Antoine.
Siento que estoy dentro de un sueño o de una nube. O en una nube flotando en un sueño.
Ingenuamente pensaba que no necesitaba oírle decir esas palabras, porque era capaz de ver que ella también sentía eso por mí. Pero —¡joder!— se sintió tan bien la paz que me abarcó una vez las soltó.
Quedaban solo tres días más del Festín y volveríamos a estar cada uno por su lado. No digo que vayamos a terminar con esta relación que floreció, pero aquí pasábamos todo el tiempo juntos; en la ciudad… Voy a extrañar despertar y lo primero que vean mis ojos sea su rostro.
Debemos volver a nuestra rutina de todos los días. Trabajo, universidad y sumarle el comer juntos, pasar tiempo con Daizo. Lo que salga en el transcurso de los meses.
—Estaba pensando —habló ella, silenciando el televisor y girando hacia mí— en la tutela de Daizo, la casa y esas cuestiones que ahora cambiarán. Ya no nos veremos igual por nuestras actividades.
—Lo sé —admití.
—Lo que consideré fue que, quizás y si tú quieres, puedes venir a vivir con Daizo y conmigo a la casa.
—¿Vivir juntos? —Enderecé mi espalda, girando hacia ella.
—Solo es una sugerencia —corrió la mirada, tratando de ocultar el sonrojo en sus mejillas. No pude evitar sonreír y moverme hasta quedar más cerca de su cuerpo. Coloqué una de mis manos sobre su muslo y con la otra su mentón para que me mirara.
—Me encantaría vivir con ustedes, Lia.
—Ya que estamos revelando pensamientos, ¿quieres acompañarme en el siguiente Festín?
—Pero faltan cuatro años para eso, ¿no te vas a abrumar de mí? —sonrió de lado, arqueando una ceja.
—No creo hacerlo nunca —confesé.
Cerré mis ojos, acercando mi rostro al suyo, sintiendo el cosquilleo de anticipación que me da cada que estoy a instantes de besarla, pero esta vez mis acciones se ven frustradas por el sonido de una campana. Maldije escasos centímetros de tocarla, incluso nuestras respiraciones se mezclaban.
—Bésame —pidió en un jadeo bajo.
La campana sonó nuevamente; gruñí. Por llegar tarde unos minutos no vamos a perder.
Pero sí nos descontaron trescientos puntos que los recuperaremos en mi reto “Una obra de amor”. Estaban dispuestos ocho caballetes con su respectivo lienzo en el salón de eventos. Había pinturas, pinceles, lápices y gises para que pudieras recrear la forma en qué ven a su pareja en su lugar feliz. Incluso contrataron a un psicólogo para que estudiara la primera reacción de las personas al ver el trabajo artístico dedicado a ellos.
Solo él podrá decidir quién se lleva los puntos.
No soy bueno en el manejo del óleo o acrílico, pero sí en el carboncillo. Trazo el boceto que quiero preservar y pasar desde mi memoria. Tenemos cinco horas para terminar, así que no me preocupo ni apresuro. Quiero que todo quede perfecto. Sus labios, sus ojos y la felicidad que pude ver ese día; quiero plasmarlo todo.
Mis dedos se manchan, he perdido la practicar en su uso, pero no me desánimo a continuar con todo. Me levanté y busqué un color rojo en la mesa donde estaba todo. Solo esto me faltaba y aún tenía tiempo. Agarré también el color dorado.
La primera chicharra de error sonó, solo levanté un poco la mirada para ver la mueca de Didler al observarse a sí mismo en medio de muchos billetes. Solté una risa baja, más cuando él dibujó con sus dedos a su pareja en medio de un prado y la chica se echó a llorar, corriendo fuera del salón. Se encogió de hombros y se fue a sentar hacia donde Colette y Donnet disfrutaban de su compañía.
Ojalá hubiera apostatado con alguien sobre esos dos y no solo hablarlo con mi mente, ya me habría embolsado buena suma de dinero.
La campana que finalizaba el reto sonó. Bajé el carboncillo y un empleado cubrió mis ojos con una venda, al igual que con los demás concursantes. Escuché el cambio de lienzos, y cuando se me permitió ver, me fue imposible no sorprenderme.
Lia hacía buen uso del acrílico, tanto que me sentí transportar a ese día, en el que le mostramos la casa a Daizo y preguntó sobre mi collar. Ambos veíamos su interior y en mis ojos se reflejaba la fotografía de mi familia. Sonreí. No esperaba que este recuerdo fuera representado, o que ambos pudiéramos a su hermano en los lienzos.
Alcé la mirada solo para encontrar a Lia cubrir su boca, dejando ver sus ojos llorosos. Yo retraté el día qué pasamos con Daizo en mi casa, justo después de enviar este reto. Ella estaba sentada en el sofá con su hermano, comiendo palomitas mientras veían esa película. Ambos estaban felices.
Se levantó de su silla, caminó hasta mí, se inclinó y me besó con profundidad, sin importarle que tuviéramos público.
—Aww, se ven tan lindos —escuché a Colette decir, pero no quería alejarme de Lia, así que la obligué a sentarse sobre mí para continuar con nuestro roce de labios.
—Te quiero —musité.
—Siete por ocho, cincuenta y seis—respondió ella y reí contra su boca.
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Editado: 06.10.2021