Opal & Rose: Cyan's Twin // #o&r3

Epílogo

  Ese mismo día, algunas horas más tarde, se realizó una ceremonia en honor a los caídos, a la cual asistió todo aquel que pisase entonces el suelo de esas tierras. Cada integrante de la «familia real» se ubicaba delante del resto, de toda la multitud. Ocurrió frente al Cementerio de Elefantes, donde sus parientes, amigos más cercanos o parejas lanzaron al foso un objeto personal, de manera simbólica, debido a que no habían quedado restos de ellos. Así, al igual que la antigua civilización theiana, se unirían a las entrañas de ese mundo. Luego de acabar todos ellos con su parte del proceso, se acomodaron cerca de los dueños del planeta, justo cuando la multitud se abría en dos delante del mástil que aún mantenía en alto el cuerpo de Davhet. Casi de inmediato, un grupo de extranjeros que se ofrecieron voluntariamente caminaba lentamente hacia ese acantilado, cargando entre todos el cadáver de un ave amiga. Cadáver que, a diferencia de los demás, sí fue encontrado en medio del bosque, debido solamente a que no fue Cyan quien se encargase de acabar con su vida y, de esta forma, deshacerse por completo de ella. Ese gigantesco grupo, aunque igual menor al gentío que solo observaba, finalizó su recorrido, preparados ya para lanzar el cuerpo al vacío. Rose había clavado la mirada sobre su padre, sin atreverse a quitarla de allí. Contenía las lágrimas que acompañaban al dolor de su pérdida, siendo abrazada por Liam, quien rodeaba los hombros de esa mujer con su brazo derecho. Pero de pronto, ella sintió algo más. Al desviar por fin su atención, dirigiéndola hacia abajo a su derecha, encontró la mano de Nathan tomando la suya. Él la miró tranquilamente, restándole total importancia, y le regaló una de esas sonrisas que a ella tanto enloquecían. Le guiñó un ojo, volviendo a ver ese risco donde, tantos años atrás, había comenzado su historia de amor. Rose, en cambio, lo miró un par más de segundos, sonriendo finalmente. Entonces devolvieron el cuerpo de Ámbar al sitio del cual salió en primer lugar, sin aparente razón, completando así su ciclo de vida. Yo me encontraba a algunos metros de ellos, presenciando también la misma escena, la misma ceremonia. Y de pronto, como le pasó a Rose, también sentí el contacto ajeno sobre mi cuerpo. No debí voltear, supe de inmediato quién era. ¿Cómo no lo iba a reconocer, al hombre que me abrazó sutilmente por la cintura, como suele hacer cada vez que tiene la oportunidad? Admito que se me escapó una leve sonrisa, reposándome en su hombro. Nos quedamos ahí, de pie, un buen rato. La gente comenzó a marcharse del lugar, en completo silencio. Más tarde solo quedaban los reyes de Theia y aquellos a cuyos seres queridos habíamos velado rato antes, pero poco tardaron en irse también, buscando reposar en la comodidad del castillo. Pero nosotros no, solo permanecimos allí hasta que cayó el sol, incluso, también después de eso.

  Raphael decidió, en determinado momento, que debíamos ponerle fin a nuestro rencor. Por lo que, sin más y con solo simple movimiento de su mano hábil, bajó del mástil el cuerpo de nuestro padre. Ninguna de las dos puso reparos en esto, simplemente creímos que sería lo mejor. Más tarde mandamos a los más jóvenes al castillo, para que descansaran, así como todos lo necesitábamos luego de aquel día tan agotador. Luego se fueron Raph y Li, después seríamos Derek y yo quienes decidiesen abandonar ese lugar. Mi hermana se quedó allí con su tan amado Nathan, viendo en silencio hacia la mismísima nada, como al final de nuestra primera aventura juntos.

  Diariamente, ella volvería a sentarse un rato frente al Cementerio de Elefantes, hablando con su ave amiga como solía hacerlo cada mañana antes de su partida. Nunca se atrevía a bajar la mirada, presenciar el cuerpo rodeado de huesos, así que solo se limitaba a ver el cielo, recordándose al surcarlo sobre el lomo de esta misma. Volar, jamás olvidaría lo que se sentía, por más que a veces sintiera despegarse sus pies del suelo. O eso me dijo, claro, ya no lo puedo saber. Tras la caída de Cya, tras nuestro propio final, nada volvería a ser lo mismo para ninguna de las dos. Al principio lo sentimos como en nuestros inicios, cuando un dictador nos usaba de arma en contra de su oposición. Aún teníamos eso, pues así nacimos y nadie sería capaz de quitárnoslo, pero el resto se había ido. Todo ese poder que recolectamos por cientos, miles de años, simplemente se había perdido. Lo usamos, hasta la última gota, para derrotar a nuestra niña. Se sintió como un castigo, pero no nos tomó demasiado recordar a lo que ese inmenso poder llevó en el pasado. Así que no quisimos recuperarlo.

  Escribo esto, un día tan común como el de hoy, en este cuaderno que solía pertenecerle a mi madre, a la verdadera Neus Joan. Y será lo último que escriba, probablemente, en muchos años más, así que de seguro encontrarás esta pieza al final de un cuaderno de tapa dura y cubierto de cuero sintético. Así que, como e l espacio es limitado, aprovecharé a contar sin más lo que ocurrió después, y lo que de seguro nos depare el destino, a mí y a mi familia.

  Muchos de esos extranjeros fueron recibidos en nuestras tierras, luego de perder por completo sus hogares, hasta sus planetas, no pudimos hacer más que aceptarlos en el nuestro. Se construyeron pequeñas cabañas a las afueras del bosque, pues les prohibimos herirlo de cualquier manera posible. Éramos pocos, claro que sí, pero muchos más que en el pasado, y así vivimos en paz. Otros, en cambio, abandonaron Theia, volviendo con nuevas historias a los sitios en que serían recibidos, propagando las hazañas de un pequeño grupo de seres que lucharon por salvar a los que más amaban, esparciéndolas a modo de mitos y leyendas, alcanzando los lugares más remotos del universo. Raphy, el heredero, se volvió entonces el ser más poderoso, no solo de este planeta, y tomó el sitio que dejamos para él. Convertido en la ley de Theia, en el venerado por todas esas culturas que nos seguían a nosotras tiempo atrás, nos quitó las ataduras de encima. Volvimos a viajar en más de una ocasión, con los trillizos o por cuenta propia, pero siempre unidas las dos. Tras tantos años de viajar juntas a través del universo, logramos dejar nuestras diferencias, nuevamente, de lado y potenciarnos una a la otra, no volvimos a separarnos por largos períodos de tiempo. Mientras que, nuestros niños, se dedicaron a hacer de sus vidas lo que quisieran. Con la única condición de mantener resguardadas las gemas en nuestro templo, sin posibilidad de quitarlas de allí sin nuestro consentimiento, les dimos la libertad de viajar, de conocer y explorar a su antojo el universo, como todos nosotros habíamos hecho alguna vez. Pero no sin antes hacerlos prometer que nos vendrían a contar sus historias de vez en cuando.




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