La chica que les daba asilo era una híbrida adolecente de nombre Kiah. Tenía apenas diecisiete años y carecía de poder alguno, tal vez por ello las gemelas la mantuvieron con vida. Lo que sí, poseía una piel azulada y dos cuernos similares a los de un carnero totalmente negros ubicados a cada lado de su cráneo. Sus ojos eran completamente blancos, sin iris o pupilas destacando, y presumía una humildad poco vista para el dúo. La cabaña de dos habitaciones, sala y cocina era como un palacio para Opal y Rose, quienes se contentaban con un lugar para dormir luego de varios meses sin hacerlo. Se les permitió quedarse el tiempo que desearan dado a que, por lo visto, la muchacha vivía sola. Aquella mañana, luego del pequeño encuentro al que no podríamos llamar del todo «discusión» entre las gemelas, Rose se había sentado con su anfitriona a beber algo. La muchacha trabajaba en una especie de bar o taberna, creando y sirviendo tragos a quienes la visitaran, por lo que se le dio a probar alguna de sus especialidades. A diferencia de otros días y por culpa de la conversación con Opal, la mujer de cabello y ropa oscura se veía decaída y algo pensativa. Al notarlo, Kiah creyó ver una oportunidad para sacarle una poca información a quien se quedaba en su hogar, conocer las intenciones de su viaje y descubrir en profundidad quiénes eran las gemelas. El cabello blanco, casi tanto como sus ojos, le caía salvajemente sobre los hombros, cubriendo en parte su rostro y enredándose ligeramente en sus cuernos de tonalidad tan contrastante, por lo que pasaba mucho tiempo quitándolo de en medio.
—Dices que viajan para buscar a tu hijo, imagino lo difícil que debe ser para ustedes, ¿cuál es su nombre? —Rose miraba el suelo, se sonrió al notar la delicadeza en ese pequeño detalle. Dijo «es», no «era», lo que dio una sensación algo placentera a la dolida madre.
—Raphael, lo nombró su tío. —Levantó la mirada, encontrándose con la cálida sonrisa de esa muchacha—. Aún me culpo, luego de tanto tiempo, ¿sabes? Puede que mi hermana tuviera razón, le exigí demasiado al pobre niño.
—Creo que es uno de los miedos constantes al ser padre, no te atormentes, un secuestro no es fácil de predecir o prevenir.
—Seguro tengas razón.
—Y, dime…
Dejó sobre la mesa de pequeño porte una copa llena de líquido verde aguado, con algunos hielos y dos hojas decorando. Acomodó las piernas una al lado de la otra, previamente elevadas sobre su asiento. Estaban en una especie de porche, bajo el techo de madera junto a la entrada a su cabaña y con el entorno boscoso que a la androide siempre había fascinado. Una leve corriente de aire fresco removía las ramas de unos árboles que las rodeaban, similares a la familia de las coníferas. De pronto, en la expresión tan atrapante de la anfitriona, apareció una mueca, llena de duda, parecía interesante la pregunta que estaba por hacer, o era que llevaba bastante tiempo pensando en ella.
—¿Qué tienen planeado luego de esto, de este lugar? Me refiero a… ¿Seguirán vagando a lo largo y ancho del universo hasta encontrarlo?
—Probablemente esa sea la única opción.
—Pero tardarían siglos.
—¿Se te ocurre algo mejor?
—De hecho, creo que puedo ayudarlas… o, bueno, conozco a alguien que puede.
—Algo más de información me sería útil, ya sabes.
—Por supuesto, solo dame un minuto.
Entró a su hogar tras ponerse velozmente de pie. Momentos después, salió, por esa misma puerta, la otra mitad de tal dúo tan poderoso. Rose le contó lo que había pasado, lo que habló con Kiah, y creyeron entre las dos que era buena idea al menos escuchar lo que tenía para ellas. Porque la realidad complicaba sus tan básicos planes, era cierto eso de que tardarían siglos en recorrer el universo entero, e incluso existía la posibilidad de que aun así no lo hallaran, bastaba con que Raphy y su secuestrador se estuvieran moviendo de un planeta a otro para complicar enormemente la búsqueda de las chicas. Algo de ayuda en momentos como aquel no vendría mal en lo absoluto, esa chica parecía de todo menos peligrosa y en su semblante algo daba la necesidad de creerle. Al rato volvió con un cuaderno el cual les mostró detenidamente a ambas, en él tenía fotos, notas y papeles sueltos esparcidos entre las páginas. Sacaba uno, se los mostraba y buscaba otro, así por un buen rato. Uno de los papeles que les enseñó tenía apariencia de ficha, en ella hablaba de dos sujetos y traía adjuntas las fotos que corresponderían a ellos.
—Solían ser caza-recompensas en este lugar, por lo que sé conocen gran parte del universo, ahora se supone que están retirados pero podrían ser de ayuda.
— ¿Y por qué lo harían?
—Son buenos amigos míos, sé que si se los pido van a pensarlo. —Se detuvo, las miró detenidamente a ambas, luego sacudió la cabeza de manera lo más disimulada posible—. A saber, incluso puede que ni sea necesario.
—¿Debemos buscarlos o puedes traerlos aquí? Así al menos saber con qué tratamos.
—Los llamaré, de seguro logro que vengan. Solo esperen un poco, suelen ser difíciles de contactar.
—Tómate tu tiempo —respondió, siendo lo primero que salió de su boca en un largo tiempo, la más rubia de las gemelas.
Se dedicó unos minutos a observar la ficha de esos sujetos, la cual estaba incompleta y poco clara en algunos campos. Pasó luego a analizar sus fotos, uno castaño, otro de cabello café oscuro, eran los seres más humanos que había visto en años, sin contar la apariencia de su hermana, y en parte también a Kiah. Comenzó a preguntarse más sobre ellos, quiénes eran, de dónde venían, si realmente podían o no ayudarlas. Mientras tanto, Rose se veía bastante optimista, creía que ese sería un paso hacia delante en su búsqueda, incluso podía ser una movida importante. Dado a que llevaban tanto tiempo vagando en una nave elíptica de metal, sin rumbo y cada vez más perdidas, todo lo demás se veía como buena opción.
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Editado: 18.07.2021