Correteaban esa noche dos lobos a través de un bosque lejano. Uno de ellos, blanco cual nieve, el otro, tan oscuro como la noche. Parecían perseguirse el uno al otro, al adelantarse el primero, un segundo aceleraba, y así por varios minutos. Pronto el bosque acabó, encontrándose esos animales con el borde de un acantilado. Se detuvieron en seco, acercándose a paso lento hacia la orilla. Un brillo los cubrió, haciendo que en su lugar aparecieran dos chicas, idénticas, pero a la vez opuestas. Eran gemelas, de cabello igual al pelaje de sus lobos. La de tonos albinos llevaba en sus ojos todos los colores del arco iris, la morocha poseía un par de perlas rojas. Se miraron entre sí, como si lograsen entenderse sin necesidad de palabras, a través de miradas, gestos y silencios. La de tonos oscuros, también en su ropa, se sonrió.
—Una más, hermana, diviértete.
—No, Rose, tenemos trabajo que hacer.
Se inclinó la luz hacia el acantilado, dejándose caer, seguida de mala gana por la oscuridad. A pocos segundos de separar sus pies del suelo, un par de halcones se alzó en vuelo. Cada uno, cuyo plumaje revelaba a la gemela de la cual surgió, volando en una misma dirección. Tras tantos años de viajar juntas a través del universo, lograron dejar sus diferencias de lado y potenciarse, no volvieron a separarse por largos períodos de tiempo. Una imponente estructura de apariencia romántica se elevó ante ellas, apartada en una lejana montaña, a mitad de un planeta deshabitado. Ya por ser inhabitable o porque acabaron con todo el que ahí vivía, pero lo tenían solamente para ambas. Alrededor del edificio se alzaba un gran bosque, uno especial, al que llegaba todo viajero que frecuentara tal sitio. Venían desde cualquier punto del universo, arribando al pequeño planeta en naves espaciales, a través de portales o tras perderse en algún agujero de gusano, pero siempre terminaban ahí. Ellas se habían otorgado a sí mismas el título de guardianas, con la excusa de mantener el equilibrio dentro de ese conjunto tan extenso de gases y galaxias. Su hogar, con el tiempo, se había vuelto un refugio para seres provenientes de distintos planetas, sistemas estelares, seres que no se verían unos a otros en sus vidas si no fuera por las gemelas. Fugitivos, refugiados, exiliados, todos pasaban primero por el castillo de Opal y Rose. Una vez allá, el halcón albino se volvió nuevamente a la forma humana. Su hermana se posó sobre la barandilla en uno de los balcones, mirando siempre a Opal.
—No entiendo por qué disfrutas tanto esa figura, los humanos son...
— ¿Aburridos? Posiblemente, pero la silueta de una humana como la que se usó para crearnos tiende a ser agradable a cualquier especie, y ese es mi trabajo: parecer lo que tú no eres.
—Y pensar que somos hermanas...
Y esa era solo una de sus habilidades, dado a que se las había creado con un propósito: robar los poderes de aquellos seres especiales en su planeta, y de esos hubo varios. Su creador deseaba poder y control, así que las formó a base de distintas especies que habían demostrado la capacidad de valerse, aun cuando le generaran un mal a otros. La silueta de alguno, el encanto o la destreza de otros, una mordida letal y, sobre todo, la ambición del mismo amo. Pero, aunque parecieran humanas, seguían sin ser más que un par de androides. Y entre los cables que simulaban sus venas, se encontraban dos chips con los protocolos del dúo, aquellos que su «padre» implantó para evitar una revuelta, los cuales al poco tiempo se volvieron obsoletos, llevándolo a la perdición.
Eterna juventud, vida más que prolongada, apenas podían considerarse seres vivientes sin la posibilidad de cumplir uno de los requisitos básicos para entrar en esta categoría: la muerte. Entre sus capacidades, la que más solían usar era una a la que llamaban «metamorfosis animal», la cual es tan sencilla de entender que no es necesario explicarlo, dado a que es la que vienen observando desde el inicio de esta historia. Sufrían de un hambre voraz, y era esa insaciabilidad suya lo que las volvía tan peligrosas.
