Hace miles de años, millones de siglos atrás, dos planetas con poca diferencia en tamaño orbitaban su joven y pequeña estrella a un ritmo similar, dentro de un mismo rango espacial. Uno de ellos, el más enano, comenzó a tomar mayor velocidad al surgir un cambio en el campo gravitacional del sol. Esto provocó que, tarde o temprano, ambos planetas chocaran entre sí, llevándolos a una destrucción inminente. Los restos de ambos consiguieron reunirse, formando un nuevo planeta y varios satélites naturales acompañándolo. El menor de sus «astros padres» contenía una cierta propiedad interesante, rocas en su interior que le daban una determinada física inexplicable en su compañero, una distintiva magia. Con la creación de este nuevo planeta en base a los restos de los primeros, esas rocas especiales formaron las lunas que lo rodeaban, transmitiendo su magia al resto del astro y, años después, también a sus habitantes.
Pero, a la vez, no fue así, no ocurrió siempre de esta manera.
—¿A qué se refiere? —dirán.
Que existen otras realidades, universos donde no ocurrió de la misma forma. Hubo otra dimensión en que los planetas chocaron a una velocidad mucho mayor, dispersando sus restos, a una distancia también mucho mayor. Esto provocó la pérdida de algunos materiales y que al reunirse los pedazos, por más que el resultado fuese un planeta más grande, tuviese apenas un satélite y perdiera lo que le daba su tan bella magia. Este fue el planeta conocido como La Tierra. Y, en una tercera, los planetas originales jamás llegaron a colisionar. Estos se movían a una misma velocidad, en extremos paralelos de su misma órbita.
Cuando las gemelas pudieron comprender esto, luego de una exhaustiva explicación en manos de Raphael y Zay, Evolet estaba ya a punto de dar a Luz. El entender la relación entre su mundo y el de los humanos les aclaraba más de una duda, entre las cuales se explicaban el parecido de ambas especies y la procedencia de su madre. Pero eso no fue importante mucho tiempo, la familia estaba a punto de ser más grande. Días antes, la pareja ya nombrada procuró revisar qué tan seguro sería transportar a Evie al lugar donde querían ver nacer a la joven criatura. Las gemelas asistirían el nacimiento, mientras los chicos aguardaban del otro lado de la barrera interdimensional. Pronto llegó el momento, ellas ya se preparaban para el parto, su padre biológico debía contener la desesperación del chico que tenía por pareja.
Entonces ocurrió la tragedia.
La emoción de Evolet duró poco, comenzó a experimentar un dolor inhumano, extremo, difícilmente provocado por un nacimiento normal. Opal intentaba contenerla mientras su hermana buscaba con qué ayudar a calmarla, luego llegó la sangre. De su vientre, a la altura del ombligo, varias heridas empezaron a surgir sin aparente razón, parecían hacerle sufrir una gran agonía, y de estas brotaba cada vez más ese líquido carmesí. Para peor, cuando los chicos creyeron percatarse de que algo no andaba bien, el portal se cerró frente a ellos, dejándolos separados por un tiempo. Las gemelas se vieron entre sí. Entre gritos y sangre creyeron comprender lo que ocurría, y sabían que no podían evitarlo. Cada vez era peor, hasta que un alarido aún mayor ensordeció al dúo. Seguido y a los pocos segundos, Evie ya estaba muerta. Su estómago se movía bruscamente, como si algo deseara salir desde su interior, cosa que en realidad ocurría. Luego de intentarlo por tanto tiempo, aquella criatura surgió de su vientre, a partir de una abertura que ella misma creó. Una niña, de escasos cabellos entre azul y morados, con dos orejillas de gato, cubierta en sangre y con los colmillos afilados a la luz, las miró con curiosidad luego de dar un fuerte suspiro. Las chicas apenas comprendían la situación, pero lograron reaccionar ligeramente al oír su quejido, similar a un pausado y tenue llanto. Rose levantó a la niña, quien se había liberado de su prisión carnal escalando toscamente sobre el cuerpo de su difunta madre.
—Debió entender a Evie como un sujeto extraño, probablemente por no tener su misma sangre.
—Claro, con Raphy no me pasó porque era Nath quien tenía distinto ADN. —Opal asintió, corroborando las palabras de su hermana.
Se dedicó a revisar el cuerpo sin vida de la chica, encontrando otra posible mala noticia, y la causa resultó ser esa niña. No comprendían cómo fue que ocurrió, bastaba con que ella sintiera un posiblemente similar aroma. Entonces la observaron bien, cómo se dedicaba en silencio a olfatear una y otra vez.
—Debe tener mal olfato... ¿Cómo se lo diremos a Raph? —La última parte de esa frase salió de su boca en forma de lamento, bajando bruscamente la voz al pronunciarla.
—Tal vez debamos evitar esa parte —dijo Rose, ganándose, con mucho pesar, la aprobación de su gemela.
Mientras esperaban a que los chicos re-abrieran el portal, se dedicaron a limpiar. Limpiar a la niña, al cadáver, la sala en sí, para que no debieran encontrarse con una peor escena de lo que era originalmente. Reposaron a Evolet sobre la cama de esa habitación, en una casucha a kilómetros de la ciudad más cercana. Abandonada pero no maltratada, por el tiempo ni la naturaleza, construida al costado de un pequeño estanque. Minutos después se hicieron presentes los muchachos, a quienes la noticia cayó como bolsas de cemento sobre la espalda. Su hermano veía aterrorizado el cuerpo, llorando en silencio y con la vil idea de ser el culpable de todo aquello, rebotando sin cesar en su cabeza. Luego de esa noche, después de enterrar los restos junto al estanque, hubo una fuerte discusión, producto del dolor en los corazones de aquel dúo. Las gemelas no se perdían de nada, pero se mantenían fuera de todo.
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Editado: 18.07.2021