Omitir drama

CAPÍTULO DOS

Antoine.

 

Odio dormir en algún sofá —incluso si es el mío—, porque no son tan cómodos como mi colchón ortopédico. La espalda me dolerá por días, todo por no querer incomodar a la chica de los labios rojos cuando abriera los ojos después de desmayarse.

Terminé de anudar la corbata, escuchando la descarga de agua del baño de abajo. Blanqueé mis ojos. Sé que excedí un límite al echarle en cara su error de beber algo que le dio un extraño, pero me molestó que pusiera en duda que soy un caballero al que le gusta llevar a las chicas de los festines a una cita antes de pasar a algo más.

Incluso con las que no llevo al evento me comporto de esa manera. Así sé si meterme con ella me traerá o no problemas. Como dije, leer su lenguaje corporal algunas veces se me es muy sencillo.

Tomé mi maletín, ajusté la correa de mi reloj, y antes de salir de la habitación, un pensamiento fugaz de prestarle algo de ropa a la chica cruza por mi cabeza. Quizás un pans y una camisa sean de ayuda. Pero tampoco se veía muy incómoda con su vestimenta.

No pierdo nada con ofrecérselo.

Bajo las escaleras en menos de diez segundos, y no la veo por ningún lado. El reloj marca que tengo cincuenta minutos para llegar a la oficina, hay una junta de emergencia con el objetivo de no perder un servicio de seguridad.

—¿Eres invisible?

—Ojalá —contestó saliendo del baño debajo de las escaleras. Se ató su cabello y aún quedaban rastros del delineado que adornaban sus ojos la noche anterior. Le estiré la ropa.

—¿Te cambias o te vas así?

—No eres muy simpático, ¿cierto?

—Te salvé anoche, yo creo que fui demasiado amable.

Me arrebató las prendas, entrecerrando sus ojos.

—No sabía que el ser humano tenía almacenado cierta cantidad de amabilidad.

—Ahora lo sabes. Apúrate, que debo llegar a tiempo a mi trabajo —apremie dándole la espalda para ir por el iPad que contiene mi vida laboral. La metí en el maletín y tomé una manzana del cuenco de frutas. Ya habrá tiempo para desayunar después.

—Ya —avisó. Me giré y… seguía siendo bella con sus labios pintados esta vez de un rosa menos llamativo.

Se ve que es una chica inteligente, ¿por qué estaba ayer con esas personas? No podía quedarme con la duda, solo espero que me responda.

—¿Por qué bebiste algo que no viste como fue preparado? Eso no fue muy inteligente de tu parte.

Ella resopló, mirando por las ventanas laterales.

—De alguna forma debía soportar la velada, y muy interesante no estaban siendo.

—Pudiste ser una víctima más. Quizás no habrías vuelto a ver a tu familia.

Me miró con intensidad.

—Si esperas que te agradezca…

—No es eso lo que…

—…, lo haré —me interrumpió—: Gracias por preocuparte por la seguridad de una extraña. Te debo una, si es que te vuelvo a ver.

Me llevé la mano a la nuca, jalando los pequeños cabellos de ahí, indeciso por continuar con esto o ya largarnos. Miré el reloj de pared: media hora.

—Ese hombre era muy mayor, debió darte una advertencia de no confiar demasiado.

—¿Me estás juzgando? —arqueó su ceja y cruzó los brazos sobre su pecho.

«Demonios».

—¡No! —me adelanté a aclarar antes de que su ceño se frunciera más—. Haces con tu vida lo que quieras. Solo que… Me gustaría cobrar el favor.

—Mira, chico, aprecio lo que hiciste por mí, en verdad, pero solo soy dama de compañía. No besos de más de diez segundos y si es posible sin lengua, y no sexo.

—No me malinterpretes. Solo necesito que me acompañes a un evento —bajó los brazos, mostrando un poco de interés, que murió cuando continué— por dos semanas.

—No me interesa lo que sea que te esté pasando por la cabeza.

Miré el reloj. Pareciera que el tiempo avanza rápido, pero solo han pasado pocos minutos

—¿Cuáles son tus precios?

—Ofrezco mis servicios por unas horas, máximo un día.

—Vamos, la paga será tanta que no necesitarás volver a ser compañía de nadie por mucho tiempo.

Frunció los labios.

—Mientras eso llega, me alimento de aire, ¿no? Me largo, ábreme la puerta —exigió yendo hacia esta. Me interpuse en su camino.

—Necesitas dinero, ¿cierto? Pagaré por tus servicios todo el tiempo, lo que cobras por un día —ofrecí como última apuesta—. El evento es una especie de concurso donde el premio es una cuantiosa suma de dinero. Te doy el treinta por ciento —negocié después de una pequeña explicación.

Se giró, alejándose de mí, y observó el loft, no sé si considerando mi trato o buscando una salida que no sea saltar desde las ventanas al vacío.

Me echó una mirada sobre su hombro.

—El cincuenta.

Lamí mis labios, mis ojos se desviaron al reloj una vez más. Suspiré.

—Cuarenta.

Arqueó una ceja, estirando sus labios en una sonrisa de lado, demostrando un poco de malicia.

—Cincuenta —repitió. Maldita sea, sabe lo que hace, y podría solo abrirle la puerta para que se perdiera, pero falta poco tiempo para que el Festín comience, y parece ser que es una chica que aprecia el espacio personal.

—Bien, cincuenta —acepté de mala gana. Estiré mi brazo—. ¿Es un trato?

Miró con desconfianza mi mano, pero terminó dando media vuelta, andando nuevamente hacia mí. Sonreí al pensar que la estrecharía, en cambio, la elevó en los últimos segundos.

—No eres un narcotraficante, ¿verdad? —negué con la cabeza—. Ni tampoco será una cacería de esas que salen en las pelis, ¿verdad? Dónde los ricos matan a los pobres por diversión.

Fruncí el ceño.

—¿Siempre eres tan paranoica?

—Después de que alguien alteró mi bebida, creo que tengo derecho a estarlo.

Blanqueé mis ojos, dejándolos unos momentos en el reloj. Veinte minutos para llegar a la oficina.

—No soy un delincuente ni tampoco te vamos a cazar en un retorcido juego. Solo es un festín.




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