— ¿Ya llegaron tus amigos? —preguntó entonces la chica de cabellos blanquecinos a su hermana, con cierto toque sarcástico en la voz. El halcón negó luego de picotearse un poco las plumas.
—Sigo sin entender qué quieres con ellos.
—Alianza, Rose, es preferible tenerlos de amigos que como enemigos. —Se sonrió, cargándose sobre la columna más cercana —. Y no me sorprende, es larga la lista de cosas que no entiendes.
—Es complicado seguirle el ritmo a alguien que aspira ser quien no es, siempre está al tanto de todo lo que aparenta ser mejor a sí misma. Yo estoy bien siendo como soy, por eso no me interesa lo que haga un humano, elfo, orco o duende, me son insignificantes.
—Solo me informo, hay una gran biblioteca en este lugar, me gusta leer y sería un desperdicio que todos esos libros estuvieran ahí juntando polvo. Además, con los años uno se aburre si no es tan vil y despiadado como una chica que conozco.
—El sufrimiento de otros me complementa, bebo sangre como tú lees esas hojas garabateadas por alguien que de seguro ni conoces.
—Entonces, cielo, creo que necesitas algo de ayuda.
Le guiñó un ojo, haciendo que su contraparte bufara con fastidio. La aún arpía se fue de ahí, dirigiendo su vuelo a la entrada del bosque, logrando ver que llegaba un nuevo inquilino y, a la vez, potencial desayuno. Opal mantuvo sobre ella la mirada un par extra de segundos, asegurándose de que mantuviera el juicio antes de comerse aquella pobre alma, inocente o no, sin lanzar una moneda al aire con respecto a ello. Así era siempre, el carácter impulsivo de su hermana era lo que le daba una razón para mantenerse cerca, ella era para Rose un cable a tierra, su conciencia. Al mismo tiempo, la morocha representaba para ella un «break», la posibilidad de romper un poco las reglas, de salirse del sistema; era lo que le endulzada su amargo día a día con un poco de peligro y energía. Se mantuvo entonces observando por un momento la inmensidad que la rodeaba; luego a su hermana, vendiéndole alguna historia barata a su víctima; y por último, la misma nada. Era algo que solía hacer, simplemente pensar. Así como de la nada se perdió en su propia mente, pronto volvería a la realidad y, tras darse media vuelta, nada más entró al castillo donde vivían. Siempre, claro, ignorando los gritos desconsolados de a quien su hermana se encontraba asesinando.
Otra como aquella tarde, llegó una pareja al bosque. Uno de ellos apenas aprendía a controlar los portales que creaba y su compañera intentaba ayudarlo. Rose los vio desde la distancia. Tenía en mente cumplir, al menos por una vez, el papel que se le había asignado. Así, ante la confusión en cuanto a su moral, podría divertirse un rato. Opal no estuvo interesada en detenerla, aún habitaba en su interior una pequeña porción de su inicial finalidad, esa que le provocaba un ligero goce ante el sufrimiento ajeno. Porque, así como se las veía, tan opuestas y enfrentadas, habían sido solo alguna vez, antes de su primera evolución y de poseer una consciencia propia. Desde entonces encontraban mutuas varias de esas características que se le habían asignado a nada más una de ellas.
—Sin sangre, por favor. No quiero una masacre en un día tan tranquilo como hoy...
Y no, no era Rose de quien hablaba, esa que solía ser más impulsiva y desquiciada. Hablaba de sí misma, porque a diferencia de su hermana, a ella el simple olor de la sangre la enloquecía. Opal, por su parte, prefería la de amargo sabor y Rose la más dulce. Por ello se decía que la rubia (por no decir albina) cazaba a los de mal corazón, pero aquello no tenía mucha relación. En realidad, el sabor de la sangre variaba con relación a las diferentes especies. Mejor dicho, ella prefería a los humanos: el gusto metálico de su líquido vital le era una delicia. Tal vez esa fuese su razón real para pasar la mayor parte del tiempo con esa imagen: para atraer, confundir y devorar.
