Opal & Rose: Cyan's Twin // #o&r3

Capítulo XV

  La situación, por complicada que pareciese, podía volverse sencilla: O reclutaban a los civiles resguardados en el castillo, o buscaban la manera de incrementar su propia habilidad. Ahí mismo era donde no querían entrar, a ese juego evitaban jugar. ¿Por qué? Estaba claro, los más jóvenes debían ir en busca de sus gemas. Pero eso no solo les tomaría mucho tiempo, sino que daba mala espina a quienes presenciaron el delirio de padre y abuela al dibujarle un cuerpo al nuevo integrante de esa familia. Sus visiones nunca se habían equivocado, lo cual era suficiente para creer que debían desconfiar de ese poder. Y aun así, era la opción más recurrente entre sus pensamientos alborotados. ¿Qué harían sino? ¿Dejar que su mundo, y todo aquel dentro de él, se extinguieran sin más? La gente que se resguardaba del monstruo en el mismo lugar donde se protegía a una de las gemelas no había llegado allí por ser especialmente valiente o poderosa. Habían tenido suerte, supieron cómo escapar, y solo eso no garantizaba que fueran de utilidad en una batalla contra lo que tanto les amenazaba. Para su suerte, no debieron pensarlo demasiado. Tampoco era que tuviesen demasiado tiempo para pensar, Vestral estaba cada vez más enfurecido. De pronto vieron acercarse otras dos siluetas, provenientes ambas de distintas direcciones. Una, Raphael ya vuelto en sí, quien al ver allí a su hijo se sintió inspirado a enfrentar ese lado de sí mismo lleno de ira y maldad, todo para apoyar a los suyos. Y, desde el otro extremo en un óvalo que representaba la zona limpia de batalla, se apareció Nathan.

—Lamento la tardanza, el bosque entero era un caos —confesó entre risas que pronto fueron calladas por el bramido de un monstruo que volvía a regurgitar brea ardiente—. ¿Llego en mal momento?

—No. Tampoco tú, Raph. Aún nos podemos deshacer de esta piedra en el zapato.

  Opal se puso entonces de pie, sujetando con cada mano una de sus dagas mágicas. Los dos trillizos restantes la siguieron, al igual que el dúo de hermanos recién reencontrados, ya no había tiempo para sentimentalismos. No necesitaron mucho más que un grito de guerra para lanzarse todos al ataque, solo que se hallaban en un bucle de golpes, esquivos y carreras dentro de ese enorme óvalo, el cual crecía a medida que la bestia quemaba las líneas delimitadas por el bosque. Raphael tenía esas armas que siempre cargaba desde sus años como militar, pero estas no parecían ser mucho más efectivas que las dagas de Opal, o el cuchillo que Cyan convertía en espada. De hecho, nada resultaba visiblemente más efectivo que cualquier otra cosa, y seguían perdiendo energía en una estrategia que representaba mayor desgaste físico que verdaderos resultados. Todas las opciones que creyeron tener en respuesta a sus inquietudes se vieron entonces opacadas por una nueva nube de inseguridades. ¿Cuánto más aguantarían así?

  De pronto, Raphael se detuvo en seco. Sentía cómo una parte de él le hablaba desde su interior. Aunque, en realidad, quien le hablaba tenía nombre y claras intenciones. Aquella no sería la primera vez que lo oía hablar dentro de su mente, en un día normal solo se limitaría a ignorar sus palabras. Pero, dadas las circunstancias, no perdía nada con prestarle algo de atención. A esas alturas, siendo realista, nada podía hacerles más daño que la enorme bestia. Detrás de él, la batalla seguía. Pero de todas formas se tomó el tiempo de escucharle. «Déjame salir», decía. «Liberarás todo tu poder», «soy mucho más fuerte que tú, deja que me encargue». En parte le aterraba la idea. Todo lo malo de su ser, eso que le daba el mismo equilibrio que tenían las gemelas entre ellas, cosa que toda su vida trató de suprimir y que, tras regresar al nido materno, relegó a la figura de su pasado. Si lo liberaba, ¿qué certeza tenía de poder encerrarlo de vuelta en lo más profundo de su ser?, ¿qué pasaría con él si no lo lograra? ¿Acabaría su «lado bueno» siendo atrapado? Y, de fondo, oyó los gritos de su hija. Todas sus opciones se resumieron a tan solo dos de ellas, las cuales, a su vez, se reducían en decidir si salvarla o salvarse. Quizás, cuando mucho, en si salvar a su hija ahora, o a todo el resto de lo que vendría después. Entonces, la respuesta no tardó ni un segundo en volverse clara para él.

—Está bien —fue lo único que dijo—, pero no le hagas daño.

  Luego se cubrió el rostro con ambas manos, llevando con estas su cabello hacia atrás en un solo movimiento. Este se oscureció mágicamente a medida que pasaba sus dedos por encima, incluso los pequeños vellos de su barba cambiaron de color de un rubio ceniza al negro tan oscuro que entonces presumía. Hasta su rostro se vio alterado, perdiendo el rubor habitual en sus mejillas y rodeándose sus cuencas con ojeras enrojecidas. Y al abrir nuevamente los ojos, estos eran de un azul marino muy intenso. Dony había vuelto.

  Este se hizo crujir el cuello para luego transformar, casi sin intentarlo, sus dedos en navajas de pequeño tamaño, y luego estas se unirían en una espada única correspondiente a cada brazo. Sin más se lanzó al ataque contra Vestral, llegado de un salto a su cuello y trepando con ayuda de los sables que tenía en lugar de manos, hasta llegar al lomo del mismo. Ahí se dedicó a clavar e insertar una y otra vez sus espadas en la piel del enemigo, haciéndolo gemir por el dolor. Aunque, aun así, seguía sin ser suficiente para provocar heridas contundentes. El resto del grupo se detuvo por un segundo a admirar en su completa perplejidad aquella transformación. Y, como si fuese una señal, todos lograron entender entonces que estaban completamente jodidos.

—Debe haber otra manera —expresó Liam, alzando bastante la voz para ser oído, lo que solamente logró dejar en evidencia lo temblorosa que esta seguía desde el momento en que vio morir a su compañera de batalla.

  Opal le dio la razón. Cada vez se adentraban más en el bosque, algunos kilómetros por delante se hallaba el castillo con todos los que allí se resguardaban.




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