Desde otro sitio, tal vez no tan alejado, dos hermanos recorrían un sótano aparentemente vacío. En él solo se hallaban pedazos de tela rasgados y algunas prendas viejas, platos quebrados o vacíos, con pobres restos de comida. Cadenas fijas a la pared cuyos eslabones rotos y gastados denotaban años impregnados en ellos. Pudieron oír varios gritos, algunos más fuertes que otros, femeninos y masculinos, agonizantes en su mayoría, que los alertaron. Tras recorrer un poco más aquella sala encontraron una puerta escondida, que al abrirla resultó ser una entrada al elevador más arcaico que hubieron visto en siglos.
—¿Tú que dices?
—Digo que si mi hijo está ahí, cometería el error más grande de mi vida al no entrar.
Estaba decidido, su hermano se sonrió, golpeando un par de veces el hombro de quien miraba atentamente ese elevador. Al mismo tiempo oían los gritos desde la distancia, creyendo con casi total seguridad que, al entrar a ese ascensor, llegarían a la fuente de aquellos. Lo hicieron, se adentraron entre los barrotes oxidados y las rejillas de alambre. Les costó un poco pero finalmente encontraron la forma de hacerlo funcionar, y comenzó a elevarse. Tras algunos minutos de viaje bastante movido, ese aparato se detuvo, abrieron con algo de esfuerzo las viejas y gastadas puertas de metal hacia una pequeña habitación. Esta tenía un panel colgado de la pared paralela a la que poseía el elevador, lleno de fotos y recortes. Varias imágenes de las gemelas, de ellos incluso, pero en menor medida. Al acercarse a verlo, notaron que a su lado había una especie de mesa repleta de botones y palancas, por lo que, asumieron, desde ahí manejaban cada mecanismo y aparato controlable de aquella fábrica abandonada. A un costado había una ventana, la cual llamó bastante su atención. Se pegaron al vidrio, observando varios metros hacia abajo. Ahí se encontraron con una gran extensión de lo que sería un cuarto ambientado a la jungla. Vieron también a varios seres corriendo, supieron entonces que de allí provenían los gritos. Nathan se dirigió nuevamente al panel, analizando en profundidad lo que veía. Derek mantuvo la mirada sobre ese ventanal unos minutos más, llegando a divisar lo que sería una bestia de gran tamaño zigzagueando entre los árboles. Se movía velozmente, por lo que le costó algunos minutos más identificarlo como un animal conocido para él.
—Es muy extraño, parece que quien estuvo aquí nos vigila desde hace tiempo.
—Creo que es más extraño el hecho de que un lobo blanco gigante esté persiguiendo y asesinando a quien se encuentre aquí abajo.
Nath volteó a verlo, él seguía con la mirada fija en aquel escenario. Se acercó a su hermano, viendo con sus propios ojos lo que le mencionaba. Se mantuvieron observando e intentando comprender esa masacre unos momentos, cuando Nathan logró ver otra ventana como esa en la pared que tenían delante. En ella se veían Rose y su hermano restante, quienes veían con pena en la expresión lo mismo que ellos. Hizo algunas señas, pero ninguno reaccionó. Supo que si pudieran los verían, por lo que, comprendió, no podían.
—Puede que sea algo así como un espejo unidireccional, nosotros vemos hacia allá pero desde ahí no nos ven.
—Debe ser por eso que está aquí la mesa de control… tenía inscripciones, ¿no? —cuestionó Derek.
—Sí, eran letras de un idioma medianamente conocido, si lo intento podría descifrarlo.
—Bien, inténtalo-
Él asintió, poniéndose en marcha con eso. Tal vez, en el fondo, el menor de entre ellos dos, lo supiera y deseara ignorarlo, pero ese lobo sediento de sangre no era otra que su mejor amiga. Quien, cegada, tanto por la corona de espinas metálicas que traía en los ojos, como por su bestia interior, cazaba y devoraba al primero que tuviera delante de ella. No era consciente de nada, apenas sí podía identificar los aromas de cada cosa que la rodeara. Sentía el plástico del que estaban hechas muchas de esas plantas, y los corazones acelerados de quienes temían por sus vidas. Oía sus gritos desesperados y el llamado de auxilio que nadie atendía, sentía bajo sus garras la carne desgarrada y ese líquido bañándolas. Ya había perdido la cuenta, puesto que un largo camino carmesí la precedía, la cantidad de cadáveres que tenía detrás no era normal ni para ella. No pensaba, ni razonaba, solo cazaba. Parecía estar disfrutando eso de saltar sobre seres aterrados y destrozarles el cuello mientras se impregnaban los aromas naturales de esas pobres víctimas en su pelaje. Derribarlos, olfatear antes y luego de morder el cráneo o vientre de quien quedase bajo sus patas enormes.
Hasta que, de la nada y sin aparente razón, no lo hizo. Había saltado sobre alguien que no gritaba, ni lloraba, o suplicaba por su vida. Se tomó su tiempo con él, o ella. Inhaló hondo, llenándose el hocico de ese olor. Gruñía, pero dejó de hacerlo. Aquellos que la observaban desde dos puntos distintos a lo alto de la sala se mantenían expectantes.
—Se detuvo, ella se detuvo —soltó Rose, quien no comprendía la situación.
Por otro lado, Derek compartía su asombro.
—¿Qué sucede…? No lo está atacando, no como al resto.
El lobo volvió a olfatear, más profundo que antes. Cerró sus fauces, comenzaba a volverse nuevamente humana.
—¿Rose? —dijo ella, ya de nuevo en su estado natural. Se acomodó encima de él—. No… no eres mi hermana… pero hueles como ella.
Justo entonces, Nathan encontró una palanca que quitaba de ese escenario todas las plantas, reales o no, dejando solo los cuerpos, a ellos, y quienes aún temían por sus vidas. También encendió las luces que faltaban, y desactivó una especie de campo. Este aparentemente era el que les quitaba fuerza a los demás, porque fue cuestión de tiempo para que Rose y Liam se liberaran de sus ataduras.
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Editado: 18.07.2021