Aquella mañana la gárgola despertó, abrió sus demoníacos ojos, extendió lentamente las membranosas alas entumecidas por los siglos de recogimiento, poco a poco los músculos de roca comenzaron a tener actividad y se irguió majestuosa, como en aquellos días de su temprana juventud, siglos atrás, cuando su presencia provocaba el más grande terror entre los pobres e indefensos humanos. Miró a su alrededor y notó que nadie se percató de su presencia.
Los humanos corrían de un lado a otro atropellandose en su camino o subiendo y bajando de bestias sin alma que seguían un solo camino, de pronto un silbido en el cielo lo obligó taparse sus agudas orejas y descubrió en el cielo a un ave gigantesca que lanzaba extraños huevos que destrozaban todo al caer.
Por primera vez en su vida la gárgola tuvo un sentimiento que estremeció sus entrañas, así que antes de ser destrozada por uno de esos huevos volvió a su letargo para soñar en el infernal mundo donde ella era ama y señora