Rose acompañó a aquella pareja dentro del edificio, ofreciendo su refugio por el tiempo que les fuera necesario. Solía bromear con respecto a la nula molestia que le podrían traer, dado a que ese sitio tenía tal tamaño que era posible ni siquiera verse en todo el día.
—Gracias por esto... —La chica dudó unos segundos, pensando, intentando recordar—, perdona, ¿tu nombre?
—Suelen llamarme Rose.
— ¿Llamarte? O sea que ese no es tu verdadero nombre. —Observó él, su anfitriona negó, dándole la razón al respecto—. ¿Y por qué te llaman así?
— ¿Qué es lo primero que resalta en mí?
—Tus ojos —respondió la chica sin dudarlo ni siquiera un instante, el color rojo intenso de su iris se diferenciaba dramáticamente del negro en su cabello y ropas—. Pues claro, son rojos como una rosa.
La hermana llegó entonces, con cierta gracia en la mirada se negaba. Sí, esa era la razón de que la llamaran de esa forma los que apenas la veían. El dueto de jóvenes quedó pasmado ante esa segunda imagen, idéntica a la que ya conocían, pero a la vez opuesta. Opal les mencionó, haciendo reír también a Rose, que con una rosa negra solían relacionarla los que de verdad la conocían. La rareza de aquella planta, su misterio, además de la belleza de la que esta poseía, era lo que las volvían similares. Incluso hablando de flores serían tan distintas, pues la versión blanca de esa planta solía ser hasta más fácil de encontrar, al igual que transparente en más de un sentido.
—Y... ¿cuál de ustedes es «la gemela mala»? —preguntó con cierta gracia el único chico entre ellas, quien lo acompañaba le golpeó el hombro con bastante fuerza, pidiendo que no dijera tonterías como esas. Las gemelas rieron, se miraron entre sí y luego nuevamente a ellos.
—Tendrás que descubrirlo por tu cuenta —dijeron al unísono.
Algo en su tono de voz les hizo temer, como si aludieran a la posibilidad de que ninguna fuera del todo buena, causando escalofríos en sus invitados. Optaron por dejarlas un rato a solas. Ya se les había indicado sus habitaciones, así que se retiraron. Ni bien se los vio lo suficientemente lejos para evitar oírlas, ambas comenzaron a reír. Cuando tenían esos ataques de inmadurez eran idénticas a un par de adolescentes, cuando realmente se veía lo mucho que entre sí se adoraban.
Pasó un buen rato hasta que oyeron un grito de trasfondo. El ruido, proveniente de la dirección en que sus futuras presas se habían ido, les indicó la necesidad al menos de ir a ver. Una vez dentro del pequeño cuarto se encontraron con una sangrienta escena, nada más el olor alteraba a una de ellas, la culpable de un menor autocontrol. Dos cadáveres descansaban en el suelo de la habitación, Rose miró con cierto odio al trío de aparentes jóvenes, sentados dos de ellos en las camas y un tercero en la ventana. Opal se cubría la nariz intentando controlarse, sus ojos pasaban del estado normal a un rojo como el de su hermana en milésimas de segundo. El mayor de los tres hermanos se acercó de forma algo amenazante a la gemela que aún mantenía la compostura. Ella enderezó la espalda, respondiendo con la seriedad visible en su mirada.
—Perdón, ¿te quité la merienda?
—Ni lo intentes, Nathan, el rollo de niño malo le queda mejor a tu hermano.
—Venimos siguiendo a estos dos bastante tiempo, no es contra ustedes. —Entonces Liam, el menor, intentó calmar al menos por un momento la intensa tensión entre ambos hermanos mayores. Una tensión que inexplicablemente, existía desde su primer encuentro años atrás.
