Olvido

Capítulo 9: Traición y decisión

Joseph estaba de pie junto a la ventana, mirando fijamente el contorno de la finca familiar. Aún no había amanecido, y la luz bloqueada por las cortinas le daba en la cara, sombría como una estatua olvidada. ¿Y su estado de ánimo? Hm, era más complicado que el tiempo fuera de la ventana. Tras recuperar la memoria, por fin supo la verdad: escapar, aunque vergonzoso, era realmente muy útil. Sin embargo, el destino de este tipo simplemente no te permite esconderte en paz. Las intrigas familiares, los juegos de poder, se le pegaban como un esparadrapo de piel de perro. Sonrió amargamente: esta es mi vida, no se puede ocultar, simplemente golpear de frente.

Se dio la vuelta, e Ivy estaba sentada en el sofá, con la mirada fija en su teléfono móvil, como si estuviera esperando a un volcán que estaba a punto de entrar en erupción... bueno, el volcán era él. Agarró el teléfono con tanta fuerza que sus dedos se pusieron blancos.

──Ivy... he decidido volver.

Su voz se hundió como una piedra, golpeando el aire de la habitación.

Ivy no levantó la vista, su voz era tranquila, pero un poco inquieta: ──¿Ya has tomado una decisión?

En realidad no necesitaba preguntarlo. La pregunta era como preguntarle a un gato si cazaría un ratón, la respuesta ya estaba en su mente. Pero aun así quería oírla, tal vez dudara, tal vez cambiara de opinión, aunque las probabilidades eran mínimas.

Joseph asintió, con el paso firme de un juez que se dirige a una ejecución: ──Sí, debo enfrentarme a ellos. La familia, Richard, todos los secretos. No puedo seguir huyendo.

Ivy respiró hondo y por fin levantó la vista. Sus ojos estaban llenos de emociones complejas, como una paleta volcada: ──Pero si vuelves, ya sabes lo que pasará. Richard no te dejará ir, y tampoco nos dejará ir a nosotros.

Su voz tembló un poco, como una cerilla que intentara encenderse en el frío.

──Lo sé ──susurró Joseph, pero su tono era tan tranquilo como un charco de agua estancada──, pero no puedo dejar que sigan controlando mi vida, y no puedo dejar que tú y Mick os dejéis arrastrar otra vez.

Se acercó más a ella y se agachó, con la voz baja como un susurro──: No tengo elección.

El corazón de Ivy latía deprisa, como el de un atleta que acaba de correr cien metros. Intentó detenerlo, pero sentía la garganta bloqueada. Los pensamientos de proteger al pequeño Mick, de protegerse a sí misma, la volvían loca, pero comprendió que huir no era una opción. Ahora que lo había decidido, ya no había vuelta atrás.

Cerró los ojos y respiró hondo, como una principiante a punto de saltar en paracaídas, luego levantó la vista con más determinación en los ojos: ──Si vas, no te detendré. Te ayudaré a descubrir los oscuros secretos.

Joseph se quedó inmóvil un momento y luego se rió, como un viajero cansado que ha oído un chiste frío: ──Eres tan ingenua, Ivy. Si vuelvo, no dejarán que Mick y tú salgáis ilesos.

Un destello de fuego brilló en los ojos de Ivy, quemando los últimos vestigios de vacilación: ──No me importa. No dejaré que nadie vuelva a controlarme, ni a controlar el destino de mi hijo.

Su tono era tranquilo y fuerte, como un cuchillo afilado que cortara el silencio de la habitación.

Joseph la miró como si un pesado martillo hubiera golpeado su corazón. Su determinación era lo que más temía. Porque una vez que se decidía, nadie podía detenerla, y era un camino que estaba destinado a no tener vuelta atrás.

Unos días después, regresó a la mansión Stewart. El lugar, como un castillo maldito, estaba lleno de secretos y de poder podrido.

Richard estaba sentado tras un amplio escritorio con una mueca familiar en el rostro: ──Has vuelto, Joseph.

Su tono era como una daga fría, clavándose en el pecho de Joseph.

──Sí, he vuelto.

Joseph se puso frente a él, con una voz tan calmada que ponía los pelos de punta.

Richard resopló: ──¿Crees que esto cambia algo? Nunca escaparás de esta familia.

──No voy a escapar ──replicó Joseph con frialdad──, pero tampoco voy a seguir siendo vuestro peón.

La sonrisa de Richard se congeló por un momento, pero rápidamente recuperó la compostura: ──¿Qué crees que puedes descubrir? Tu supuesta conspiración familiar no es más que una broma que tú mismo te has inventado.

Joseph hizo caso omiso de su burla. Sólo había fría determinación en sus ojos: ──Descubriré toda la verdad, no importa cómo intentes impedirlo.

Richard mostró por fin un atisbo de vacilación, pero lo ocultó rápidamente, cogió un documento que había sobre la mesa y se lo entregó a Joseph: ──Los secretos que quieres están todos aquí. Destrúyelos o llévatelos, como quieras.

Joseph cogió el documento con un atisbo de desprecio en los ojos: ──Nunca lo entenderás, estas cosas ya no me importan.

Se dio la vuelta para marcharse, dejando a Richard solo donde estaba, con los puños cerrados y los ojos sombríos.

Mientras tanto, Ivy estaba en su pequeño piso, mirando la pantalla de su teléfono móvil. El mensaje le estrujó el corazón.

──¿Creéis que podéis ganarme así? Para mí no es más que reunir fichas. Hace tiempo que predije vuestro final.

La remitente era Emma, una mujer con corazón de serpiente.

Ivy cerró los ojos, con la mente agitada. Pero sabía que esto era sólo el principio.




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