El mercenario, con una sonrisa despectiva y una mirada llena de superioridad, exclamó:
—¿De verdad crees que ese patético es la gran arma para detenernos? Solo es un inútil.
—Retráctate de lo que dijiste —respondió Yumi, su voz helada y cargada de seriedad, sus ojos clavados en el mercenario con una intensidad que podría atravesar el acero.
—Bueno, oblígame —replicó el mercenario, desenfundando un machete mientras Yumi sacaba su katana con un movimiento fluido y decidido.
La velocidad con la que Yumi se movía era sobrehumana, un borrón de movimientos gráciles y letales. Cada golpe de su katana era una obra maestra de precisión, lanzando cuatro cortes por segundo, invisibles para el ojo común. El mercenario, aunque solo podía bloquear dos golpes por segundo, contaba con un equipo especial que le otorgaba una ventaja considerable en esta lucha desigual.
—Es hora de terminar con la vida de ese mocoso y la tuya —amenazó el mercenario, desenfundando un arma oculta en su traje y disparando hacia Yumi. Las balas la alcanzaron, haciéndola soltar su katana y rodar hacia una pared cercana, su cuerpo impactando contra el duro ladrillo con un golpe sordo.
—Me diste problemas, pero no importa, ahora acabaré con ambos —dijo el mercenario, recargando su arma con una eficiencia fría y calculadora. Apuntó con precisión mortal hacia Yumi, preparado para disparar el tiro final. Sin embargo, justo antes de apretar el gatillo, una figura veloz lo golpeó con una fuerza inesperada, haciéndolo rodar varios metros por la calle.Incrédulo, el mercenario murmuró:
—No puede ser —al ver a una silueta con una katana frente a él. Era Ryo, su postura decidida y sus ojos ardiendo con una mezcla de determinación y furia.
—¿Qué estás haciendo? Te dije que no salieras —protestó Yumi con voz débil, soportando el dolor que irradiaba desde su pierna herida.
—Es mi forma de agradecerte por salvarme antes —respondió Ryo, su voz llena de resolución, mientras se preparaba para enfrentarse al mercenario.
El mercenario, carcajeando descontroladamente, dijo:
—Me ahorraste el trabajo de buscarte para matarte. Ahora terminaré esto.
—No lo hagas, es muy peligroso —suplicaba Yumi, mientras soportaba el dolor que parecía intensificarse con cada segundo.
—Tranquila, no te esfuerces. Espérame —respondió Ryo, manteniendo su mirada fija en el mercenario.
—¿Qué estamos esperando? ¡Vamos, ataca! —gritó Ryo, desafiando al mercenario con una valentía temeraria.
—He esperado toda mi vida para este momento —respondió el mercenario, sacando otra katana con un movimiento elegante y letal.
—¿Cuántas armas puedes ocultar? —preguntó Ryo, sorprendido por el interminable arsenal del mercenario.
—Las suficientes para aniquilarte —replicó el mercenario, abalanzándose sobre Ryo con una rapidez asombrosa. Pero Ryo, mostrando una destreza inesperada, repelía cada golpe con movimientos precisos y fluidos. A medida que la batalla se intensificaba, el mercenario parecía fortalecerse, moviéndose con una velocidad y fuerza que desafiaban la lógica. Logró hacerle un corte superficial en el brazo a Ryo, quien apenas reaccionó al dolor.
—Ahora vas a morir —dijo el mercenario, continuando su ataque con una furia implacable. Ryo, consciente de que necesitaba hacer algo drástico, decidió tomar un riesgo calculado: lanzó su katana al aire mientras el mercenario lo atacaba y, en el último momento, esquivó saltando sobre él y atrapando la katana en el aire.
Bajo la luz de la luna, Ryo se veía como un ninja, su figura iluminada por la pálida luz mientras se preparaba para dar el golpe final.
"Este es tu fin," pensó Ryo, descendiendo con una velocidad letal. El mercenario intentó bloquear con su katana, pero esta se rompió bajo la fuerza del ataque de Ryo, y terminó derrotado, su cuerpo cayendo pesadamente al suelo.
—¿Estás bien? —salió corriendo Ryo a ver a Yumi.
—Sí, estoy bien —le respondió Yumi. —¿Y tú?
—Sí, tranquila, no te preocupes. Si te puedes mover, déjame ayudarte.
En ese momento, Yumi gritó:
—¡Cuidado! —muy asustada.
El mercenario, aún aferrándose a sus últimos momentos de vida, disparó tres veces hacia Ryo. En una demostración de habilidad increíble, Ryo desvió las balas con su katana, partiéndolas por la mitad.
—Ya veo —dijo el mercenario en su último aliento, antes de morir.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Yumi, sorprendida.
—Pues, práctica —respondió Ryo con una sonrisa modesta.
—Bueno, vamos de aquí —le sugirió Ryo, extendiendo su mano.
—Está bien —respondió Yumi.
—Mi casa está cerca, si quieres ahí podemos curar tus heridas —dijo Ryo.
—Está bien, pero si intentas hacerme algo, tu siguiente parada será el hospital o peor —dijo Yumi seriamente, sus ojos lanzando una advertencia clara.
—Está bien, tranquila, no voy a hacer nada —dijo Ryo nervioso.