En el rostro de Nathan apareció una pequeña sonrisa, casi insignificante, siempre mirando a la chica. Rose suspiró aún algo fastidiada, reclamando que al menos la hubiesen dejado morderlos. Una vez muertos la sangre le sabía mal. Al oír el propio comentario miró a su hermana, ella estaba a punto de estallar. Con un gesto hizo salir de ahí a sus visitantes, encerrando a Opal dentro de la habitación con los cadáveres.
—Nunca la había visto así, ¿qué le ocurre?
—Sangre humana, la vuelve loca. Solo el olor basta para que pierda la cordura, como un lobo hambriento.
—Se detuvo, entonces sonrió de lado—. Así como yo con la de los niños que preguntan por todo.
—Tus amenazas no me llegan, Rose.
—Fue advertencia, Li, no una amenaza.
Pasó un buen rato, demasiado largo en lo que a Rose concierne, desde que dejó encerrada a su hermana para así pudiera comer. Se apoyó ligeramente en la puerta de madera tallada, mencionando por lo bajo su nombre, pero no contestó. Volvió a nombrarla, algo más fuerte, siendo la única respuesta que oyó un golpe seco desde el otro lado de la abertura. Asistida por Derek, el último de los tres hermanos, abrió la puerta con cierta dificultad. Una vez dentro descubrieron lo que les complicó tal tarea: el cuerpo inconsciente de Opal, desmayada, con la mirada perdida y los ojos apagados. Rose se redujo a esa altura, con una de sus manos intentó forzar su mirar. Al reconocer la pérdida de aquel brillo en ese par de gemas, notó que estos seguían en el mismo tono rojizo perteneciente a su frenesí. Entonces la mayor de las gemelas entendió que algo andaba mal. La boca de quien solo la miraba estaba cubierta de sangre, sus colmillos no se retraían aún y chorreaban también ese líquido carmesí. Era como si hubiese caído en un trance luego de calmar su sed, su hambre. Opal la veía, pero no la miraba.
—Jamás la vi de esta manera, normalmente se le pasa luego de saciarse.
— ¿Crees que algo esté mal con ella? —Rose volteó a verlo, él se encogió de hombros. Liam parecía ser el único al que le importaba su hermana, el único que mostraba interés.
—Solo hay una cosa que puede «ir mal» con alguna de nosotras, pero...
Se detuvo, por un momento pensó en aquello, en ese pequeño chip del que nacía su conciencia, su razonamiento. Tal se encontraba en el centro de su pecho, tomando la función del corazón, y sabían las dos perfectamente que sin él, no eran más que un contenedor vacío. Volvió a plantar la vista en su gemela, creyendo que podría al menos escucharla. Posó sobre su pecho la mano izquierda, mirándola en todo momento a los ojos.
—Te apagarás, pero juro que solo parecerá un segundo. —Opal pareció sonreír, creían que sí, estaba de acuerdo. Usando entonces la habilidad robada a un viejo médico de su tierra natal, Rose atravesó el cuerpo de su hermana sin dañarlo, llegando a sujetar el chip.
Al retirar su mano y ponerse de pie, los ojos de la albina perdieron lentamente el poco brillo que les quedaba, volviendo recta la mínima sonrisa que presumía. Estaba apagada, el estado más cercano a una posible muerte que conocían. Esto, claro, si ese chip no las llevaba a ese final. Nathan se le acercó, al igual que su hermano menor. Derek miraba todo desde una ligera distancia, con cierto recelo escondido en la mirada. Entre los dos, junto con la restante gemela, observaron aquel complejo componente, que curiosamente tenía forma de medio corazón humano. Pronto el nauseabundo olor en aquella habitación logró irritarles, principalmente a Rose, cuyo prodigioso olfato era una cualidad que en dicho momento despreciaba. A esas alturas, hasta pensar le impedía el aroma desprendido por el par de cadáveres. Consiguieron convencer al único de los trillizos que no ponía tanto interés para que cargara en brazos el cuerpo inmóvil de Opal y lo llevara a otro sitio, mientras ellos intentaban descubrir el problema antes de que le ocurriera también a Rose y que, por ende, fuese irreversible. Abandonaron aquella habitación como lo haría cualquiera saliendo de donde fuese, sin darle importancia de más a los cuerpos en ella. Rose se encargaría luego de que alguien se deshaga de ellos, gozando la recurrente visita de carroñeros a su hogar.
