Antoine.
¿Ser segundas en la vida de alguien?
Gracias, pero eso no es para mí. Siempre he sido el primero de la clase; en deportes no había nadie que me superara; en el trabajo llegué al puesto de vicepresidencia trabajando duro y derrotando a todos mis compañeros que querían el empleo. Soy importante porque así me lo propuse. No voy a rogar el amor de nadie solo por no querer ser el último de mis amigos en conseguir pareja para el Festín que organizamos cada cuatro años.
Solo que comienza en tres semanas y ya les había presumido a todos la joya que conseguí como pareja. No puedo llegar con las manos vacías ni conseguir a alguien más en tan poco tiempo. Al menos no alguien con la que pueda pasar más de cuatro horas sin querer pegarle una cinta en la boca y amarrar sus manos para que no me esté tocando cada diez minutos.
¿Será tan malo llegar soltero al Festín? Sé que no sólo es una comida y campamento, y que sería el primero de nosotros en no llevar a nadie, como dice la tradición, pero Antonela rompió conmigo para irse a Nueva York por un papel importante en alguna obra que jamás llegará a ser algo grande. No soy nadie para romper sus estúpidos sueños ni ilusiones de niña.
Ahora sube a un avión mientras pienso qué hacer. La única idea que se me ocurre es ir a un bar a perder la consciencia. Ya mañana me preocupo por lo que vendrá y cómo resolveré esto.
No romperé la tradición ni perderé contra ellos. Llegar solo sería cederles el primer lugar, y eso no está en mi ADN.
Ordené la bebida de siempre al barman de todos los días. Sus ojeras se marcaban bajo sus ojos y soltaba bostezos cuando creía que ningún cliente lo miraba. Ahorita estaría pasando un buen rato con Antonela. Se podría decir que extraño su presencia. Sabía qué decir y hacer en cada situación. No estaba de encimosa y se comportaba en las reuniones que tenía con mis amigos.
Era un buen prospecto para el Festín. Suelo ganarlo todas las veces que se ha celebrado. Todas las chicas que llevo se retiran conmigo y no me dejan colgado a mitad de las dos semanas como a mis demás amigos.
Como dije, soy el mejor en todo lo que hago.
Al no tener nada en qué concentrar mi atención, fui muy consciente cuando una hermosa mujer ingresó al club de la mano de un hombre algo mayor para ella. El vestido que llevaba se le ceñía al pecho, pero se disimulaba con su cabello chocolate suelto en ondas. El labial rojo en sus labios llamaba más mi atención, sin embargo, me obligué a apartar la mirada cuando su acompañante se apoderó de ellos.
Necesito una chica hermosa, que haga sentir envidia a las parejas de mis amigos. Me giré en el taburete y llamé al barman.
—¿Me prestas una pluma? —pedí, tomando una servilleta del dispensario.
—No se la vaya a robar —implora, pasándome la que tiene en su oreja. Resoplo. Como si necesitara hacerlo.
Apreté el botón que liberaba la punta y puse el título en la parte de arriba de la servilleta: “Aptitudes que debe de tener la chica perfecta para el Festín”. Escribo el número uno, pero no se me ocurre nada para llenarlo.
Esto es una pérdida de tiempo. Tal vez deba ofrecerle la mitad del premio a alguien para que se haga pasar por mi pareja en esos días.
La suma de este año es mayor que los anteriores. Cada que suben los ingresos en nuestras cuentas bancarias, también lo hace el premio. Y no pienso perderlo cuando está por salir el nuevo automóvil de Starlight que comprarán de regalo de cumpleaños sin quererlo.
—Dos Martini —ordenó alguien a mi lado, me volteé para verlo y reclamarle cuando su brazo me empujó y casi me sacó de mi asiento. Por lo general soy una persona tranquila, pero ni siquiera se dignó a pedir disculpas.
De mi garganta no salió una sola palabra al ver que era el hombre que ingresó con la bella dama. Fingí tener la vista en mi servilleta, y noté que sacaba algo del bolsillo de su pantalón, era un frasco que vertió en una de las copas al creer que nadie lo veía.
Fruncí el ceño y seguí con la mirada su espalda cuando se alejó. Lo observé colocar las copas sobre la mesa que compartía con la chica. No estaban solos, otros dos hombres y una mujer ocupaban los asientos próximos a los suyos; todos reían, pero a la acompañante del hombre se le notaba incómoda. Para nada era su pareja, quizás solo la cita de esa noche.
Aborrecí la preocupación que comenzó a crecer al pensar en lo que pudo haber vertido en la bebida que tan confiada se lleva a los labios rojos. Me debato entre pararme y rescatarla o darme la vuelta y seguir haciendo la lista de la chica para el Festín.
No era mi problema. Todos saben que no deben de tomar nada que no vieron cómo lo prepararon. Es demasiado ingenua si confía en alguien que no conoce ni se siente cómoda.
Resoplo.
—Abriré audiciones —sentencié haciendo bola el pedazo de papel y metiéndolo en el bolsillo del saco.
Me puse de pie, le dejé algo de propina al barman junto a su pluma y me giré listo para marcharme, abrochando los botones de mi saco. de camino a la salida, mis ojos se desviaron a la mesa de la chica de los labios rojos. Miré su copa, casi se la termina. Gracias a mi trabajo, se me es fácil detectar ciertas emociones en las personas. El hombre que la acompaña está ansioso, como esperando a que el líquido que vertió surta efecto.
Troné mis dedos, girando sobre mis talones. Carraspeo estando detrás del sofá que comparten. Sus acompañantes se percataron de mi presencia y me esforcé en poner una expresión de enojo.
La chica de los labios rojos y el hombre giraron sus cuellos para mirarme; ella parpadeó, no sé si por lo maravilloso que soy o por el efecto de la droga.
—Así que estudiando con tus amigos, ¿eh? —reclamé como un novio celoso. Hasta crucé los brazos sobre el pecho para mejorar mi actuación y arqueé una ceja.
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Editado: 06.10.2021