El cielo de Valgrís, antes cubierto por nubes grises y oscuras, comenzó a despejarse, como si el destino de la ciudad estuviera cambiando. Torres caminaba ahora por las mismas calles que había patrullado años atrás, pero con un propósito distinto. Ya no era el mismo hombre. No solo por el metal que lo recubría, ni por los circuitos que sustituían a su corazón, sino por lo que había decidido ser.
La mujer lo había guiado a un lugar seguro, lejos de las autoridades que ahora lo buscaban. Sabía que su decisión de unirse a la resistencia era un acto de traición. Aquel mismo gobierno que lo había creado, lo había convertido, y lo había utilizado, ahora lo vería como un enemigo. Pero la pregunta seguía rondando en su mente: ¿Era eso lo que realmente significaba la libertad?
"¿Por qué me elegiste?", le preguntó Torres a la mujer mientras ambos caminaban por los pasillos oscuros del refugio. Ella lo miró, una sonrisa ligera cruzó su rostro, aunque en sus ojos había una tristeza profunda.
"Porque sé que no eres solo una máquina", respondió ella con calma. "Nunca lo fuiste. La diferencia entre nosotros y ellos es que ellos creen que la humanidad se puede controlar. Nosotros sabemos que la verdadera humanidad está en las decisiones, en lo que hacemos cuando tenemos la capacidad de elegir."
Torres asimiló sus palabras en silencio, procesando cada frase. Había pasado de ser una simple máquina obediente, a un hombre dividido entre lo que había sido y lo que ahora podía llegar a ser.
"Pero... ¿cómo sé que no estoy tomando una decisión equivocada?", preguntó, una duda en su voz que antes no habría existido. "¿Cómo sé que lo que estoy haciendo es lo correcto?"
La mujer lo miró fijamente, y por primera vez Torres vio un atisbo de vulnerabilidad en ella. "No puedes saberlo", respondió con una serenidad que solo los que han luchado por mucho tiempo pueden tener. "La verdad es que nadie sabe lo que es correcto o incorrecto. Pero lo que importa es que, al final, tú decidas por ti mismo."
Torres se quedó en silencio, sus circuitos y su conciencia luchando por encontrar claridad en medio del caos.
De repente, un ruido sordo interrumpió la conversación. La puerta del refugio se abrió violentamente, y varias figuras encapuchadas irrumpieron en la habitación, sus armas apuntando directamente hacia ellos.
"¡Torres!" La voz de Ramos resonó, esta vez a través de un altavoz de la entrada, duro y autoritario. "Sabíamos que ibas a traicionar el sistema. No tienes a dónde ir. Te rendirás o te destruiremos."
El sonido de las armas cargándose llenó el aire, y Torres sintió una tensión interna, como si los viejos protocolos de su programación intentaran tomar el control. "No soy tu enemigo", replicó Torres, su voz resonando con una mezcla de humanidad y desesperación. "No soy una máquina para destruir. Soy algo más. Y ustedes no tienen derecho a controlarme."
Los soldados, al escuchar sus palabras, parecieron vacilar por un momento, pero el mando de Ramos pronto los reagrupó. "Tienes un último aviso, Torres", dijo. "Ríndete ahora y serás desactivado sin más daños. Si no... te eliminaremos."
En ese instante, Torres no dudó. Su cuerpo, a pesar de ser una máquina, había tomado una decisión humana: proteger lo que había elegido, lo que había decidido ser.
Un estruendoso choque de metal se produjo cuando Torres se lanzó hacia adelante, desarmando a los primeros soldados con un movimiento preciso. El sonido de los disparos resonó a su alrededor, pero él ya no sentía miedo ni obligación de seguir órdenes. Su objetivo no era destruir a los enemigos, sino a aquellos que lo habían convertido en una marioneta.
La batalla se desató en el refugio, con Torres actuando con una fuerza y rapidez abrumadoras, pero sin perder su humanidad. Cada movimiento era calculado, pero no mecánico. Cada vez que derribaba a un soldado, su mente volvía a las palabras de la mujer: "Tú eliges".
Al final, cuando los soldados fueron derrotados y el silencio cayó sobre el refugio, Torres miró las armas que había dejado atrás. Había destruido a quienes lo habían perseguido, pero también había destruido la última conexión que quedaba entre él y su antiguo yo: la obediencia ciega. Ahora, solo quedaba la pregunta: ¿Qué vendría después?
La mujer se acercó a él, observando la destrucción a su alrededor. "Lo hiciste", dijo suavemente. "Ahora, la verdadera lucha comienza."
Torres asintió lentamente. "La lucha por lo que soy", murmuró, mientras el sonido de la ciudad en guerra seguía retumbando a lo lejos.