Ya lejos de la escena, encerrados en el viejo laboratorio de su madre, comenzaron a indagar. Aquella enorme habitación, ubicada en un cuarto o quinto piso subterráneo al que solo las gemelas tenían acceso, contenía toda máquina, proyecto, invento o prototipo perteneciente a aquella mujer. Lugar donde Opal solía pasar bastante tiempo, normalmente mientras su hermana dormía, ya que a ninguna de las dos le era realmente necesario hacerlo.
—No se ve en mal estado, no para tantos años de uso —mencionó el mayor de los hermanos, la chica asintió dándole la razón. La relación entre ellos era normalmente muy complicada, dado a que nunca se sabía del todo cómo iban a reaccionar ambos al comportamiento del otro. Era habitual que Nathan la provocara y, sabiendo que Opal mantenía a esa mujer calmada, se sentía intocable. Pero, en situaciones como la entonces sucedida, los dos parecían olvidar todo lo que creaba su enfrentamiento, su roce del día a día.
—La que sabe de esto es ella, siquiera sé cómo funcionan estos chips.
—Bueno pero, ¿no tenía Opal una pésima memoria? No lo considero muy útil en ese sentido —opinó Liam.
—Así es, por eso escribe todo lo que aprende, sabe y piensa, por eso se la pasa todo el tiempo leyendo.
—Entonces debe haberlo escrito en alguna parte, tienen una gran biblioteca aquí. —Rose le dio la razón, pero no estaba del todo segura. Conociendo a su hermana, lo que supiera podía serles perjudicial en manos enemigas, no estaría guardado con todos los demás libros. Por lo que debían, primero y principal, encontrar su escondite, aludiendo a la idea de que realmente haya escrito lo que sabía sobre el tema, sin más remedio que la confianza en quien intentaban salvar.
Dentro de lo que les era sabido buscaban algo de lo que dudaban su existencia, que podría o no estar escondido, escrito por una olvidadiza androide en estado vegetativo. Y, si no consiguieran encontrarlo, entenderlo, descubrir lo que ocurría o detenerlo, su hermana podría terminar igual y no tenían idea alguna del tiempo que les quedaba para actuar. Comenzaron a buscar dentro del gran laboratorio, ese que perteneció a la asistente de su creador, a la mujer que les dio forma, su madre indirecta. Aquel particular sitio estaba repleto de pasadizos secretos, de los cuales apenas estaban al tanto las gemelas, y Rose no recordaba ni la mitad. Porque, tal vez sí pudieran narrar a detalle algo que presenciaron cientos de décadas en el pasado, pero pequeños datos que podrían ser importantes, se borraban.
—Ustedes dos intenten encontrar algo, yo veré qué consigo con las mil máquinas de mi madre —ordenó la única mujer entre ellos.
Nathan y Liam aceptaron su labor, por extraña que fuera la relación de cada uno en especial con ambas gemelas, seguían siendo grandes amigas suyas, y eso parecía serles suficiente. Tras horas de intensa búsqueda, Liam llevó a la mesa, donde Rose investigaba, un viejo manual en el que creía se hallaba la respuesta. A su vez, la chica descubrió en el interior de una pequeña pieza dentro del chip, una frase escrita en su idioma natal. Trató de leerla, aun con aumento le era dificultoso, estaba borroso y las letras eran ilegibles.
