—¡Esto es inaceptable y no pienso tolerarlo!—
Una fina copa de oro había sido aventado al otro extremo de la habitación, derramando su contenido en la pared y parte de la alfombra. Un viejo mayordomo se apresuró rápidamente a limpiar el desastre que había hecho su ama sin emitir ni un comentario al respecto mientras era observado atentamente por el hombre que había llegado aquella mañana con lo que podía suponer eran malas noticias.
El hombre que se había presentado aquella mañana era un zaunita de tez canela, ojos dorados, grande y de aspecto rudo. Tenía un tatuaje tribal en su cabeza rapada que simulaba una media corona de eslabones abiertos. Las facciones de su rostro parecían imperturbables y endurecidas con el tiempo, estaba ya acostumbrado a las rabietas de aquella mujer que más que ser su socia parecía más su patrona.
—¿Vas a calmarte o seguirás sin escucharme?— le preguntó a la hermosa mujer que tenía enfrente y que se mantenía tras un elegante escritorio de caoba y de finos acabados.
La mujer lo observó irritada a través de su par de ojos aceitunados y luego de soltar un suspiro molesto y acomodarse el mechón de cabello rubio que caía sobre su rostro, intentó tranquilizarse.
—Sírveme más vino, Sebastian—Le ordenó la mujer a su mayordomo y volvió a tomar asiento sobre la silla de su escritorio.
El mayordomo enseguida dejó la limpieza de la alfombra y se apresuró a llenar una nueva copa con la deliciosa bebida roja que su ama disfrutaba hasta hace poco.
—No deberías beber tanto Claudia. Ninguna mujer respetable debería beber de ese modo— dijo el Zaunita más como un reproche que como una recomendación.
—¿Insinuas que no soy respetable?—preguntó con altivez la mujer y empinó la copa sobre sus labios. —Tal vez mi dinero tampoco lo sea para tu empresa.
—Sabes que no me refiero a eso—El zaunita le dirigió una mirada cansada y soltó un suspiro.
—Entonces explícame de nuevo como un completo desconocido se ha llevado por tres noches seguidas nuestro dinero del Battle Royal, se supone que todo está arreglado para que nuestro campeón gane y tú permitiste… ¡Que un estúpido Don Nadie se llevará nuestras ganancias!— La mujer volvió a exaltarse y azotó su puño con ira sobre la base de su escritorio.
—El tipo es fuerte, más que nuestro campeón, se ha mantenido invicto durante tres noches. Sabes que si la pelea no parece “limpia”, la gente no apuesta y a decir verdad, las entradas se han vendido más de lo normal. Todo mundo quiere ver a ese mestizo pelear— explicó el hombre que aún se mantenía en pie y que Claudia al notarlo le indicó con un ademán que se sentará.
—¿Quién es él? Cualquiera que pueda derrotar a mis campeones me interesa— preguntó Claudia apoyando sus codos sobre su escritorio y entrelazo sus dedos mirando a Dominic con interés.
—Es un mitad vastaya, al parecer joniano por los ropajes que usa. Es bastante fornido y astuto. No sabemos de dónde vino ni su nombre porque firma el registro como “El Jefe”. Amenazó con ir esta noche a la arena otra vez— explicó Dominic de manera sobria como si leyera un aburrido informe que debía recitar para una clase.
—Un mestizo, interesante. Nunca he visto un mestizo vastaya, son exquisitamente raros— dijo Claudia evocando una soberbia sonrisa con sus labios pintados de rojo sangre y sus ojos verdes se iluminaron de curiosidad y excitación.
—El último vastaya que tuve como mascota no duró mucho pero si ése es tan fuerte como dices, tal vez debería hacerlo mi nuevo perro faldero. ¿No lo crees? Así aprenderá a no meterse en mi negocios—
Dominic sabía de sobra lo que a Claudia le gustaba hacer con los Vastayas, los compraba en el mercado ilegal de esclavos y le gustaba sodomizarlos hasta que la pobre víctima era reducida a un fantasma de lo que solía ser. Él era el encargado de disponer de los restos de sus víctimas y echarlos al mar donde no dejaban rastros de su existencia. De esa forma, Claudia mantenía su imagen limpia y lejos de las miradas curiosas de sus competidores.
Desde joven, la mujer se había obsesionado con el poder cuando en un trágico incidente perdió a su único familiar. Su amado padre, el Barón Von Willebrand, quien le heredó su fortuna y negocios. Muchos empresarios quisieron aprovecharse de la inexperiencia y juventud de Claudia e intentaron arrebatarle lo que por derecho le pertenecía pero ella demostró ser mucho más astuta que todos ellos. Sus negocios continuaron creciendo en Piltover y también en Zaun bajo el nombre de Madame X. Hasta ahora la astuta mujer se había mantenido lejos de la vista de halcón de la sombra de acero, justiciera y protectora silenciosa de Piltover, quien había estado buscándola hasta el cansancio para eliminar de una vez por todas a una de las cabezas principales de la quimérica red criminal en Zaun.
—¿Qué quieres que haga con él?— preguntó Dominic a sabiendas de lo que Claudia le pediría. A veces más que socios, él parecía ser su empleado y aunque no le agradaba mucho la dinámica que tenían no podía hacer nada, dado que el capital del negocio lo había asentado Claudia con parte de su fortuna. Así que se resignó a cumplir ese rol siempre y cuando él tuviera su parte.