El famoso tirón.
Esa sensación que creía solo un invento para hacer más tolerable una vida llena de luchas y desafíos por sobrevivir, ese sentimiento que aprieta su pecho y acelera su corazón, un impulso que quema todo su cuerpo.
El tirón... Le empuja hacia Sage.
La loba está paralizada por su confesión, Harry ya no puede controlarse, no con ella demasiado cerca, su frágil cuello, el pulso de la vida palpitando, llamando al monstruo que empuja más fuerte con el reconocimiento. Harry puede desgarrar su garganta en un corte limpio, pero cuando sus ojos de tormenta lo buscan, con un conocimiento tácito de lo que sus palabras implican, su cordura regresa.
Harry fue criado y entrenado para ser el cazador asesino de un vil engendro, hambriento de crueldad, poder y dinero. Pero ahora, veinte años viviendo en libertad... Su bestia se calma bajo las manos de una loba Omega.
—Dime.
La invitación suena como un murmullo que duerme la tormenta violenta en su cuerpo, esta necesidad que quiere dominarlo, para ir hacia ella sin remedio ni permiso y marcarla hasta que nadie pudiera dudar que ella era suya. Harry nunca había conocido la posesividad, hasta ahora.
El monstruo mostró los colmillos.
Y comprendió que Sage era todo menos un objeto de su propiedad, no la merecía, tampoco tener estas sensaciones dentro de su pecho, ninguna de las drogas que probó en su vida le había echo efecto alguno, pero esta pequeña mujer cambiante lo estaba embriagando con su calma.
¿Cómo podía mancharla, empañar sus hermosos ojos con las imágenes del inmundo y sangriento pasado?
Ella es un ser de luz, abrazando al monstruo de la oscuridad. Y entre sus brazos, Harry cae, su corazón irremediablemente roto y torcido, late duro en su interior. La protección que nunca le dieron, regresa a él en este momento.
Una loba le cuida.
—Omega, no me entiendes.
Sage lo rodea, su rostro enterrado en su pecho, sus brazos lo cubren por completo, sus manos acarician su espalda en un vaivén lánguido que despiertan cosas que deberían continuar durmiendo por siempre.
—Lo hago. Estás tan solo, Harry.
Su voz parece tener el peso de un yunque aplastando su pequeño cuerpo, como si algo quisiera salir de ella. Él baja la mirada, la ternura lo azota como un látigo, Sage tiene una pequeña corona de cabello trenzado que rodea su cabeza, como una pequeña reina que hace su vida menos oscura de lo que ha sido en un largo tiempo.
Hasta encontrarla, Harry se estaba hundiendo en la culpa, ahora..., ella le estaba extendiendo una mano para salir del pozo negro.
¿Era capaz de aceptarla?
—Dime, Harry —su voz se escucha frágil—. El peso de emociones dentro de ti..., es tan grande... —Sage levanta la mirada, ojos de lobo tan feroces lo buscan—. No entiendo como has podido soportarlo.
Los lobos son empáticos, sienten las emociones de los demás y reaccionan a eso. Una loba sumisa... Multiplica eso por cien. Sage está sintiendo la asfixiante culpa que arde sobre su corazón, la enorme rabia, lava liquida fluyendo en sus venas, remordimientos viejos como huesos blanqueados por el sol caliente del desierto. Ella está llegando al núcleo, un punto oscuro dentro de él, aplastado desde niño por la crudeza brutal de la vida que le tocó. Un punto donde su fragilidad insegura late y grita que en realidad solo fue un inocente moldeado por un maldito bastardo infeliz.
—No quiero que sientas lastima por el hombre que has escogido.
Harry se atreve a caer en esos ojos grises, a estar cerca de otra loba sumisa que intenta ayudarlo. Nuevos recuerdos, el escozor duele, la última que intentó hacer eso terminó con su creencia de que era alguien bueno y con capacidad de remediar su vida.
Algunas veces podía sentir el sabor de su sangre llenar su boca, los colmillos hundiéndose en la carne caliente...
—Sácalo, no puedes seguir viviendo con eso dentro de ti. —Sage se aparta, pero deja sus manos sobre los hombros de Harry—. Y no siento lástima, solo la necesidad de matar para protegerte. —Ojos dorados vuelven a él—. Alguien te hizo daño, y mi loba quiere su cuello.
A pesar del borde animal, las palabras le cantan dulcemente a esa parte de él que cree no estar dañado lo suficiente como para arrancarse la vida, que tiene un remedio. Con el pecho temblando y la respiración superficial, Harry baja hasta rozar sus labios pequeños y rosados.
Las barreras se desploman.
Girando, ella lo empuja contra el refrigerador, las manos de Harry en su cintura, las de ella apretando sus hombros, el beso los recorre con la voracidad necesitada, la de una loba que busca proteger a este hombre frágil que intenta ser fuerte, la de un cambiante que trata de aceptar el brillo de esperanza latiendo al ritmo de su corazón, Harry no pensó ser merecedor de esto. Una feroz protección abrazaba al monstruo asesino desde la infancia.
Viendo que Sage casi estaba en puntas de pie, Harry se aparta un segundo, respira, dulzura que envuelve el aire, un latido sordo dentro de su alma que parece sincronizarse con el pulso que late entre ellos. Une sus frentes un breve segundo, al siguiente la lleva hacia atrás y la levanta en el aire una fracción, la deja sobre la isla de granito, Sage lo envuelve con las piernas, una mano en su nuca, la otra se hunde en su cabellera. Y vuelve a ser atacado.
Duele. Quema. Su pecho se aprieta con la sensación de sus labios, tras años de encontrarse con mujeres para calmar la irritación animal, por fin comprende la necesidad de comunicación emocional, que solo puede ser lograda a través de esto. Una feroz entrega, una aplastante unión que los marca, toque a toque.
Esto no es algo de lo que vaya a prescindir, tampoco olvidar. Esta nueva forma de sentir..., tan abierta y demoledora..., es adictiva.
Cuando Sage rompe el beso, con un ligero arrastre de su labio inferior que le arranca un gruñido que mueve su pecho con la vibración, a Harry le cuesta regresar de la niebla espesa, sus pensamientos están aplastados, su capacidad de hablar desconectada por la intensidad.
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Editado: 05.11.2021