El viaje hacia el sistema estelar al que necesitaban ir no era largo, pero pareció eterno ante la percepción de una madre preocupada, o de la tía desesperada de un niño que ya no lo era tanto. A mitad de camino, una nave pasó fugazmente a su lado, proveniente de la misma dirección que ellos rato antes. Se ganó así la mirada de todos, incluso del capitán y su copiloto. Al seguir viendo unos instantes ese navío, notaron que iban hacia el mismo lugar, o por el mismo camino al menos. Esto, de más está decir, les preocupó bastante. Si quien viajaba ahí había salido del planeta en el cual estaban, y se dirigía en la misma dirección que ellos, no podía significar nada bueno. Prosiguieron con cuidado, identificando el transporte ajeno en su radar, para asegurarse de tenerlo vigilado. Al ser tan corto aquel viaje, pronto divisaban el último planeta en la línea de un sistema estelar al cual comandaban dos astros, girando uno sobre su aledaño, atraídos por la enorme fuerza gravitacional que tenía el otro, y repelidos por la misma gran fuerza que uno mismo poseía. Era difícil para cualquiera notarlo, pero las gemelas ya habían visto más allá, sabían que esas no eran estrellas.
—Creo que llegamos... —murmuró el menor de los trillizos, viendo como la otra nave también disminuía la velocidad algo más adelante.
—Y nuestros nuevos amigos quieren darnos la bienvenida. —El mayor de ellos tres detuvo la nave, dejándola estática. Fue evidente para los demás el sarcasmo que usó al ver cómo ese vehículo se giraba en su dirección, pareciendo para todos que lo hacía de forma amenazante—. Manténganse alertas.
Como se mencionó apenas, el navío giró, enfilando la cabina hacia ellos. El cristal era oscuro, por lo que no se veía el interior ni quién la tripulaba. Mientras la observaban, el vidriado se oscureció aún más, camuflándose con el negro predominante del espacio exterior. Entonces otra imagen se mostró sobre el vidrio. Entendieron de esa manera que se trataba de una pantalla. Al aclararse la transmisión del interior, pudieron identificar frente a la cámara que capturaba la secuencia, a un soldado de Meyder, con su uniforme y la máscara que apenas dejaba ver parte de sus ojos. Este se hizo para atrás, dejando ver algo más al fondo el cuerpo tendido sobre un sofá de su Coronel. El rostro magullado, de expresión fastidiada y el resto de su facha denotando los restos de la pelea en la que había sido sometido, solo ponía más en duda al grupo ajeno. ¿Cómo era que siempre salía de las batallas en que peor terminaba? Pronto sus dudas fueron resueltas, el otro pasajero se quitó la máscara, dejando visible un rostro idéntico al de quien seguía echado metros por detrás. Igual de lastimado, con la misma expresión, solo las ropas eran distintas entre ambos. Trillizos y gemelas quedaron perplejos, ¿acaso otro holograma? ¿Un robot, clones a lo Star Wars?
—¿Sorprendidos? Parece que no se esperaban a más como yo... les presento a uno de mis siete hermanos mellizos, de los cuales quedan solo cinco gracias a ustedes.
Era extraño, como si lo que uno sufriera lo sintiese también el resto, como si sus marcas se transmitieran de un cuerpo a otro, así como si compartieran consciencia. No se detuvo a explicar más, la pantalla volvió a ennegrecerse para que, apenas unos micro-segundos luego, se viera una situación distinta. Entonces mostraba un cuerpo tendido en el suelo, atado de pies y manos, amordazado, y con los cabellos rubios desordenados sobre el rostro. Se hallaba uno o dos metros por delante de la que, asumieron, era una enorme puerta. Junto con las ataduras de sus muñecas, el cuerpo tenía una cadena sujeta a ellas, la cual lo mantenía unido a la pared derecha de esa sala. Lo mismo con sus piernas, del lado izquierdo. La puerta se abrió entonces, creando una gran corriente que llevaba todo, lo que no estuviese seguro, a ser expulsado de la nave, la presión del lugar afectaba visiblemente a quien reposaba en el suelo, impidiendo que saliera despedido de allí por las cadenas que tenía.
—¡Ese es Dony! —gritó Evie desesperada al reconocerlo, tras unos segundos de recordar cómo se veía su nueva figura.
Los demás lo sabían, pero no lograban salir de su asombro hasta oírla. Un pequeño recuadro apareció bajo la misma pantalla, en el que aparecían los Meyder’s nuevamente. Uno, el vestido de soldado, comenzó a reír.
—Que divertido sería ver cómo sale volando sin esas tontas cadenas, ¿verdad?
—Está totalmente loco... —susurró Derek. Nathan, estando a su lado, se limitó a asentir.
—Si no puedo con ustedes, les quitaré lo que más les importa de una vez por todas.
Entonces habló quien seguía en el sofá detrás, pero la voz fue la misma. Las gemelas ya estaban buscando la forma de evitarlo. Tal vez salir de la nave e ir por él, intentar aparecer en donde Raphael estaba, incluso tratar de atraparlo con un veloz y casi imposible movimiento del capitán Nath. Pero no lograron más que pensar en ello, dado a que sin más preámbulos, las cadenas del chico se soltaron de los ganchos que sostenían el último eslabón de cada una a la pared. El cuerpo aparentemente inconsciente de Rapha salió despedido hacia el exterior del vehículo espacial, dejándolo a la deriva, entre polvo y restos de asteroides. No fue demasiado lo que tardó la gravedad de las estrellas en atraparlo, y debido a su pequeñez en comparación a tanta fuerza, se acercaba a ellas tan rápido como la física se lo permitía.
—¡Nath! —gritó Rose.
—¡Ya lo vi!
Torció a fondo las palancas con que manejaba la dirección de aquella nave elíptica y metálica, girándolo bruscamente. Aceleró a fondo, llevándolos de pronto hacia donde la nave de Meyder, tratando de alcanzar a Raphael antes de que llegara a un punto en el cual las estrellas se lo devorarían entero. Pero por más que puso todo lo que tenía en apresurarse lo más posible, aun cuando usara todo lo que tenía a su alcance para llegar a él, para salvarlo, no lo logró. Al percatarse de que no podrían avanzar más o de lo contrario todos ahí morirían, el primogénito ya era absorbido por las binarias.
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Editado: 18.07.2021