Su estómago se aprieta mientras toma un descanso en una de las bancas del aeropuerto de Paradise City. Su boca tiene un sabor amargo con bordes ácidos, la bestia da vueltas, la sensación de inseguridad solo ha hecho que cuestione una y otra vez esta decisión.
Volver a Phoenix habría sido un salvavidas en otra circunstancia, pero ahora mismo, mientras esperaba la llamada para el abordaje de su avión, se sentía como un cobarde.
De verdad la estaba abandonando. La perdería para siempre.
¿Era esto lo correcto?
El clan de lobos estaba pasando momentos difíciles, el aislamiento se había intensificado y la relación entre los cambiantes y la población humana de la ciudad se encontraba en un punto crítico, los alborotadores, fundamentalistas y locos obsesos de las ideologías de segregación racial encontraron tierra fértil para echar a andar sus discursos, cultivar nuevas mentes, sembrar la discordia.
La culpa es de los lobos, después de todo, ellos son los únicos que caen enfermos.
Ha perdido la cuenta de las veces que ha oído eso entre los rumores. Pero nadie habla del hecho de que la enfermedad escapó de un laboratorio clandestino de investigación genética. Del que, según Sawyer, estaban creando nuevos tipos de cambiantes para aumentar la diversidad de la raza.
«¿Por qué crearon una enfermedad que podría diezmar a la población de lobos?»
Tal vez fuera un arma biológica, si ese es el caso, entonces, ¿por qué crearían más cambiantes?
Había muchas dudas alrededor de todo esto, Jessie y Sawyer deberían haber ampliado su investigación. Sin embargo, hubo algo que los obligó a detenerse, algo pasó, algo grave. Lo que transformó a Sawyer de un optimista brillante a un cascarón sombrío.
Ni siquiera intentó evitar que Harry abandonara la ciudad, de hecho, se le adelantó al ordenarle que debía viajar a Phoenix. Aunque, el otro hombre esperaba que Harry se resistiera un poco, no lo hizo.
Sawyer le había dicho que estaba ocupado con los envíos y la distribución de armamento paralizante entre la población de la ciudad, pero parecía estar huyendo de algo, y peleando al mismo tiempo.
«O tal vez está preocupado por la salud de su compañera» piensa, si Jessie enferma no hay posibilidad de que sobreviva sin una verdadera vacuna. «Lo mismo sucederá con Sage»
Tragando saliva, Harry aprieta los puños y vuelve a ver la hora en su reloj, faltan treinta minutos para su vuelo y todavía no encuentra una razón para justificar lo que está haciendo. No debería dejarla, por más que ella hubiera cumplido su amenaza de encontrar algo mejor con otra persona. Por otro lado, ella era una mujer obediente, se mantendría segura en su casa, acataría todas las medidas de seguridad.
No correría riesgos.
Sacando el aire pesadamente de sus pulmones, Harry se cubre el rostro con ambas manos y apoya los codos en sus rodilla, inclinándose hacia adelante. El vínculo, esa extraña unión que todavía sigue ahí, zumba de una forma tenue, le da una sensación de debilidad, un amargo presentimiento de que pronto sentirá lo que de verdad es la agonía absoluta.
—Me lo merezco —murmura para sí mismo.
No importa que ella le ame con todas sus cicatrices, Harry no puede olvidar toda la sangre que mancha su cuerpo, su alma. Por todo lo que hizo, no tiene redención alguna.
Pero... Él quiere encontrarla.
Es un pensamiento egoísta. Su sufrimiento es la venganza de sus víctimas.
—¿Harry Atwood?
Saca la cabeza de su escondite y busca al dueño de ese llamado, ve a un hombre acercándose con las manos en los bolsillos de sus vaqueros gastados color gris. Al subir se encuentra con un par de ojos oscuros, cabello castaño claro, un rostro de rasgos angulares y duros, con lineas de tensión y angustia, rabia y decepción en su mirada.
—Soy yo —responde, incorporándose.
El hombre se detiene a unos cuantos pasos de su banca, y lo examina, Harry percibe una mezcla de dos olores diferentes, su leopardo se eriza en su interior, la postura instintiva le indica que se mantenga a la defensiva... Pero para proteger su vínculo.
Porque este hombre, con esa rabia silenciosa inundando sus ojos, es un lobo. Y de ninguna forma puede tratarse de un solitario.
—Ven conmigo —dice él, bajando un poco los hombros.
Quizá trata de ocultar su propia tensión, pero eso no le ayuda en nada.
—No pienso ir a ninguna parte con un extraño. Tengo un vuelo que tomar.
El lobo le da una sonrisa torcida, burlona, que por un momento le recuerda a Seth Meyer.
—Lo harás —asegura, luego su voz se vuelve sombría cuando termina—. Se trata de Sage.
Un latido doloroso es lo que tarda en ponerse de pie, la necesidad violenta quema por dentro, incontrolable, incontenible, sus garras salen, sus colmillos duelen, como la culpa que siente por dentro.
El lobo le da una mirada rápida de pies a cabeza y luego se acerca para murmurar:
—Tranquilo, ¿o quieres terminar encerrado? —inquiere, haciendo un gesto hacia los policías que vigilaban este sector.
No importa la razón, los cambiantes no pueden pelearse en espacios públicos. Es un delito menor, pero penalizado con cuarenta y ocho horas encerrado.
—¿Dónde está ella? —Indaga, entre respiraciones agitadas.
La adrenalina hace que todo se vea diferente, sus sentidos se vuelven agudos, él podría rastrearla por su cuenta si quisiera, arremetería contra cualquier cosa que se interpusiera.
—Está segura dentro del territorio, hay mucho que explicar y poco tiempo. —Un gruñido bajo hace que el pecho del lobo se vuelva más grande cuando endereza su postura y lo mira a los ojos—. Controla a tu maldito animal y ven conmigo.
De reojo, Harry mira su maleta.
—No volverás a verla si subes a ese avión.
No es una amenaza, es simple y dolorosa honestidad, esas palabras salieron en un hilo de voz, impregnado con tristeza.
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Editado: 05.11.2021