? La letra del sobre estaba torcida, como si la hubiera escrito un analfabeto borracho. El contenido era aún más incendiario.
──Continúe con la investigación, su seguridad y la de su hijo se verán amenazadas.
Dios mío, directo al corazón. Sintió que le estrujaban y retorcían el corazón. ¿A qué edad y esto sigue pasando? Cerró los ojos y respiró hondo, intentando calmarse.
La carta no fue tirada inmediatamente. Permaneció de pie ante la mesa, congelada durante unos instantes, golpeando con los dedos el escritorio, uno tras otro. Richard Stewart, ese nombre ardía en su cabeza como un hierro candente. ¿Hasta dónde podía llegar? No quería saberlo. Pero también comprendió que no había vuelta atrás.
Sonó el timbre. Echó la cabeza hacia atrás, con el corazón a 160. No podía ser otra de esas amenazas de muerte, ¿verdad? Caminó despacio hacia la puerta y, en el momento en que su mano se aferró al pomo, casi rezó para que sólo fuera la vecina de al lado que venía a pedir azúcar.
La puerta se abrió. No era el vecino, era Joseph. Llevaba una chaqueta gris y tenía peor cara que el tiempo.
──¿Qué ha pasado?
Ivy tiró la carta sobre la mesa y suspiró.
──He recibido una carta amenazadora, diciendo que si la investigación continúa, el pequeño Mick y yo estaremos en peligro.
Habló con toda la calma que pudo, pero cada palabra que salía de su boca era como un martillo que le cortaba la respiración. Joseph guardó silencio por un momento, un destello de ira burbujeando en sus ojos.
──Richard.
Ivy no contestó. En momentos así, hacerse la tonta podía ser la única forma de sobrevivir. Volvió a la ventana y se quedó mirando el cielo encapotado.
──¿Qué debo hacer? Si continúo, puedo arrastrar al pequeño Mick al peligro. Pero si me detengo, él y yo viviremos en las sombras para siempre.
Hablaba despacio, pero cada palabra era como una aguja en su corazón. Joseph se acercó a ella y miró por la ventana, con un tono tan firme que distraía.
──No estás sola, y yo te ayudaré.
Ivy se burló.
──¿Ayudarme? Ya sabes quién es Richard y lo que puede hacer. Podría volarnos en pedazos con un estornudo.
Joseph tenía el ceño fruncido y la típica expresión de «tengo que ser un héroe». Se acercó un paso y bajó la voz hasta hacer un juramento.
──No dejaré que nadie os haga daño ni a ti ni a Mick.
Eso hizo que Ivy se quedara paralizada durante medio segundo. Un cosquilleo la recorrió, seguido de una oleada de impotencia. Lo miró fijamente, con la mente desbocada: «No te hagas el héroe, hermano, apenas puedes controlarte».
Justo entonces, su teléfono móvil se iluminó. Un número desconocido. Su corazón se hundió tanto que le tembló la mano al contestar.
──¿Hola?
Era una fría voz masculina al otro lado de la línea.
──¿Ivy James?
¿Ivy James? Sí.
──Sé lo que estás haciendo. Detente o perderás más.
Ivy sintió que la sangre se le subía a la cabeza y dio un paso atrás, con la voz temblorosa.
──¿Quién es usted?
──Pronto lo averiguaré.
El teléfono colgó y lo único que le quedó fue el zumbido en los oídos. Joseph se acercó rápidamente y la agarró por los hombros.
──Es una amenaza, ¿no?
Ivy asintió, con la voz seca.
──Ya no es una amenaza, es una declaración de guerra.
Los ojos de Joseph brillaron de repente.
──No podía dudar más.
Ivy tomó aire e hizo todo lo posible por mantenerse erguida. El miedo fue sustituido poco a poco por algo extraño. ¿Era ira o desesperación? No podía decírselo a sí misma.
──Lo sé, pero también sé que si no hago algo, Mick y yo viviremos siempre a la sombra de otro.
Se volvió hacia Joseph, con la mirada firme.
──Tenemos que afrontar esto juntos.
Fuera, empezó a llover. La lluvia golpeaba contra los cristales de las ventanas como si estuviera urgiendo a algo. El corazón de Ivy latía cada vez más rápido con el sonido de la lluvia. Entonces volvió a sonar el timbre.
Inconscientemente agarró la muñeca de Joseph, con los ojos llenos de nerviosismo.
Joseph se dirigió hacia la puerta, con Ivy siguiéndole de cerca. En el momento en que la puerta se abrió, su corazón casi se detuvo. Frente a la puerta estaba nada menos que Richard Stewart.
Sus ojos eran fríos y su tono aún más afilado.
──Tu relación, ya la conozco. Si no te rindes, te haré pagar.
Ivy sólo sintió que se le helaba la sangre de todo el cuerpo. Joseph dio un paso adelante y se bloqueó frente a ella, con un tono inflexible.
──No puedes amenazarnos.
Las comisuras de los labios de Richard se levantaron ligeramente mientras se daba la vuelta con una mueca de desprecio.
──Bueno, ya veré lo que pasa.
La puerta se cerró e Ivy por fin dejó escapar un suspiro. Pero sabía que aquello no había hecho más que empezar.