Opal & Rose: Cyan's Twin // #o&r3

Capítulo V

  En otro día como aquellos, donde la idea de conseguir su objetivo parecía lejana y solo continuaban por no tener otra cosa que hacer, Rose se paseaba más melancólicamente de lo normal de un lado al otro de la biblioteca. En sus manos llevaba un libro, «Cuestiones, límites y razones del alma», donde se ponía en duda dónde comenzaba el espíritu, y dónde termina este mismo. Sus ojos recorrían velozmente las frases del libro, una a una, cada vez a mayor velocidad. De pronto elevaba la mirada y la dirigía hacia un ventanal delante de una pared repleta de estantes, observaba a través suyo unos segundos y volvía a las páginas grisáceas del encuadernado. Opal estaba sentada en un sofá angosto en la zona del asiento y más ancho en el respaldo, de un tono verde algo oscuro y, junto a ella, se encontraba una pequeña mesa sobre la cual la lámpara más pequeña del cuarto iluminaba su libro. Hasta entonces no le había molestado el repiqueteo del tacón en las botas de su hermana, que marcaban con un golpe claro los pasos que daba. En realidad, le servía de compás para acelerar la lectura, pero cuando se detenía y movía nerviosamente el pie izquierdo, momentos en lo que veía esa gran ventana, podía ser algo insoportable. Una de las últimas veces que lo hizo, Opal desvió la mirada de entre las páginas para mirarla seriamente. Se detuvo dos veces más sin que ella le despegara los ojos de encima.

—Rose.

—¿Sí? —respondió en voz baja y con los ojos aún sobre el libro, intentaba parecer relajada y lograba todo lo contrario.

—Deja de pensar, te hace daño.

—No sé si intentas bromear o…

—Sabes que no. —Entonces Rose levantó la mirada, cruzándose rápidamente con la de su gemela—. Deja de pensar, es en serio.

—Es que no puedo… algo dentro mío sigue diciendo que esa niña volverá buscando respuestas y no tendremos nada para ella, y que no hay forma de saber si regresará antes de lo esperado.

—Anoche hablé de nuevo con Derek, él y Liam están buscando al igual que nosotras, intenta creer que las cosas saldrán bien. —Y le sonrió, curvando apenas la línea que separaba sus labios. Ese simple y casi imperceptible gesto le era negado a tanta gente que tenía casi un valor millonario—. Piensa que las cosas siempre nos salen bien, tarde o temprano.

  La mujer de oscuros cabellos volvió a bajar la mirada mientras asentía, tratando de convencerse a sí misma de que esas palabras eran reales, que era todo cierto. Cerró el libro, se acercó a la estantería para acomodarlo, y tras desprenderse de él, cubrió su rostro unos segundos con ambas palmas. Suspiró, echándose hacia atrás el cabello con un único movimiento, repitiendo en su mente que todo saldría bien. Cuando le pareció verla más tranquila, Opal decidió volver a fijar la vista en su libro, pero aquello le duró apenas unos segundos. El día estaba acabando, dando paso a las tinieblas de una noche cubierta por miles de estrellas. De un momento a otro, las gemelas sufrieron un leve escalofrío, lo que las llevó a mirarse velozmente una a la otra y así confirmar que fue mutuo. Aquello solía pasarles cuando alguien llegaba a su planeta, cuando algo atravesaba su atmósfera. Pronto, ambos pares de ojos veían a través de la ventana, por donde pudieron observar lo que pareció un meteoro cayendo hacia algún lugar del planeta. Por la distancia a la que parecía estar, creyeron saber perfectamente en dónde había caído.

—Fue hacia el sur del bosque.

—Donde viven Mike y Kiah —completó Rose, haciendo que su hermana soltara velozmente el libro y se pusiera, igual de rápido, en pie.

  Bastaba con que pensaran en el lugar al que querían ir para aparecerse allá, pero no era el caso si no sabían a la perfección sus coordenadas. No quisieron detenerse a pensar demasiado, por lo que sin más quisieron adentrarse a toda prisa en el bosque. Ya saliendo del castillo, Ámbar les salió al paso. Con un aullido corto y de gran resonancia, le dio a entender lo que quería a su dueña.

—Vamos, dice que ella nos lleva —le tradujo a su hermana, y segundos después ambas se hallaban sobre el lomo de esa ave gigante.

  Con el tamaño de sus alas y la velocidad de vuelo que presumía, pronto estarían en la zona de impacto. Aprovechaban el camino para visualizar como pudieran las salidas del bosque, buscando rastros de algo o alguien que lo atravesara precipitadamente.

  Como dijimos, no tardaron en llegar a donde lo necesitaban. Delante de ellas, no un meteorito, sino una nave de forma esférica había generado un gran cráter a mitad de la pradera. Poco menos de un kilómetro hacia el oeste estaba la cabaña de sus amigos, pero dentro del navío no había nadie. Tenía una abertura, como si las hojas de una puerta estuviesen retraídas, que dejaba ver su limitado interior. Dos asientos y poco espacio detrás, parecía tener el panel de control en la puerta y a sus costados. Pero estaba destrozada, el impacto había maltratado también su interior. Un camino de lo que, por el olor, asumieron como sangre, partía desde el asiento derecho, el más sano de los dos. Este salía de la nave, recorriendo intermitentemente  el suelo de aquel prado. El sendero se dirigía hacia el oeste costeando el bosque, las gemelas estuvieron de acuerdo entonces.

—Creo que va hacia la casa de los chicos…

—Como si supiera dónde se hallaban.

—¿Habrá venido a buscarlos o será solo una extraña coincidencia?

—No lo sé, Rose, pero vamos a averiguarlo

  Y tras asentir, ambas se dirigieron tan pronto como podían hacia la cabaña que obsequiaron a Mike y Kiah, esperando encontrarlos sanos y salvos. La forma en que esa sangre creaba un patrón tan inconsistente les daba a entender que, quien sangraba, al menos intentaba cubrir sus heridas. Por ello este líquido manchaba hileras en el suelo, seguidas de espacios vacíos y, nuevamente, más hileras de sangre, nacidas de un goteo interrumpido ocasionalmente por quien lo sufría. Eso sí, quien quiera que fuese, no aguantaría demasiado sin antes hacer algo respecto a sus lastimaduras, de lo contrario, acabaría por desangrarse.




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