Opal & Rose: Cyan's Twin // #o&r3

Capítulo XVI

  Cinco horas, durante esas cinco largas horas Opal y los muchachos se habían encargado de mantener ocupado a Vestral. Ya debía estar amaneciendo, pero el entorno seguía igual de lúgubre y oscuro. Las nubes negras cubrían todo el cielo y, entre ellas, se colaba un intenso resplandor rojizo, el cual parecía haber salido del mismísimo infierno. Pero no se asomaba por ningún sitio el ligero fulgor de un sol saliente. El bosque casi no existía. Si observaban el horizonte, además de poder verlo sin problemas, hallarían una inmensidad repleta de tocones y troncos caídos, cenizas flotando a sus alrededores, algo de fuego esparciéndose aún entre los restos de madera. Ni siquiera en la lejanía se veían rastros del bosque, lo que daba la idea de que esa saliva ardiente emanada de la boca enemiga se había esparcido hasta acabar literalmente con todo allí. No había ni un solo árbol en pie. El castillo se veía a algunos metros, pero presumía encontrarse intacto. De alguna manera, el grupo había logrado retener lo suficiente al monstruo para que este no le hiciese daño a la estructura, ni a los que se resguardaban dentro. Y, para complementar el ambiente entristecido que dieran los cadáveres vegetales, Vestral parecía no haberse sometido a ningún tipo de daño, se veía igual que cuando aquel enfrentamiento empezaba, el cual no era el caso de sus contrincantes. Los muchachos estaban notablemente cansados, agotados. Heridos, sucios, cubiertos de polvo y ceniza. Al verlos, Cyan y Ruby, creyeron que no aguantarían mucho más.

—¿Hallaron la gema que faltaba de Cya? —preguntó su tío, ayudándoles a ponerse de pie, así luego sacudirse los dorados cabellos para quitarse de ellos las cenizas.

—No... Pero... encontramos otra cosa —respondió ella, sujetando con firmeza la piedra de su nuevo collar.

—Interesante, quizás tu tía pueda decirte qué es... aunque creo que tenemos mayores problemas ahora... —El sujeto lo pensó un poco, suponiendo que de alguna manera aquel pendiente le había generado verdadera intriga a esa chica como para decidir traerlo consigo, entonces le sonrió—. Hagamos una cosa, dámelo. Yo se lo llevaré a Opal para que lo vea mientras ustedes van a buscar tu gema, a lo mejor no necesites ambas.

—Buena idea. —Ella le sonrió de vuelta, otorgándole el collar para luego sujetar a su hermano por una de las muñecas, y arrastrarlo con ella hacia la parte trasera del castillo.

  En cuanto los vio alejarse tan rápido como pudieron en dirección al quiosco que los llevaba al templo donde guardaban las gemas, Liam gritó el nombre de su amiga y cuñada, observando atentamente la piedra morada en lo que aquella llegaba. Una vez que estuvo a su lado, él se la entregó.

—¿Qué es eso? —quiso saber.

—Un collar, si no me equivoco, la gema es una amatista... Cyan lo trajo con ella de La Tierra, asumo yo, que lo encontró donde estaba la de Ruby, en casa de ese sujeto...

—¿Frank? —dijo algo asombrada Opal, procesándolo. Y claro, ella solo había oído «donde yacía su madre», desconociendo que había estado tan cerca de ese sitio—. Eso querría decir... pues, supongo que es, o era, de mi madre...

—Woah, ya veo. —Él la observó de arriba a abajo, tratando de comprender sus emociones—. Tómate un descanso, le dije a Cyan que ibas a echarle un ojo.

 —Claro, no me vendría mal.

  Ella se apartó un par de metros, sentándose sobre algunos troncos caídos que estaban por ahí cerca. Lo miró por un buen rato, buscando en esa piedra atada con cordón negro algo que la distinguiese del resto. Tenía en su biblioteca un libro que Neus llevó consigo a ese planeta, en él se hablaba de esas cosas, de las gemas terrestres y sus significados para algunos creyentes. Amatista, ¿qué significaba para los humanos? Sobriedad. Castidad, la sabiduría divina. «Genial», pensó ella, «mi madre era una de esas religiosas sin religión».

—Aunque... no lo sé, quizás estaba empezando con su propia secta.

  Le pareció una tontería de inmediato, pero sabiendo que su madre habría sufrido, por ejemplo, visiones a través de sus sueños y que cargaba con ella terabytes enteros de información traída de La Tierra al mudarse a su mundo para quién-sabe-qué, o la conexión que había desarrollado con varias partes de aquel planeta nuevo para ella, no sería del todo raro pensar que dicha mujer pudiese atribuirle a todo aquello una connotación divina. Se borró esas ideas de la mente, sabiendo que no tenían tal importancia en ese momento. El amuleto. No, no tenía nada de especial, salvo que perteneció a su madre. Pero fuera de ello, no era más que otra piedra atada a su negro cordón. Suspiró con pesadez, quizás esperaba que fuese tan único como el resto de las cosas que los rodeaban hasta entonces. Pero eso, ¿acaso no era lo que lo volvía tan especial?, ¿que fuese algo tan común y mundano? Se lo colgó del cuello, poniéndose nuevamente en pie. No soportaba la impotencia, volvió, sin más y por ello, con los muchachos que seguían partiéndose los huesos para deshacerse de una bestia como esa. Le pareció una tontería, algo inútil, sabiendo que quizás nada de eso tendría sentido, que ese desgaste no vería final. Pero si sus amigos debían enfrentarlo, ella decidía hacerlo también.

  Por otro lado, dentro ya del templo, Cyan se propuso ir en busca de su cianita, deseando que no hubiera impedimento alguno ante ella y su objetivo. Ruby simplemente la esperaba sentado en esa especie extraña de sofá blanco, aún se estaba acostumbrando a interactuar realmente con su entorno, las gemas se limitaban a girar como planetas a su alrededor. Cya se acercó al panel donde guardaban esas joyas, algo nerviosa por razones que no entendía, o sin siquiera una aparente razón. Tuvo que decidirse a dejar esos sentimientos de lado para poder enfrentarse sin miedo a eso sabiendo que le iba a traer más beneficios que daños. Pero, reiteremos, no había razón aparente para sentirse así. Finalmente tocó la pared blanca, el panel, del que se hicieron ver dos huecos. Ambos tenían la forma de una gota, uno más alargado que el otro, pero algo no cuadraba con lo que veía allí. A su hermano, quien la veía de espaldas, le pareció extraño que tardase tanto en tomar una piedra y volver, por eso se levantó para dirigirse hacia ella. ella se mantuvo ahí, estática, procesando todo. Su hermano llegó, poniéndose a su lado, mirando con intriga al sitio del que esa chica no levantaba los ojos.




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