Opal & Rose: Cyan's Twin // #o&r3

Capítulo XVII

  Risas, carcajadas. Sí, esas carcajadas que aturdían. Opal abrió de golpe los ojos, viendo nada más que sus manos contra la tierra. Estaba mareada, su mente no procesaba nada más que esa imagen observada. Giró el cuello, notando que a su lado seguían los muchachos. Ellos se cubrían el rostro con uno de sus brazos, evitando ser cegados por el destellante haz de luz. Seguían con una rodilla en el suelo, a diferencia de ella, quien acabó tumbada casi por completo, con las piernas hacia atrás y el antebrazo contra la superficie. Vio a Derek inclinado en su dirección, como si en un instintivo movimiento tratase de protegerla. Nathan, poco después, también se descubrió la vista, seguido al rato por su hermano. La mujer los vio hablar, notó el movimiento de sus labios, pero no llegó a sus oídos lo que de sus bocas saldría. Le dolía moverse, sintiendo la explosión que la alcanzó castigando su cuerpo. Además, pudo sentir ambos pares de brazos que intentaron ayudarla a levantarse. Comenzaba a comprender lo que oía, apenas, pero los balbuceos empezaron a tomar forma de palabras, ya no eran solo sonidos carecientes de sentido.

—¿... bie... n? Opal, ¿e... est...? —Reconoció la voz de Nath, pero no llegó a entenderla del todo—. ¿Es... tas... estás bi...? ¿O... pal?

  De pronto, ella volvió en sí.

—Ey nena —dijo entonces Derek—, ¿sigues con nosotros?

—Sí... —respondió al fin, aliviando a los dos sujetos que la rodeaban—. Solo estoy un poco mareada.

  Ellos le sonrieron, sujetando sus extremidades superiores y pasando estas por encima de los propios hombros, sirviéndole así de apoyo. Entonces los tres vieron a su alrededor, notando un desastre que no recordaban haber visto un rato antes. En el cielo ya no estaban los restos de Vestral, ya no quedaba nada de él, ni siquiera su cadáver. Pero ello no significaba que se hubiese aclarado el firmamento, aunque a esas horas ya fuese de día. Sí, se veía más luz solar, pero el cielo se había vuelto a cubrir por oscurísimas nubes grises de lluvia, aludiendo a que se aproximaba una increíble tormenta. Fuego en todas partes, más que antes incluso, y gritos desesperados que se superponían uno sobre otro, seres horrorizados huyendo a gran velocidad. Solo en ese momento voltearon hacia el castillo para descubrir qué había sacado a toda esa gente de su seguridad, haciéndolos alejarse tan pronto como pudieran, y se hallaron con una horrible imagen: todo el enorme edificio había caído, no quedaba más que sus ruinas.

  Esas risas se oían aún por encima de los gritos. Los ojos de todos ellos se elevaron tan solo un poco más, de pronto en estos se vio plasmada la marca del terror. Les pareció poco al comprender lo que realmente había ocurrido en ese lugar. Allí estaban los tres, petrificados con la mirada puesta encima de Cyan, quien flotaba sobre los restos del castillo, soltando esas maniáticas carcajadas que daban escalofríos. De pronto hacía silencio y dirigía su atención hacia algún pobre diablo que habría logrado alejarse bastante de la escena. Apuntaba la mano hábil en su dirección y conseguía, de esta manera, que un rayo cayera sobre él, acabando de inmediato con su vida. La que veían no era esa niña a quien las gemelas y Raphael habían criado, ni de cerca lo parecía. Vieron cómo acababa con un par de vidas más hasta recordar que, dentro del castillo, no estaban únicamente esos extraños que llegaron en busca de refugio. Allí estaban Kiah y Mike, Leo y Venus también. Y, luego, estaba ella:

—¡Rose! —Se oyó decir al unísono tanto a Opal como a Nathan, fue en el momento exacto que una de las paredes que delimitada el sector de las habitaciones se desplomaba contra el suelo.

  Como si toda la fuerza que Opal perdió tiempo atrás volviese de pronto a su cuerpo, ella y su cuñado corrieron a toda velocidad en dirección a donde seguían cayendo los restos del castillo. Ese que fue tan imponente algunas horas antes, que lo había sido por cientos de siglos. Derek tardó unos segundos más en reaccionar, pero en cuanto lo hizo salió despedido tras ellos tan rápido como sus piernas lo permitieron. Los primeros se lanzaron hacia las ruinas, intentando llegar donde solía dormir Rose. Opal debió dejarse guiar por ese hombre a quien tan poco apreciaba, puesto que había sido él quien la llevó a ese sitio en primer lugar.

—Estaba en el segundo piso —confesó.

—Pero apenas quedan dos o tres paredes del segundo piso. ¿¡Dónde diablos está!?

  Sin dar tiempo a que él pensara en responder, ella se adentró entre los escombros de su hogar. Escarbando de manera apresurada, empujando piedras y ladrillos con fuerza, buscando entre ellos a su hermana gemela. Su cuñado apoyó la búsqueda en silencio, revisando en zonas que Opal pasó por alto. Cya se borró de sus mentes y, para su suerte, ella seguía muy concentrada en ese episodio maniático-asesino. Seguía acabando con vidas inocentes, pero ellos continuaron recorriendo la enorme superficie. La desesperación aumentaba a cada segundo que pasaban sin poder hallarla.

—¡Rose! ¿¡Dónde estás!? —gritaba la rubia con los ojos cristalizados y el corazón (que en realidad no lo era) gravemente acelerado.

—¡Rose! ¡Responde, por favor! —decía Nath desde sus espaldas, en las mismas condiciones que ella; aunque movilizados por un tipo diferente de amor hacia la misma mujer.

  Detrás de ellos iba Derek, quien sí le ponía un ojo encima a su sobrina, temeroso de que los viera o escuchase y desatara sobre ellos aquella ira. Entonces, mientras él los cubría, aquellos dos seguían buscando, clamando el nombre de esa mujer e intentando borrar las peores ideas de sus mentes. Pasaron los minutos, Opal se detuvo cerca de los restos de un muro que habría estado cerca de las escaleras principales. Su cuñado la alcanzó poco después, deteniéndose bruscamente al verla ahí de pie, con el vestido blanco, ya bastante estropeado, ondeando al viento. Sin más sus piernas se vencieron, haciéndola desplomarse de rodillas al suelo, él decidió acercarse.




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