El plan era sencillo.
Tan sencillo que no podía salir mal.
Al menos, eso era lo que Alex decía mientras se paseaba por los pasillos con la libreta en la mano, dando instrucciones como si fuera el líder de una misión encubierta.
—Mateo, ¿tienes la flor? —preguntó en tono serio.
Mateo sacó de su mochila una rosa roja envuelta en papel celofán.
—Obvio, papá.
—¿Y la nota?
Mateo le mostró un papel doblado en cuatro.
—“Los pájaros no usan Facebook porque ya tienen Twitter” —leyó Nico en voz alta, con expresión de sufrimiento—. No puedo creer que estamos haciendo esto.
—Vos no creés en el amor, Nico, y por eso no creés en este plan —dijo Alex con tono solemne—. Pero ya verás.
—Ajá.
Sofía, que estaba recargada contra los casilleros con cara de que preferiría estar en cualquier otro lugar, resopló.
—Bueno, ¿van a dejar la nota o van a seguir haciendo el ridículo?
—Paciencia, paciencia —dijo Alex, mirando a todos lados como si esperara que un profesor los descubriera—. La misión requiere precisión.
Mateo miró su reloj.
—Faltan cinco minutos para el receso. Si la dejo ahora, cuando Valentina venga a su casillero, la va a encontrar de inmediato.
—Perfecto. Procede, compañero —ordenó Alex con una palmada en el hombro.
Mateo se acercó con cautela al casillero de Valentina y deslizó la rosa y la nota a través de la rendija. Luego, se alejó rápido, como si acabara de cometer un crimen.
—Listo —susurró—. Ahora, ¿qué hacemos?
—Ahora esperamos —dijo Alex con una sonrisa de autosuficiencia.
—Esto se va a salir de control —murmuró Nico, frotándose la cara con ambas manos.
***
Desde una mesa estratégicamente ubicada en la cafetería, el grupo vigilaba a Valentina con la discreción de un elefante en una cristalería.
—Ahí viene, ahí viene —susurró Alex, inclinándose hacia adelante.
Valentina llegó a su casillero, lo abrió y sacó sus libros. Después, notó la rosa y la nota.
—¡Mirá su cara! —Mateo se inclinó sobre la mesa, emocionado.
Valentina frunció el ceño y tomó la nota con cuidado. La abrió lentamente… y luego leyó.
El grupo contuvo la respiración.
Entonces, Valentina ladeó la cabeza. Frunció el ceño aún más.
Y después…
—¿Se está riendo? —susurró Sofía, sorprendida.
—Parece confundida… —dijo Nico, entornando los ojos—. Como si no supiera qué pensar.
Valentina miró la rosa, luego la nota, luego a su alrededor, como si intentara descubrir quién lo había dejado.
—¡Funciona! —Alex golpeó la mesa con emoción—. ¡Está funcionando!
Pero en ese momento, antes de que pudieran celebrar, un grupo de chicas se acercó a Valentina.
—¿Qué tenés ahí? —preguntó una de ellas.
Valentina mostró la rosa y la nota con una risa nerviosa.
—No sé quién me la dejó… pero miren esto.
Las chicas se reunieron alrededor de la nota.
Y entonces pasó.
—¡JAJAJAJA! ¿QUÉ ES ESTO?
Una de ellas soltó una carcajada tan fuerte que varias personas en la cafetería voltearon a mirar.
—¡Es el chiste más malo que he leído en mi vida!
—¿Quién deja una rosa romántica con un chiste de Twitter?!
Las carcajadas empezaron a multiplicarse. Valentina sonrió, pero su expresión era mitad divertida, mitad avergonzada.
—Bueno, es medio raro, ¿no? —dijo, encogiéndose de hombros.
—Capaz que es alguien que no sabe coquetear —bromeó otra.
—O un pelotudo sin remedio —agregó una más, riéndose.
Mateo se hundió en su silla con cara de muerto.
—Nos jodimos —murmuró.
—Nono, no no no no no… —Alex se tapó la boca con las manos—. Esto no estaba en el plan.
Nico no pudo evitar reírse.
—¡Te lo dije! ¡Te lo dije!
Mateo ahora parecía que quería desaparecer.
—¿Y si me cambio de colegio? ¿Es muy tarde?
—Nah, pará, todavía podés arreglarlo —dijo Sofía.
—¿Cómo?
Sofía se encogió de hombros.
—Ni idea, pero seguro que hay una forma.
Alex, sin embargo, se veía como si su mundo se hubiera derrumbado.
—No puede ser… esto… esto es un error de cálculo…
—Hermano, vos no calculaste nada —dijo Nico, secándose una lágrima de la risa—. Esto es un fracaso absoluto.
—No, no, no. Todavía podemos salvarlo. —Alex recuperó la compostura—. Es solo un pequeño tropiezo en el camino del éxito.
Mateo lo miró con incredulidad.
—Alex, acaban de decirme pelotudo en público.
—Bueno, pero con cariño.
—No fue con cariño.
—Pará, pará, que tengo otra idea.
—No, no quiero más ideas tuyas.
—No, esta es mejor. Infalible.
—Dijiste lo mismo de esta y mirá cómo estamos.
—Bueno, sí, pero ahora sí tengo una estrategia.
Mateo y Nico se miraron.
Sofía suspiró.
—Dios… ¿por qué presiento que esto se va a poner peor?
—A ver, Alex… iluminanos, ¿cómo se supone que vamos a arreglar esto? —preguntó Sofía, cruzándose de brazos.
Mateo todavía tenía la cabeza hundida en la mesa, como si esperara que el suelo lo tragara y terminara con su sufrimiento. Nico, por su parte, miraba a Alex con la mezcla de diversión y horror que se tiene cuando alguien está a punto de hacer algo increíblemente estúpido.
Pero Alex, como siempre, tenía la confianza de alguien que nunca había considerado el fracaso como una posibilidad real.
—Escuchen bien —dijo, apoyando ambas manos sobre la mesa—. Plan B.
—No me gusta el Plan B —dijo Mateo sin levantar la cabeza.
—¡Todavía ni te lo dije!
—No importa, ya sé que va a ser una cagada.
—Uff, qué falta de fe —Alex negó con la cabeza—. Bueno, igual lo voy a decir: la clave está en el misterio.
—Por Dios… —murmuró Sofía, masajeándose las sienes.
—Escuchame, escuchame. Valentina no sabe quién le dejó la rosa, ¿verdad?
—Sí… —admitió Mateo con desconfianza.
—Y ahora sus amigas están hablando de eso. Perfecto.