Omitir drama

CAPÍTULO DOCE

Antoine.

Los chicos estaban a nada de gritar: “vivan los novios”, a la hora del desayuno, cuando Lia se mantuvo a mi lado todo el tiempo, con sus dedos enlazados a los míos y depositando besos esporádicos en mi mejilla que me hacía mantener una sonrisa de idiota en mi rostro.

Cuando la mayoría había terminado con todos sus alimentos, una campana sonó por los altavoces. Lia resopló.

—Es festín y ni siquiera nos dejan comer —reclamó poniéndose de pie a par. Uno de los empleados se posicionó frente a nosotros.

—Síganme, los llevaré a su siguiente reto.

Me daba mala espina que Colette nos siguiera, porque si es una contienda de grupos, el desafío será interesante porque ambos vamos a dar todo por ganar. El chico nos lleva a un…

—No puede ser —suelta Lia.

—¿Quién puso un juego de niños? —preguntó Colete con burla.

—¡Buenos días, huéspedes! El reto de hoy es “El caracol”, ¿lo jugaron de niños? De cualquier manera, explicaré las reglas. Frente a ustedes se encuentra un tablero de veinte casillas. Su intermediario de juego los amarrara de la cintura con su pareja para que salten a la par.

Y ahí está la dificultad. Son espacios chicos para poder mantener el equilibrio, más si se tratan de dos personas. Incluso más si las casillas se van llenando y no podamos pisarlas.

Sigue explicando las reglas que conozco desde niño, por lo tanto, me pongo de cuclillas para trazar la estrategia. No podemos elegir tres casillas juntas y el número uno y diecinueve son claves para saltar sin tantos problemas.

La campana que inicia el reto suena. El empleado envuelve una cuerda en la cintura de Lia y después en la mía, pasando a hacer lo mismo con Colette y su pareja.

—Tienen veinte minutos para completar el tablero —nos recuerda—, quien tenga más casillas gana tres mil puntos, el perdedor solo se llevará mil. —Saca una ficha con dos colores—. Señorita Tucci, elija un color.

—Verde, como mis ojos.

Eso me dejaba el morado. Lanzó la ficha, cayendo mi color.

—El señor Bigot y la señorita Lara comenzarán. —Le pasa un aerosol de pintura morada a Lia; ella le agradece y nos acercamos al caparazón del caracol pintado en el suelo.

—Usaré la izquierda —le dije.

—Yo la derecha —mencionó enlazando su codo al mío. Comenzamos a saltar las casillas hasta el veinte y de regreso. Lia me miró, pero aún no decidía qué color pintar—. El uno sería mejor.

Asentí tomando la lata para rociar la pintura.

 

***

 

Mis piernas estaban cansadas; en más de una ocasión, Lia casi perdía el equilibrio cuando chocaba con su brazo al aterrizar en una casilla nuestra. Perdimos un turno cuando pisé una línea, dándole la ventaja a Tucci de colectar diez cuadros para su equipo. Si nosotros no conseguíamos el numero veinte, perderíamos. Solo quedaban tres minutos y cuarenta segundos en el reloj. El sudor empapa el rostro de Lia, deslizándose por si cuello hasta perderse en el valle de sus senos. Respiraba superficialmente y sus labios estaban secos, razón por la que se los humedecía constantemente con su lengua. Sus extremidades inferiores temblaban y al caer en la casilla quince, soltó un quejido, apoyando con firmeza ambos pies sobre el descanso.

Me preocupé por ella.

—¿Estás bien?

—Sí, pero no creo logarlo —confesó con pesar.

—Vamos, preciosa, tres más.

Ella levantó la cabeza, manteniendo las manos sobre sus rodillas para recuperar el aliento.

—Aun debemos regresar para poder pintarla.

Sonreí de lado.

—Para eso están los caballeritos —le aseguré con un guiño de mi ojo.

Ella rio y se recuperó para saltar al diecisiete y dieciocho que nos pertenecían, en este último jaló de mi cabeza cuando estuve a punto de caer y pisar la casilla diecinueve de color verde. Llegamos a nuestro destino y Lia se subió a mi espalda. Regresar en menos de dos minutos sería difícil de esta manera, pero la incertidumbre en el rostro de Tucci de si íbamos a logarlo o no me alentaba a darlo todo.

Con esfuerzo llegué a la casilla número quince y, al aterrizar sobre la doce, perdí el equilibrio. Intenté mantenerlo, pero el peso extra de Lia lo impedía. Por mi mente pasó el escenario de yo aplastando su cuerpo y lastimarlo. Se aferró a mi cuerpo. La única manera de no irme hacia atrás era dejando caer las rodillas y tocar la casilla once del color de Tucci, cediéndole la victoria.

¿Los puntos o Lia?

La respuesta no era tan difícil. Me impulsé intentando llegar a la casilla diez, que nos pertenecía, pero caí al tocarla, yéndome de cara a las casillas de Tucci. La campana sonó y ella celebró.

—¡Por Dios, Antoine! ¿Estás bien? —Levanté mi dedo pulgar. El intermediario le quitó la soga a Lia y la pareja de Colette me ayudó a ponerme de pie.

—Gracias, Louis —le agradeció Lia. Sujetó mi rostro con sus delicadas manos y lo movió a todos lados, buscando golpes que claramente se fueron a mi nariz y mentón. Se paró sobre las puntas de sus pies, besando mi barbilla.




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