Entonces tomó mayor partido el descubrimiento del chico rubio, ella se sentó a analizarlo. El mayor de los hermanos se acercó, manteniéndose a su lado. Pronto Liam notó con gracia que algo raro había en aquellos dos que tanto parecían odiarse. Ellos, por su parte, buscaban en las notas de Opal algo que les fuera de utilidad. En ese encuadernado encontraron de todo, el funcionamiento completo de sus sistemas estaba expreso en sus páginas. Pero no, nada había sobre esa micro-parte de su cuerpo, con todo el sentido, ya que solo había una forma de que pudieran aprender sobre ella.
—Debía quitármelo a mí...
— ¿Acaso no hay más como ustedes? —quiso saber Nathan. Luego sacudió ligeramente la cabeza, sin desprenderle los ojos de encima a la chica, y apartando de su vista los salvajes mechones castaños que tenía de cabello.
—Nacimos en un laboratorio, y aunque se quisiera, nuestro planeta no habría soportado la creación de uno más como nosotras. —Se detuvo, pensando al respecto—. Utilizaron la energía del núcleo para encendernos.
—Explotaría... —comprendió el mismo chico, paseando su mirada por el escritorio que tenían a un lado.
—Y papi no tendría sobre qué gobernar.
Rose miraba fijamente el chip de su hermana, sus letras desgastadas la llevaron a pensar que había una única solución a aquel dilema. Le señaló a Nathan dónde se hallaba la frase que intentarían decodificar, él no entendió en su momento qué planeaba hacer esa mujer.
—Iremos con tu hermano y despertaremos a Opal, por lo que creo no aguantará mucho, así que debe ser rápido. Se levantó, decidida —. Mientras menos haga ella, asumo, más tiempo aguantará despierta, así que deberás ser tú quien se encargue luego.
Y no dijo más, siquiera les dio tiempo a preguntar, ya que salió de aquella habitación en busca de su hermana. Liam y Nathan se miraron entre sí un par de segundos, entonces la siguieron. Al entrar al cuarto en el que se encontraban los demás, la hallaron de rodillas frente a su gemela, mientras Derek sostenía el cuerpo inconsciente de esta misma. Entonces le regresó a la otra mitad de su dúo ese pedazo de metal que le daba vida, haciendo que ella volviera en sí. Opal abrió los ojos, estos habían vuelto a la normalidad, a su habitual multicolor, lo que dio un gran alivio a la morocha. Rose tomó por los hombros, hablando claro, pidiendo algo que a sus expectantes asombró más de lo imaginado.
—Necesito que me quites la placa madre y se la des a los chicos, luego quédate lo más quieta que puedas. Estaremos bien, lo prometo.
La seguridad en su voz convenció a Opal, quien imitó los gestos que su hermana había realizado unas horas antes. Rose cayó inconsciente sobre los brazos de su gemela, mientras, al igual que con ella, sus ojos perdían brillo lentamente. La restante miró con dificultad en dirección al dúo de muchachos que habían acompañado a Rose, quienes al reaccionar se acercaron para levantarla y dejarla sobre la cama en donde, hasta el momento, el tercer hermano estuvo sentado. Él ayudó a Opal, poniéndose ella en pie, otorgando al mayor de los trillizos el elemento que extrajo del cuerpo de Rose, así como ella lo había pedido. Entonces ese par volvió al laboratorio de las gemelas, mientras ellas se quedaban en aquella habitación siendo vigiladas por Derek. El encargado de descifrar el mensaje borroso se puso en marcha, bajo una especie de enorme lupa. Con delicadeza y cierta presión, buscó la pieza metálica que lo contenía. Al igual que el de su hermana, aquel aparato tenía la forma de medio corazón; por lo que, entendieron, representaban juntos el de la mujer tan mencionada por ellas. Tras algunos minutos logró hallarlo, pero le era imposible leer tal escritura. Se trataba de una lengua muerta, nativa de ese planeta, y ya sabemos qué pasó con sus habitantes.
—Intenta copiarlo —soltó Liam al ver el desconcierto de su hermano—. Si se lo pedimos a Opal podría quedarse sin energía para traer de nuevo de Rose.
