Antoine.
Aparentemente la fiesta de Colette es a puertas abiertas, invitando a cualquier persona de clase media y alta, haciendo más emocionante el obtener los puntos entre tantos presentes. Bloqueo el celular sin terminar de ver sus historias para hacer el moño que lleva mi traje de época.
Ya estaba listo y faltaba poco para ir a recoger a Lia. Me aseguré de sacar dinero del cajero automático por si mi mirada se desviaba lejos de sus ojos o de sus labios. Espero que vayan pintados de rojos para no perder más de cien euros esta noche y quedarme varados en ellos como mi única tentación.
Tomé mi celular, dinero, trajera y llaves antes de bajar las escaleras del loft y salir, agarrando una manzana del frutero cuando mi estomago gruñó. Ingerí muy poco alimento el día de hoy por terminar más rápidos mis deberes en el trabajo y ponerme al día con mis rutinas de ejercicio. Este trasero fantástico no se mantendrá solo.
Conduje hasta el lugar de Lia, y le envío un mensaje cuando estacioné fuera del complejo de apartamentos donde habita. Aguardé bajo el calor de octubre, aunque ya empezaba a refrescar conforme la noche tomaba lugar. Escuché la reja de la entrada y haberla visto antes, midiéndoselo, no quita para nada el impacto que me da al fijarme en ella. Lleva el cabello recogido, con algunos mechones sueltos que perfilaban su rostro y, por suerte, llevaba los labios de un rojo tenue.
Se subió con esfuerzo por la amplitud del vestido. Resopló al cerrar la puerta.
—Por eso viajaban en carretas —se quejó por lo bajo. Miré la jora en mi reloj.
—Aún hay tiempo, si quieres puedo rentar una —ofrecí.
Aplastó la tela de la falda y me miró frunciendo sus labios.
—Eso nos podría dar más puntos.
Asentí.
—¿Es un sí? —quise confirmar sacando mi celular para empezar a buscar.
—Es un “¿qué estas esperando?”. Pero ¿puedes decirle que nos recojan en unas hamburguesas aquí al frente? No he comido nada y muero de hambre. Yo invito —agregó señalando a sus lindos senos. De mi billetera saqué diez euros y se lo pasé, marcando al primer número de carruaje que se veía lindo, digno de ella—. Era broma eso del dinero.
—Solo acéptalo, así no me siento tan depravado. A la larga aprenderé.
Ella solo rio. Le pasé mi celular para cuando contestasen en lo que conducía al puesto de comida rápida.
Pensé en las miradas que recibiríamos al bajar del auto, pero parecía que a Lia no le importaba mucho. Me llenó de confianza su seguridad de dirigirse a la parrilla donde encargó comida bajo el ojo de los comensales. La seguí.
—Te pedí una con queso y papas para compartir —informó al ponerme a su lado. Levantó su mentón y fijó la vista en mí—, ¿quieres algo más?
—Agua —contesté y ella sonrió.
—¿Para cuidar la figura?
—Este trasero no se mantiene solo.
Ella dobló un poco su espalda hacia atrás y soltó un silbido. Se enderezó, tomó mi mano, dejando el billete de diez en mi palma.
—Pagas diez si miras mis nenas, pago diez si miro tu trasero. Me parece un trato justo.
Me limité a reír. Esta chica tiene sus sorpresas. Puedo entender porqué el depravado que tenía como cita cuando la conocí iba a pagar tanto por su compañía; es elocuente, y vale cada centavo.
Justo cuando nos entregaron nuestros alimentos, y ella pagó tal como dijo, el carruaje llegó por nosotros. El indiqué a Lia que esperara en lo que dejaba el auto en el estacionamiento de su condominio. Minutos después, estábamos comiendo hamburguesas arriba de un carruaje sin techo, vestidos como si hubiéramos quedado atrapados en el tiempo.
Lia observaba el paisaje como si no viviese en la ciudad, incluso sus ojos brillaban cuando una parvada de pájaros nos sobrevoló; yo solo pensé e imploré que a ninguno se le ocurriera hacer sus necesidades sobre nosotros. Distraida con las vistas Parisinas, terminando su comida, bajó su mano al asiento. El viento ondeaba sus mechones sueltos, pero no parecía notarlo.
—Siempre quise recorrer París en un carruaje así —contó—. Es curioso que solo los turistas se tomen el tiempo de conocer la ciudad. Algunos ahorran por meses para poder venir, y nosotros no aprecias lo que tenemos.
—¿Alguna vez subiste a la torre Eiffel?
Quitó la mirada de los edificios y la colocó sobre mí.
—¡Claro! ¿Por quién me tomas? —golpeó su hombro con el mío quedando más cerca de mí—. También he visitado el museo de Louvre.
—¿Has ido al museo de Orsay? No es fan grande, pero contiene pinturas hermosas.
—Como dije, los parisinos no nos tomamos el tiempo de conocer la ciudad.
En mi pierna podía sentir el calor que emana su mano cerca de mí. Inhalé su perfume; un aroma que mezclaba cítricos con un poco de dulce. El viaje en carruaje es mal largo a la casa de Colette, pero la compañía es exquisitita, que ni siquiera me interesa el frío. Cuando el comienza a ocultarse, de alguna forma se encienden lucecitas dentro del carruaje. Lia sonríe. Estira su mano para tocar las que están colgadas de las varillas de metal, rozándolas con sus dedos.
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Editado: 06.10.2021