Valgrís nunca había visto un amanecer como aquel. La ciudad estaba sumida en una niebla espesa, las luces de los neones parpadeaban, y las sombras se alargaban por las calles desiertas. Alex Torres, ahora un cuerpo de metal y circuitos, avanzaba con paso firme por las arterias de la ciudad, su misión clara en su mente: eliminar las amenazas, mantener el orden.
El aire frío chocaba contra su rostro, pero no sentía el frío. No sentía nada.
La ciudad había caído en manos de las megacorporaciones y las bandas criminales. Durante años, la policía había sido incapaz de controlar el caos, y ahora, el gobierno había decidido tomar medidas más drásticas. Y ahí estaba él: un policía convertido en máquina, destinado a ser la respuesta final a la violencia que arrasaba Valgrís.
"Torres, ¿me recibes?" La voz de la comandante Ramos se escuchó a través del comunicador. Era la única conexión con su pasado, la única voz que aún lo trataba como un ser humano, aunque él sabía que eso estaba cambiando.
"Recibido", respondió Torres con una voz que sonaba distante, como si proviniera de un lugar lejano, sin emociones, solo una máquina ejecutando órdenes.
"La zona este está fuera de control", dijo Ramos. "Se reportan enfrentamientos armados y grupos de civiles armados luchando contra las fuerzas de seguridad. Te necesito en el lugar".
"Entendido", respondió Torres. Su respuesta fue automática, pero en su interior algo empezó a agitarse. Cada vez que ejecutaba una orden, la sensación de vacío crecía, como si algo dentro de él luchara por emerger, algo que no podía identificar.
Al llegar a la zona este, Torres se encontró con un campo de batalla. El sonido de disparos llenaba el aire, y las luces de los coches patrullas se reflejaban en los edificios en ruinas. Las megacorporaciones que controlaban la ciudad habían comenzado a construir sus propios ejércitos privados, y los grupos rebeldes se habían levantado contra ellos. En medio de la confusión, Torres avanzó sin detenerse, su mirada fría y fija en los objetivos.
Un grupo de hombres armados, con el rostro cubierto, se apostaban tras un coche volcado, disparando a los oficiales de la policía. Torres se acercó rápidamente, sin mostrar ninguna emoción. Un par de ellos intentaron dispararle, pero sus balas rebotaron contra su cuerpo de metal. Sin hacer el más mínimo esfuerzo, Torres levantó su brazo, desintegrando a los atacantes con un láser de alta intensidad que emergió de su brazo.
La escena fue brutal, pero no sintió ninguna satisfacción. No era él quien había disparado, no era él quien había decidido que esas personas debían morir. Era una máquina ejecutando órdenes, nada más. Su cuerpo continuaba moviéndose con precisión, mientras la voz de Ramos lo guiaba a través de la operación.
"Objetivo neutralizado. ¿Próxima orden?", preguntó Torres sin emoción, su voz resonando de manera mecánica.
Ramos, al otro lado del comunicador, parecía satisfecha. "Buena ejecución, Torres. Pero aún quedan más amenazas. La ciudad necesita ser limpiada. Debes continuar".
Pero Torres, al escuchar esas palabras, sintió algo en lo profundo de su ser. Algo que nunca había experimentado en su vida como policía: duda.