“Estúpido niño bestia” o “Bastardo lampiño” eran peyorativos que Sett estaba acostumbrado a oír a donde quiera que fuera. Cuando era más pequeño no entendía porque la gente mayor ya fuera vastayas o humanos, lo señalaban con sus garras o dedos llamándole: Abominación. Su inocencia no fue capaz de identificar por qué le causaba tanto conflicto a los miembros de la tribu vastaya de su madre y a los noxianos con los que se codeaba su padre. ¿Por qué su simple existencia parecía alterar a quien lo viera? ¿Acaso el ser diferente era algo malo? Las constantes miradas despectivas y habladurías le herían y aunque su madre lo consolaba; sabía que en el fondo que aquello también le afectaba. Esto por supuesto le tenía sin cuidado a su padre, quien parecía más preocupado por su carrera de luchador del foso que en el bienestar de su propia familia, por eso cuando desapareció sin decir nada dejándolos a su su suerte, un odio por su progenitor se gestó en él y esto, aunado a la constante discriminación y acoso del que era víctima hizo de él una persona insensible y violenta. Una vez que vio las luchas del foso entendió que las personas solo razonaban a través de la violencia; solo seguirían al más fuerte. Entonces, él sería el más fuerte de todos, se convertiría en EL JEFE de la arena.
Para lograr su cometido, se dedicó a fortalecer su cuerpo mestizo en el bosque. En las calles de la pequeña ciudad donde vivía ya no existían chicos de su edad que no hubiera derrotado y humillado; hacía un tiempo que sus acosadores habían desistido de enfrentarse a él y ansiaba batirse en la arena con los luchadores expertos pero antes de ello, debía asegurarse de ser lo suficiente fuerte para no ser derrotado. Una sola derrota implicaría un problema para la reputación que comenzaba a construirse, debía ser invencible. Por ello, con la excusa de conseguir empleo para ayudar a su madre, se iba lejos de casa para adentrarse al bosque y derrotar algunos bichos para vender sus pieles. Así entrenaba y conseguía dinero para llevar regalos a su madre que tanto amaba.
Un día mientras intentaba escalar un árbol de gran tamaño hasta lo alto de su copa, le pareció escuchar detrás de él, escondido tras los arbustos, una voz. Pensó que tal vez se trataría de alguno de los chicos que había enfrentado y lo había seguido desde la ciudad hasta el bosque para vengarse de él. Le daría una lección ejemplar para que cualquiera que tuvieran la misma brillante idea se lo pensaran dos veces. Se acercó sigilosamente para tomarlo por sorpresa cuando entre los arbusto el brillo del filo de una espada abanico muy cerca de la punta de sus orejas, apenas y había alcanzado a reaccionar para evitar que lo cortara. Sett furioso aprovechó el descuido de su atacante y metió su brazo al arbusto para jalarlo hacia él y darle un cabezazo que lo desoriento. Su agresor soltó su espada pero se asió de él y cayó de espaldas para levantarlo con su pierna y mandarlo a volar. Así habría sucedido de no ser que Sett antes de salir despedido se sujetó de su pierna y lo jaló junto con él, haciendo que ambos cayeran rodando hasta una zanja cercana. La caída fue estrepitosa, primero cayó Sett de espaldas, quien resintió el golpe pero la peor parte fue cuando el chico que lo había atacado cayó sobre él, quedando cara a cara. Ambos chicos quedaron vapuleados y les tomó un segundo recomponerse, el primero fue Sett que aprovechó para empujar al chico a un lado y se giró para ponerse sobre él e inmovilizarlo.
—¡¿Quién diablos eres?! ¡Contesta maldito!— le gritó el joven mitad vastaya mientras lo examinaba. No le parecía conocido pero quizás era pariente de alguno de los chicos que había golpeado la última vez.
El joven tenía una tez clara y su complexión era delgada, a Sett le sorprendió que a pesar de ser tan delgaducho había tenido la fortaleza para levantarlo en vilo y lanzarlo por los aires. Su rostro no era para nada varonil, era ovalado y tenía un extraño tatuaje de luna creciente que cruzaba desde la ceja de su ojo derecho hasta por debajo de sus labios; de no ser por su cabello corto y oscuro y su pecho plano, Sett podría haberlo confundido con una chica.
Sett aguardo por una respuesta pero el muchacho no se dignó en mirarlo, al contrario ladeo su rostro y lo ignoró. Aquello molestó de sobremanera a Sett, lo que más odiaba era que lo tratarán como alguien inferior. Así que tomó el rostro del muchacho y lo obligó a mirarlo.
—Escucha maldito, si vas a atacarme al menos dime tu nombre. Quiero saber a quién le voy a partir la cara— gruñó el chico muy cerca de su rostro y le mostró sus colmillos.
—Me llamo Aphelios —contestó finalmente el chico.— ¿Puedes quitarte de encima o planeas quedarte ahí para siempre?
—Depende de tu siguiente respuesta ¿Por qué me atacaste?— preguntó el muchacho.
—Pensé que querías atacarme, sentí tu sed de sangre. Así que ataque primero— explicó Aphelios.
—¿Qué? Yo no buscaba pelea— explicó Sett— Al menos no esta vez—agregó pasándose una mano sobre el cabello— Como sea, yo estaba entrenando y tú me interrumpiste.
—Puff, a eso llamas entrenamiento— se burló Aphelios desde el piso. —En mi hogar a eso le llamarían estar perdiendo el tiempo.
—Bueno, yo no soy el niño con rostro bonito que está en el piso—Soltó Sett.
Un incómodo silencio se apoderó de ellos mientras se miraban con altivez, finalmente Sett lo liberó y se sacudió las hojas secas que se habían pegado a su ropa.
—Bah, no pienso perder mi tiempo contigo. Tengo mejores cosas que hacer— dijo Sett dándole la espalda.
Aphelios se sentó en el piso y también se sacudió el polvo que se había adherido a sus ropajes. Al principio, había confundido al chico vastaya con algún miembro de los Solari, su clan le había advertido que en su viaje de entrenamiento enfrentaría algunos peligros y que incluso, tal vez encontraría asesinos Solari que intentarían acabar con él. Por eso, en cuanto percibió la sed de sangre del chico, pensó que se había encontrado con alguno de esos asesinos de los que le habían advertido. De haberlo visto antes, tan solo lo hubiera ignorado y continuado con su viaje pero ahora que había peleado contra él, se había dado cuenta que aunque el chico no tenía técnica,era bastante fuerte y tal vez le serviría como un adversario para practicar lo que había aprendido durante su viaje.