Nathan asintió, y cuando se proponía a realizar aquel trabajo, se detuvo en seco. Viendo aquel laboratorio un poco mejor, paró a pensar en la situación que estaban atravesando, planteándose el hecho de que estuviera haciendo todo eso por un par de chicas que, juraba, no valían para él ni un centavo y en qué era lo que le hacía intentarlo. El menor pareció entender lo que pensaba, tal vez porque también compartía esas dudas.
—Creo que todos necesitamos un amigo o dos, más si son como ellas.
Una pequeña sonrisa se asomó en su rostro, contagiándose velozmente al de Nathan. Este soltó un leve suspiro antes de pasar a lo que le convenía: transcribir ese breve texto. Mientras tanto, Derek intentaba mantener despierta a la chica, que nada más veía a su hermana. Se le había advertido que solo unos segundos en los que ella estuviese distraída, eran suficientes para que todo aquello fuera inútil. Y su hermano mayor, al que más se parecía él con sus ojos y cabello oscuros, lo mataría si por culpa suya algo tan preciado como su tiempo hubiese sido mal gastado. Entonces Opal giró un poco la cabeza, sin quitarle aún la mirada de encima a la otra mitad de su dúo, a la otra con su mismo rostro. Así, Derek entendió que se le hablaba a él. Fue lo único que esa chica dijo hasta el momento y no volvería a soltar palabra alguna antes de que Rose despertara.
—Si algo llegara a pasarme, no se alejen de ella.
—No será así, ambas estarán bien dijo en respuesta, sin esperar contestación alguna por parte de Opal. Así que no le sorprendió que se reservara el darle alguna, ella volvió a mover con lentitud el cuello, quedando en su posición previa.
Minutos más tarde volvían con ellos los encargados de dicha investigación, fue Liam el que se acercó a Opal, reduciéndose a su lado, y entregó el chip que devolvería la razón a su hermana. Ella rodeó por completo la pequeña placa con una mano, esta fue perdiendo las tonalidades hasta volverse transparente cual cristal, así atravesó el pecho de Rose, colocando donde pertenecía la pieza de metal. Ni bien quitó el brazo del interior de su cuerpo, ella despertó, algo confundida y tratando de reconstruir la secuencia previa al sueño inducido, por medio de sus memorias; las cuales, entonces, no fueron más que imágenes poco claras. Como le dijo antes a su hermana, el trance pareció durar apenas unos minutos. Le bastó con ver a Opal directamente a los ojos para recuperar la noción de todo lo que estaba pasando, girando precipitadamente hacia Nathan, buscando que le dijera algo útil.
—Tendrás que ser tú la que me lo diga, aquí tienes lo que decía... o eso creo. —Le entregó un papel, algo arrugado, y garabateado de tal forma que intentaba imitar la caligrafía escrita en su chip. Rose lo leyó con calma, intentando recordar aquella lengua.
—Es... un número, o una fecha. ¿Como si caducara? Algo similar a la obsolescencia programada, ya saben... como si dejáramos de funcionar luego de determinado momento.
— ¿Nada más? O sea, ¿que simplemente dejarán de funcionar?, ¿que no hay forma de evitarlo? —Liam, algo indignado, se hizo a un lado el pequeño fleco de mechones dorados que le cubría parte del ojo derecho, como si ese gesto le permitiese ver o entender mejor lo que pasaba.
—Bueno, eso parece, pero estas últimas letras del final son, creo, que una abreviatura del nombre de nuestro creador, podría decirse... que luego de volvernos obsoletas, debieran entregarnos a él. Pero eso es imposible, dadas las circunstancias.
— ¿Y cuáles son? —quiso saber Nathan, viendo a Liam por encima del hombro, tras hacer él la pregunta anterior.
—Está muerto —soltó Opal, ganándose la mirada de todos sobre ella—. Lo asesinamos.
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Editado: 18.07.2021