Opal & Rose: Cyan's Twin // #o&r3

Capítulo IV

  No esperaron mucho más, y esa misma noche se instalaron ahí, abandonando por fin los brazos protectores de las gemelas, para poder vivir como desearan sus vidas de casados. Dejarían de verse con tanta frecuencia, pero siempre se mantendrían comunicados, por más que hubiese medio planeta de distancia entre unos y otros. Aunque, a medida que el tiempo pasara y se acostumbraran a recorrer todos esos kilómetros para verse, comenzarían a parecerles menos de los que eran realmente. En resumen, Mike y Kiah dieron inicio a una vida de tranquilidad de la cual ya no eran parte tan esencial los habitantes del castillo, salvo su primo, que pasaba mucho más tiempo que el resto con ellos. Fuera de esto, también pasó entre las gemelas algo que tarde o temprano se sabía que iba a ocurrir. Opal le contó a Rose sobre la hipótesis que tenía respecto a la extraña situación de Cyan, la causa tan temida, que entonces le parecía tan cierta e indiscutible. La abuela de esa niña se vio más que sorprendida por lo mencionado, teniendo como móvil un tema que llevaba casi nueve años lejos de su mente.

—Mira, estuve hablando con Kiah —le dijo, ya sin dilatar mucho más las dudas de su hermana—. Ella me contó que algún tiempo atrás, cuando le preguntaron a Cya por el nombre de su hermanito imaginario, ella contestó que no lo sabía. Dijo, ya que sus padres, Rapha y Evie, no habían llegado a nombrarlo.

—Espera, ¿crees que se refiera a...?

—Sí, al otro bebé. —Opal se apoyó bruscamente contra la pared más cercana, le había costado más de lo ideal solamente juntar valor para decir aquella frase.

—Entonces dices, por más extraño que suene, ¿que existió la posibilidad para ese niño de no haber muerto y mantenerse unido a la mente de Cyan?

—Es una opción.

—Entonces, si estamos de acuerdo, primero hay que probar a ciencia cierta que se trate de él, luego intentamos hallar la manera de... liberarlo.

—Para mí suena bien, pero... ¿Cómo planeas demostrarlo? Tenemos solo hasta que Cya se vaya al campamento, y siento que no podemos más que creerlo.

  Tras decirlo, Opal dirigió una mirada rápida hacia el pasillo fuera de la habitación en que se habían encerrado a hablar. Mientras menos gente supiese sobre su investigación, mejor sería para ellas. Principalmente, era Raphael quien no debía enterarse de todo aquello.

—Podría tratar de entrar a su mente, así sabría qué es lo que ve.

—Es buena idea, pero… ¿Con qué pretexto lo harías? O, en todo caso, ¿cómo dejará que te unas a su mente?

—¿Y si nada más le preguntamos?

—¿Consideras que aceptará?

—Sí, si se lo explicamos bien —dijo Rose, finalizando esa discusión por el momento.

  Ciertamente era posible que la niña lo permitiera, si ambas escogían la forma indicada de pedírselo, de contarle la situación. Eso sí, en caso de que pudiesen confirmar sus dudas, debían luego recurrir a la acción, y para eso necesitarían mucha más información, no solo de ella. Algo de ayuda extra también les sería útil, por lo que Opal comprendió que debía contarle algo más a su hermana.

—Podemos trabajar en ello luego de que Cicy se vaya, así no se siente presionada por nuestra investigación. Lo que sí, no tengo idea de cómo lo haríamos, ni siquiera sé si es posible —comenzó la morocha.

—Bueno, tal vez debamos buscar alguien que sí sepa.

—¿Hablas de los muchachos? —Rose no estaba sorprendida en vano, su hermana había evitado mencionarlos desde el día en que partieron, por lo que oírla hablar de ellos aun sin nombrarlos era más que extraño—. Tal vez, pero no tenemos idea de dónde están o cómo contactarlos.

—A eso iba... hay algo que no te estuve contando. —Ella tomó aire, desviando ligeramente la mirada—. Derek y yo seguimos en contacto... de hecho hablamos una vez por semana.

—O sea que... —dijo su gemela luego de unos segundos, con algo de gracia y atrevimiento en la mirada. —Cuando peleamos la otra vez, que fui a ver qué hacías vagando como mosquita detrás del castillo, ¿estabas hablando con él?

  Una sonrisa apareció en el rostro de la mayor por unos segundos, dándole a Opal una idea de lo que giraba en su mente sin esforzarse por oírlo. Respondió sinceramente a esa pregunta, tratando a su vez de restarle importancia, pero solo había conseguido darle un plano general más detallado a su hermana. En pocas palabras, Rose consiguió relacionar de inmediato sus dudas de aquella tarde con lo que se le confesaba en ese instante.

—Genial, entonces tenemos cómo hablar con tu enamorado y sus hermanos, será muy útil en el momento adecuado.

—No es mi enamorado...

—Hermana, cierra la boca.

  Opal giró los ojos aparentando fastidio, pero no pudo negar el leve rubor que cubría sus mejillas con solo pensarlo. Luego de unos eternos minutos en que Rose la estuvo molestando, tuvieron completo su plan. Algunas horas más tarde fueron en busca de un momento a solas con la menor del castillo, hallándola descansando abrazada a su viejo tigre de peluche. No hubiesen querido despertarla, pero las oyó llegar, como siempre. Estaban en su cuarto, por lo que cada quien se sentó a ambos lados de ella en la misma cama donde minutos antes solo dormía. Tras comentar que debían hablar de algo con ella, Opal le confesó haber oído lo que decía rato antes de encontrarla tiempo atrás, el día de la boda. Cyan asintió tranquilamente al oírlo, indicando que lo supuso desde el principio.

—Aunque no es eso a lo que venimos, tiene que ver con tu hermano.

—Y sí, nos referimos al chico que solo tú puedes ver.

—¿Quieren decir que es real, que ustedes lo creen?

—En realidad, no estamos seguras —volvió a decir primero Rose.

—Podemos contarte qué nos lleva a creerlo, si es que nos prometes dos cosas.

—¿Y cuáles son?

  A Cya no parecía importarle aquello de la manera esperada, quizás solo estaba emocionada al sentir que, por fin, la entendían. Entonces no puso reparos cuando se le pidió revisar sus memorias, así descubrir si se trataba de quien las gemelas pensaban. Como tampoco lo hizo al momento de pedirle, con exclusiva importancia, el que no le comentara nada de eso a su padre. Ni la situación, ni lo que descubriría. Las razones, prometieron, le serían contadas cuando fuese un poco mayor. Tal vez las gemelas temieran ser juzgadas; quizás querían esperar a que la chica, en su edad madura, llegara a comprender el porqué de lo que hicieron, y se pusiera en su lugar. Sin más aceptó, permitiendo a las gemelas ponerle cada una su mano hábil sobre la frente. De esta manera, ambas tuvieron acceso a sus recuerdos, pero también a su imagen del presente. Y entonces lo vieron.




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