El plan funcionó.
Demasiado bien.
Tan bien, que Mateo estaba convencido de que el universo los estaba dejando avanzar solo para hacer que la caída fuera más dolorosa.
Sebastián y Camila fueron reasignados al mismo equipo sin ningún problema. Aparentemente, el profesor de deportes estaba más preocupado por organizar las competencias sin que hubiera heridos que en analizar si había algo sospechoso detrás de los cambios.
—Esto me da mala espina —murmuró Mateo mientras se ponía el uniforme deportivo.
—Boludo, todo salió como queríamos —dijo Nico, que estaba atándose los cordones de las zapatillas—. Deberías estar contento.
—Eso es lo que me preocupa. Cuando todo sale bien de golpe, algo feo se viene.
Alex, que se estaba ajustando la gorra con una sonrisa satisfecha, le dio una palmada en la espalda.
—¡Relájate, hermano! ¡Esta es la magia del destino trabajando a nuestro favor!
—O de la manipulación —corrigió Sofía, estirando los brazos.
—Detalles.
El silbato del profesor sonó, llamando a los equipos a la cancha. Las gradas del gimnasio estaban llenas de estudiantes que no competían en la primera ronda, esperando su turno o simplemente disfrutando el caos.
—Bueno, a ver cómo les va a nuestros tortolitos —dijo Nico, señalando a Sebastián y Camila, que estaban calentando en la otra punta de la cancha.
Mateo los observó con recelo. Camila se ataba el cabello en una coleta alta, con expresión seria, mientras Sebastián revisaba los demás jugadores con los brazos cruzados. Parecían listos para competir.
Y si había algo que Mateo sabía, era que el espíritu competitivo podía ser tanto un combustible para el romance como para el desastre.
El partido comenzó.
Era un juego de relevos con obstáculos. Nada complicado, pero suficiente para poner a prueba la coordinación de los equipos.
—¡Vamos, Sebas, más rápido! —gritó Camila, corriendo a su lado
—¡Vamos, Sebas, más rápido! —gritó Camila, corriendo a su lado mientras esquivaban los obstáculos.
—¡No me grites, estoy corriendo lo más rápido que puedo! —respondió Sebastián, con el ceño fruncido.
—¡Pues no parece!
Desde las gradas, Alex observaba la interacción con una sonrisa de satisfacción.
—Mirá qué química tienen ya, ¡se están peleando como una pareja casada!
Mateo, sentado a su lado con los brazos cruzados, no estaba tan convencido.
—O como dos personas que se odian.
—¡Eso es parte del proceso! Primero hay tensión, después admiración, luego… ¡BOOM! Amor.
—Eso no es amor, eso es falta de paciencia.
Sofía se rió.
—Aguantemos un rato más, a ver qué pasa.
El equipo de Camila y Sebastián iba en segundo lugar. Camila, claramente frustrada por no estar en la delantera, decidió tomar la iniciativa.
—¡Sebas, pasame la pelota y déjamelo a mí!
—¡Pero es un relevo! ¡Tenemos que turnarnos!
—¡No si el otro es lento!
—¡Oye, qué te pasa!
Mientras discutían, el equipo contrario aprovechó la distracción y los adelantó. Camila chasqueó la lengua y Sebastián la miró con una mezcla de enojo y desafío.
—¿Ves lo que hiciste? —soltó ella.
—¡Lo que hiciste vos!
Desde las gradas, Nico observó la escena con una expresión divertida.
—Che, si esto es lo que Alex llama química, capaz tengo que repensar mis relaciones pasadas.
Alex, sin embargo, no parecía preocupado.
—Esto es normal. La tensión inicial es parte de la historia de cualquier buena pareja. ¡Los rivales que se convierten en amantes son un clásico!
Mateo lo miró con incredulidad.
—¿Vos te estás escuchando?
En la cancha, el profesor sopló el silbato y terminó la carrera. Camila y Sebastián quedaron en tercer lugar, lo que claramente no le cayó bien a ninguno de los dos.
Camila se acercó a Sebastián con los brazos cruzados.
—Bueno, al menos no quedamos últimos.
Sebastián bufó.
—Solo porque yo compensé tu desastre en la última parte.
Camila lo miró como si acabara de decirle la peor ofensa del mundo.
—¿Perdón?
Sebastián, al darse cuenta de su error, retrocedió un paso.
—Digo… ehh…
—¡¿Desastre?!
—Camila, no te enojes, lo que Sebas quiso decir fue que… ¡tienen que trabajar en equipo! —interrumpió Alex, apareciendo entre ellos con su mejor sonrisa pacificadora.
Sebastián y Camila lo miraron al mismo tiempo.
—¿Desde cuándo estás acá? —preguntó Sebastián.
—Eh… ¡desde siempre! ¿Quién necesita agua? ¿Un snack? ¿Un terapeuta?
Mateo y Sofía llegaron detrás de él justo a tiempo para evitar un desastre mayor.
—¿Qué pasó? —preguntó Sofía.
—Este boludo me dijo desastre —respondió Camila, señalando a Sebastián con cara de indignación.
—Y ella casi me mata con la mirada —replicó Sebastián.
Mateo suspiró.
—Genial. En lugar de acercarlos, ahora se quieren matar.
Nico, que había estado observando todo con su habitual actitud relajada, se acercó a Alex y le dio una palmada en el hombro.
—Felicitaciones, Cupido. Lograste que se odien más de lo que ya lo hacían.
Pero Alex, en lugar de verse derrotado, sonrió con confianza.
—No subestimen mi estrategia.
Sofía resopló.
—No tenés estrategia.
—¡Claro que sí!
—¿Y cuál es ahora?
Alex miró a los dos peleones y luego sonrió.
—Si hay algo más fuerte que el amor, es el orgullo.
Mateo lo miró con preocupación.
—No me gusta a dónde va esto.
—¡Hay que hacer que quieran demostrarse el uno al otro quién es mejor!
Sofía y Nico lo miraron con curiosidad, mientras Mateo ya empezaba a buscar mentalmente la manera de desentenderse de otro plan peligroso.
—O sea… —dijo Nico—. ¿Querés que sigan compitiendo hasta que uno se enamore del otro por pura rivalidad?
—¡Exacto!
—Alex, eso es la peor idea que he escuchado.
—O la mejor.
Mateo enterró la cara en sus manos.