La estrella alrededor de quien giraba ese planeta se veía caer sobre el horizonte, dando comienzo a un crepúsculo lleno de hermosos colores y marcando la entrada a cientos de hermosas estrellas. El dúo que aún se hallaba bajo un árbol descansando ya había dejado de hablar, solo miraban en calma el cielo y su espectáculo. Él, en parte, solía observar cómo ella miraba el firmamento. Tras un rato de esto mismo, se sonrió. Volvió la mirada hacia arriba, tomó aire, y comenzó.
—¿Sabes? Siempre me gustaron las estrellas.
—No conozco alguien a quien no —respondió lo más amigablemente posible, tratando de ahorrarse el sarcasmo.
—Pero siento que por razones diferentes. —Al voltear, Opal notó que Leo no la miraba, no como en las demás ocasiones—. Me gustan más al saber que son peligrosas, no solo por lo bonitas que sean.
—Me gustaría saber en qué sentido va dicho eso.
—Pues... fácil, son masas de gas ardientes a millones de kilómetros. Hermosas, sí, pero intocables, inalcanzables... porque si lo intentas, te quemas.
—Creo haber entendido la indirecta
—¿Eso crees? Y dime, ¿tienes algo que comentar al respecto?
—Claro. —Opal sonrió, con cierta perversión en el gesto pero no en la mirada. Leo la miró por el rabillo del ojo—. «Masas de gas ardientes», pero no todas la luces en el cielo, a las que llamamos estrellas, lo son.
Rió, notando la decepción en los ojos de ese hombre. Él se mordió durante solo unos segundos el labio inferior, suspirando con cierta gracia. Porque claro, esa maldad en el sentido inocente de la palabra, era lo que le atraía de ella. Y se lo dijo, borrando del rostro femenino la sonrisa. Se detuvo a pensar, tal vez se le había ocurrido una muy mala idea.
—¿Si te beso dejarás este papelito tan lamentable? Tú eres quien queda mal, en serio.
—Bueno, si lo pones de esa forma... no me molestaría probar tus besos.
—Responde, Leo.
—Bien, sí, me detendré. —Se giró, dejando su cuerpo en dirección al de Opal—. A menos que luego no quieras que me detenga.
—Sí, sí, cierra la boca, galán.
Fue evidente el sarcasmo adornando aquella última palabra, pero no pudo evitar darle un brinco al corazón de ese sujeto. Ella se acercó, entonces, robándole un beso. Diría que él se dejó besar, pero no fue solo eso, realmente. Poco a poco se intensificaba el asunto, sorprendiendo incluso a Opal, quien se dejaba llevar por lo que el otro hacía. Lo sujetó sin pensar demasiado, posando su mano delicadamente sobre el cuello de quien besaba. Leo acarició varias veces su cintura. Tras algunos segundos, eternos y a la vez tan efímeros, sus labios se separaron unos de otros. Al abrir los ojos, ambos vieron inconscientemente la boca del contrario. Una sonrisa unánime, y la extraña sensación de haberlo gozado más de lo esperado. De un momento a otro, él se le volvió a acercar, buscando más de aquello tan dulce. Pero, entonces, Opal se alejó. Su gesto había cambiado, como si estuviera resignada a no evitar lo que al besarlo intentó demostrarse a sí misma.
—Lo siento, Leo... estuvo bien pero no... No puedo hacerte esto.
—¿Hacerme qué?, ¿de qué hablas? —Su voz era dulce, con la punta de sus dedos delineó el contorno de su rostro, intentando que lo mirara.
—Mira, me agradas, aunque no parezca así todo el tiempo... pero yo, bueno... mi corazón aún le pertenece a alguien más, de verdad lo lamento.
—Entiendo, no te castigues... debes saber que, si algún día lo olvidas y estás lista para algo más, aquí estaré para ti, princesa.
Besó su frente, presionando, tan suave como sus impulsos le permitieron, los labios sobre su piel blancuzca. Entonces oyeron a sus hermanos llamar, habían terminado ya con la máquina y estaban listos para partir. Ambos se dirigieron con ellos, siendo avisados de que, por lo visto, estaban apenas a unos cuantos planetas más del «Fin del Recorrido». El último lugar donde ese aparato marcaba la ruta de Raphael, por ende, el último lugar al que llegó. No se atrasaron más, pasaron el portal uno a uno, ya acostumbrados al uso de estos. En cuestión de segundos estaban del otro lado, un mundo nuevo al doblar la esquina. O, bueno, tras pasar una puerta. Como era ya rutina, recorrieron el camino que se marcaba color rojo en la pantalla iluminada. Al estar en otro sistema planetario, no les sorprendió hallarse con un momento del día y año diferentes. Ahí era invierno, uno no tan cálido como el que conocían los muchachos, ni tan helado como conocían las muchachas. También estaban a plena luz del día, rodeados de gente en lo que parecía ser una capital. Por ello, no prestaban atención a todo aquel que pasaba a su lado o al que vieran a los costados del camino. Lo que sucedió, tal vez, fue que alguien junto a la calle sí los estaba observando, a ellas, en realidad. Las gemelas comenzaron a sentir que las seguían, no como aquellos que caminaban en su misma dirección, sino que realmente las seguían. Tras notar su incomodidad, a los chicos se les ocurrió desviarse hacia donde hubiese menos gente y así ellas comprobasen lo que creían. Efectivamente fue así, tras seguir por una bifurcación vacía, en cuestión de segundos ubicaron sin mirar a la presencia que iba detrás de ellos. Rose volteó velozmente, sujetando al desconocido con sogas salidas de la nada, impidiendo todo movimiento. Cuando ambas se percataron de quién se trataba, ninguna de las dos podía salir de su asombro.
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Editado: 18.07.2021