Si el castillo de por sí ya estaba mucho más alegre desde la llegada de los trillizos, con el niño todo su planeta tenía más color. Parecía incluso que el joven Raphael poseía una especie de unión con su entorno, mucho mayor a las de su madre o tía. Podían decir que tras su nacimiento, varias especies de animales llegaron casi por arte de magia al bosque, lo que les parecía bastante útil dado a que ya no sabían de dónde sacar comida para Ámbar. Con él en sus vidas, las cosas comenzaron a ir un poco mejor. Opal seguía distante, aún tenía sus momentos de agresividad pero, una vez que Rapha nació, pareció olvidar un poco las razones de su tan fuerte ira. Rose era la definición de madre orgullosa, babosa y orgullosa. Sus tíos y padre se encargaban de cuidarlo, entrenarlo y divertirse con él de la mejor manera que conocían: jugando. Hasta que el niño fue creciendo y aprendió a leer, entonces su tía estuvo maravillada. Luego de siglos, por fin tuvo a alguien con quien compartir aquellos polvorientos libros llenos de historias, de conocimiento, libros que al pequeño le encantaban. Pasó muchísimo tiempo encerrado con aquella mujer idéntica a su madre en la enorme biblioteca, y parecía no tener intensiones de detenerse hasta acabar del todo con ella. A su vez, dedicaban bastante tiempo a perfeccionar sus habilidades. Siendo un ser tan poderoso debía saber aprovechar lo que poseía, cosa que le costaba un poco. Por alguna razón, no era del todo capaz de liberar completamente su poder, algunos de sus familiares creyeron que era por la edad, otros buscaban más allá, alguna otra causa. El niño estaba por cumplir los siete años cuando a sus padres comenzó a preocuparle este hecho.
—No lo sé, nena... tal vez debamos enviarlo a ese campamento que te conté, ellos tienen más experiencia con niños y nosotros...
—Dejame pensarlo, Nath, no me enamora la idea de dejarlo en manos extrañas.
—Es por lo que te dijo Opal, ¿no? No deberías creerte todo lo que dice, recuerda que esa mujer me odia, me cree incompetente, ¿acaso dudas que pueda cuidar de mi propio hijo?
—No, no dije eso. —Rose le dio la espalda, cubriéndose momentáneamente los ojos como un intento de concentrarse en la situación, en sus pensamientos.
Él le sujetó con delicadeza las caderas, abrazando por un momento su figura. Un suspiro salió de sus bocas, llevaban bastante tiempo ya discutiendo ese tema. Siempre desde la comodidad de su cuarto, aún no deseaban que Rapha se enterara de aquello. Lo que no sabían, para su poca suerte, era que el niño solía espiarles cada vez que lo planteaban. Esa no era la excepción, se encontraba apoyado ligeramente sobre la puerta de madera, algo atemorizado por la decisión que sus padres fueran a tomar.
—¿Sabes qué? Danos tiempo, a él para aprender y a mí para decidirlo. Si no mejora y seguimos sin encontrar una mejor opción para cuando cumpla los ocho años, lo mandamos a ese estúpido campamento.
—Bien, queda poco menos de diez meses.
—O sea, que tengo nueve meses, tal vez otro medio, para mejorar y no decepcionar a mis padres —murmuró el joven Raphael por detrás de la puerta, escapando velozmente hacia donde se encontraban sus tíos. Con su ayuda y algo más de dedicación planeaba probarles a sus progenitores que no era necesario enviarlo a ningún lado, que él solo aprendería.
En ese tiempo hizo lo posible por dar lo mejor de sí mismo, pidió entrenamiento a Derek y Liam, buscaba información útil con Opal, incluso intentaba salir a cazar algún animal para darle de comer a su ave-guardiana-gigante. Aprendió a domar varios de los poderes que tenía de nacimiento, entre ellos una habilidad heredada de su madre, la cual no necesitó ayuda, de ninguna gemela, para desarrollar a la perfección: Reflejar ante otros lo que más amaban o, si lo deseaba, su peor miedo. Así es, él tenía ambos poderes, el de su madre y el de su tía. Si es que les habrá dado cada susto al encontrarlo capaz de hacer aquello, pero todos se alegraban de que mejorara. De la misma forma que su planeta cobraba vida con él, al enviarlo lejos temían que pudiera perder color. Pero, incluso siendo que se esforzaba al límite, había algo que al chico le faltaba. Habilidades que aún no controlaba, una gran cantidad de poder que sentían dentro de él pero no lograba liberar. Por ejemplo, a diferencia de las gemelas, él no podía transformarse en cual animal quisiera, de todos los que conociera, salvo en un tigre. Esto se debía a que no dominaba esa habilidad, pero el felino era parte de él. Ese resultó ser, por así decirlo, su «animal guía», de la misma forma que para las chicas lo era un lobo.
—Rose, no puedes dejar que siga arruinando así su infancia, Raph aprenderá, solo necesita tiempo... pero es un niño, debe hacer cosas de niño, no esforzarse hasta el cansancio para demostrar que está a la altura de nadie.
—Entiendo lo que dices, hermana, que lo amas tanto como yo y que nada más quieras ayudar, pero no es tu hijo y no tienes ni idea de lo que se siente.
—Solo digo que...
—Sí, pero la respuesta es no. Ya falta poco para que cumpla años, de lo contrario deberá ir y es todo, ya está decidido —respondió con cierto tono agresivo, al dirigirle nuevamente la mirada a Opal notó en su expresión lo dura que había sido, pensando que quizás se haya excedido. Dejó que el aire se escapara lentamente de su boca, cerrando los ojos al mismo tiempo—. Mira, no será mucho, dice Nath que dura apenas unos meses, lo tendremos con nosotros antes de que notes su ausencia...
—Aún no se ha ido y, créeme, ya lo siento ausente.
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Editado: 18.07.2021