En la hora siguiente, Harry no pudo encontrar un momento en donde Anatoly estuviera solo, o al menos, libre, pues este joven magnate tenía un carisma natural que lo volvía un anfitrión popular. La gente fluía hacia él y él los recibía con una sonrisa amable y gentil.
Pero Harry no se dejaba engañar... O al menos esa era la sugerencia de su leopardo de las nieves, el animal que daba vueltas en su mente no paraba de gruñirle. Harry interpretó eso como una respuesta agresiva alrededor de esta idea, pues había traído a su compañera a un antiguo redil, un sitio que había visto más de mil crueldades y escuchado un sinfín de lamentos.
Que el director de eso estuviese muerto no significaba que se hayan detenido las operaciones. Y mientras la gente bailaba y reía libremente, debajo seguía habiendo prisioneros y esclavos.
Harry no puede quitarse eso de la cabeza, no importa cuán normal y encantador pueda verse Anatoly, sigue desconfiando, mirándolo de reojo, chasqueando los dientes cuando lo escucha reír. Porque no puede evitar que la risa de Vittorio resuene en su mente como un eco retorcido, y esos viejos ojos grises brillando con satisfacción al terminar cada cacería...
—Deja de gruñir gatito —Sage susurra en su oído, luego mordisquea su cuello para distraerlo—. ¿Por qué no vas a conocerlo? —Sugiere—. Parece que terminará esa llamada pronto.
Sage hace un ademán ligero moviendo la cabeza, Harry lo encuentra detenido cerca de uno de esos caminos que conectan la zona de la fiesta con las pergolas iluminadas a lo lejos. Las dudas lo ponen incómodo mientras lo ve, tan confiado, despreocupado. Su animal araña las paredes internas de su cuerpo, queriendo encontrar algo para culparlo, y sólo entonces, despedazarlo.
Los pensamientos violentos giran en su mente, torciendo su voluntad hacia ese lado oscuro y depravado donde solía asesinar bajo demanda. Sin embargo, una pequeña figura se interpone entre Harry y su presa, y se acerca a ellos moviendo sus anchas caderas con un suave vaivén, su vestido marrón dorado fluye entre sus curvas, una bufanda larga de pelaje rodea su espalda, hombros y pasa alrededor de sus antebrazos.
Ella tiene un porte regio, pero una mirada dulce.
—Espero que estén disfrutando de nuestros entretenimientos —dice la mujer, sus ojos oscuros resaltan de un segundo a otro con un anillo dorado, revelando su identidad como cambiante—. Me preguntaba si le gustaría pasar un tiempo con Anatoly —gira hacia Harry—. A él le gusta dar la misma atención a todos sus invitados.
Por dentro, el vínculo tiembla inesperadamente, como un salto de emoción y curiosidad. Su loba encuentra todo esto divertido.
—Ve con él —le dice, besos pequeños a lo largo de su mandíbula—. Yo me quedaré con ella.
Una sonrisa se extiende en el rostro redondo de la otra mujer, sus grandes mejillas parecen crecer mucho más.
—La mantendré segura —promete ella, entendiendo lo difícil que es para él dejar a Sage rodeada por desconocidos.
—De acuerdo.
Para él es como dar un enorme salto de fe tras otro, pero le prometió a Sage que ya no volvería a huir y que enfrentaría las pruebas de la vida, tal como ella lo hizo.
La loba vuelve a besarlo en el cuello y al mismo tiempo el vínculo entre ellos vibra con un beso más íntimo, intenso. Como los ojos de la mujer que decidió perseguirlo, tomarlo y reclamarlo, traerlo de vuelta a la luz.
Ambos se separan y Sage le promete que se quedará en su línea de visión, por su parte, Neela le sonríe al pasar. Es una mujer un poco extraña, piensa después, cambiante pero no puede descifrar de qué tipo. Lo que sí logró desentrañar es la marca sensorial humana que desprendía de su cuerpo, que le dijo que ella había sido reclamada en el nivel más profundo.
Estaba emparejada.
Y su compañero ya había terminado su llamada cuando Harry se acercó para saludarlo.
—Es una hermosa noche —comenta Anatoly—. ¿Quieres dar un paseo? Las pergolas fueron decoradas exquisitamente.
Harry intenta discernir sus palabras, sus intenciones, pero algo más importante y urgente lo hace voltear la mirada.
—Antes de que alguien se atreva a hacerle daño, Neela habrá neutralizado la amenaza —informa el humano—. Que su femenina belleza no te engañe, es mi mano derecha, quien dirige mis sistemas y equipos de seguridad.
Harry observa discretamente a ambas mujeres, se han puesto a conversar, tan relajadas como si fuera viejas amigas. Sí, piensa, ese es el efecto de mi omega. Sociable por naturaleza, ¿quién podría resistirse a ella?
Tiene que confiar en ella, se repite, presionando esa parte oscura y salvaje dentro de él, haciéndolo retroceder, solo por ahora.
Harry regresa la mirada a Anatoly, y asiente, dejando que el humano marque el paso. Toman un camino secundario adornado con piedras lisas y luces pequeñas en ambos lados, se internan en el bosque, no muy lejos de la fiesta. Llegan a una pergola blanca mucho más grande que la que Sawyer le instaló a Sage, la cúpula tiene grabados en relieve de animales en su parte interna, gruesos pilares hechos de mármol, cada uno de ellos rodeado por hileras de luces simulando ser enredaderas.
Al ingresar por un par de escalones, Anatoly suspira, encantado por los grabados de la cúpula.
—Los escultores han hecho un trabajo sublime —comenta—. ¿No lo crees?
—Respeto sus habilidades —Harry responde a secas.
Pero Anatoly no se muestra incómodo, solo sonríe.
—Supongo que tantos viajes obligatorios a museos y exhibiciones me han hecho un excesivo consumidor de arte —responde, y Harry percibe un dejo de nostalgia en sus palabras.
Entonces recuerda que este hombre creció rodeado por lujos, a expensas del sufrimiento ajeno. Frente a frente, son dos opuestos. Harry podría explotar su ira en cualquier momento, mientras que Anatoly se ve tan despreocupado como un cachorro, hasta que fija su mirada gris sobre Harry.
—No pensé que te volvería a ver alguna vez.
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Editado: 05.11.2021