El sol pegaba fuerte sobre la cancha de la escuela cuando Alex se dejó caer sobre la banca de madera, con los brazos extendidos como si acabara de correr un maratón. A su lado, Nico lo miró con una ceja arqueada y un vaso de agua en la mano.
—¿Tanto drama por media clase de educación física? —preguntó, dándole un sorbo.
—No es el ejercicio, es la injusticia. —Alex suspiró dramáticamente—. ¿Sabías que el 14 de febrero es la fecha con más confesiones amorosas en todo el año?
Nico ladeó la cabeza, confundido.
—¿Y eso qué tiene que ver con la clase de deportes?
—Nada. Pero sí con nuestro próximo movimiento maestro —dijo Alex con una sonrisa de autosuficiencia.
Nico suspiró. Había aprendido a temer esas palabras.
—No quiero formar parte de esto —sentenció de inmediato.
—Ni siquiera sabes qué es.
—No me importa. Cuando dices “movimiento maestro”, generalmente termina en desastre.
Alex ignoró el comentario y se incorporó, apoyando los codos en sus rodillas.
—Mira, se acerca San Valentín. Y eso significa que el 90% de nuestros compañeros están en pánico porque no saben si confesar su amor o esconderse en un baño hasta que pase el día.
—Y el otro 10% somos nosotros, que no nos importa.
—Exacto. Por eso, en un acto de suprema generosidad, vamos a ayudar a esos pobres desafortunados a encontrar el amor.
Nico casi escupe el agua que estaba bebiendo.
—¿Nosotros? ¿Ayudar a alguien en cuestiones románticas?
—Sí, porque claramente somos los más calificados para hacerlo.
Nico le lanzó una mirada que decía ¿en serio? y Alex, como siempre, eligió ignorarla.
—Mira, es simple. Creamos un sistema de emparejamiento. Analizamos quién le gusta a quién, vemos si son compatibles y los empujamos a juntarse. Así evitamos que cometan errores tontos como declararse a la persona equivocada.
—¿Y si no quieren ayuda?
—Todo el mundo quiere ayuda en el amor. Solo que a veces no lo admiten.
—O sea que nosotros decidimos por ellos.
—Exacto.
Nico apoyó la cabeza en su mano y suspiró.
—Esto es una idea terrible.
—Esto es una idea brillante, y en tres semanas seremos recordados como los héroes del amor.
—O como los idiotas que destruyeron todas las parejas de la escuela.
Alex sonrió.
—No hay forma de que esto salga mal.
Nico se masajeó las sienes.
—Siempre hay una forma de que salga mal.
Nico aún no entendía cómo se había dejado arrastrar a esto.
Habían pasado apenas unos minutos desde que Alex lanzó su idea y, de alguna manera, ahora estaban sentados en la cafetería con una libreta abierta entre ellos, como si fueran dos investigadores resolviendo un caso de alto perfil.
—A ver, primero hay que identificar los objetivos principales —dijo Alex, mordiendo el extremo de su pluma.
—¿Objetivos? Esto suena a misión militar —respondió Nico con una ceja levantada.
—Exacto. Es una operación estratégica, bro. Hay que ser precisos, eficientes… letales.
—No creo que “letales” sea la palabra adecuada para emparejar gente.
Alex ignoró el comentario y escribió en la libreta con grandes letras:
“OPERACIÓN CUPIDO”
—Está bien, primero tenemos que analizar quién le gusta a quién —continuó Alex—. O sea, los crushes más obvios.
—Y si no es obvio, ¿cómo lo sabemos? —preguntó Nico, apoyando la barbilla en su mano.
—Hermano, es obvio. Mira, por ejemplo: Valentina.
Nico parpadeó.
—¿Qué tiene Valentina?
—Le gusta Mateo. Claramente.
Nico lo miró, esperando una prueba sólida que justificara esa afirmación.
—Se pone toda nerviosa cuando él está cerca, se le ilumina la cara cuando la saluda y siempre se ríe de sus chistes, incluso cuando son pésimos.
Nico torció la boca.
—Los chistes de Mateo son pésimos.
—¿Ves? Confirmado. —Alex anotó “Valentina → Mateo” en la libreta con una flecha gigante—. Luego, está Sofía.
—Ajá. ¿Y ella qué?
—Segurísimo que le gusta alguien, pero es tan cerrada que va a ser difícil descubrirlo.
—O quizás simplemente no le gusta nadie.
—No, no. Todo el mundo tiene un crush, Nico. Incluso tú.
—Eh, no.
—Ajá, claro —respondió Alex con una sonrisa burlona—. Pero bueno, seguimos. Necesitamos un plan de acción.
Nico miró la libreta, donde Alex había empezado a hacer esquemas de flechas, nombres y posibles parejas como si estuviera organizando un campeonato de fútbol.
—¿Y qué piensas hacer exactamente?
—Sencillo: observamos, analizamos y… ejecutamos.
—Eso suena sospechosamente mafioso.
Alex rodó los ojos.
—Digo que hay que ponerlos en situaciones donde tengan que interactuar. Crear momentos románticos.
—O sea, manipularlos.
—No manipular, ayudar. A ver, si Valentina y Mateo nunca hablan, ¿cómo van a enamorarse? Pues les damos un empujoncito.
—¿Y si Mateo no siente nada por Valentina?
—Ya veremos. Si funciona, genial. Si no, aprendemos y ajustamos el plan.
Nico soltó un suspiro.
—Sigo pensando que esto es una idea pésima.
—Sí, sí, pero igual me vas a ayudar.
—No me diste opción.
—Porque sé que en el fondo te encanta el drama.
Nico negó con la cabeza, pero Alex ya estaba emocionado, escribiendo los nombres de más compañeros en su esquema.
—Bien, Nico. Operación Cupido ha comenzado. No hay marcha atrás.
Nico tomó su vaso de agua y bebió un sorbo largo, como si pudiera tragar su arrepentimiento.
—Nos van a matar.
—Nah. Nos van a agradecer.
Y así, con una libreta llena de planes y cero sentido común, los dos amigos acababan de desatar el desastre romántico más grande que la escuela había visto.
—A ver, primero hay que definir las estrategias —dijo Alex, pasando las páginas de la libreta con energía—. Vamos a dividir a la gente en categorías: los que ya tienen un crush clarísimo, los que están en negación, y los que ni saben que están enamorados.