Brie
22 de diciembre. Noche
No pude revisar absolutamente nada. Supongo que Chris aprendió, después de tantos años, sobre mis habilidades de super espía.
Dijo que sería un regalo navideño adelantado y, tras eso, tomó las canastas de ropa sucia de ambos cuartos para hacer toda la lavandería de la semana.
Pero no me rendí. Cuando se durmió revise cada lugar posible de la casa. Su habitación estaba impoluta, como nunca la había visto. Y sus pantalones caqui, normalmente tirados por cualquier lado, desaparecidos por completo.
¿Ropero? Ni rastro de ellos. ¿Lavadero? Tampoco.
Finalmente los encontré colgados en la soga, junto con el resto de la ropa ahora limpia. Aunque los bolsillos estaban vacíos, tan limpios como su cuarto.
Aun así, mi misión de descubrir su secreto no acababa ahí. No me rendiría tan fácil. No por nada en la adolescencia era llamada la Nancy Drew de mi instituto. Descubrir secretos era mi pasión, y como cualquier pasión, no podía abandonarla.
🎄
24 de diciembre. Mañana
Cada día de esa semana trataba de levantarme temprano o, al menos, lo que mi reloj biológico consideraba temprano.
Supongo que ni siquiera eso salvaría mi gran plan maestro. Tuve que caminar sola cada maldito día.
Chris se estaba despertando en la madrugada. Esa era la única opción que mi cerebro podía idear. ¿Cómo era sino capaz de evitarme tan efectivamente?
En la oficina me lo quedaba viendo fijo. A ver si eso llamaba su atención y rompía esa especie de ley del hielo que me había impuesto sin previo aviso ni pistas de que eso sucedería.
Los recesos eran lo peor. Normalmente nos sentábamos juntos mientras comíamos sándwiches, hacíamos chistes, nos reíamos de Gary e incluso, mientras me perdía viendo a Dominic pasar.
Pero todo parecía estar cayendo en picada con esta nueva rutina que él había establecido. Iba y volvía de casa sola, esperando en la puerta que él apareciera por toda la noche hasta quedarme dormida.
Sabía que no estaba enojado. O al menos no mucho, porque siempre en las mañanas aparecía recostada en mi cuarto, tapada con mis sábanas peludas y sin resfríos a la vista.
Aun así, sus llegadas tarde me preocupaban. ¿O enojaban? No estaba completamente segura. Solo sabía que deseaba sacudirlo por los hombros hasta que soltara la verdad o me dijera lo que le sucedía.
Así las cosas, volverían a la normalidad.
Era tan temprano el horario en el que salía para la oficina que en ningún momento llegué a verlo colocar su regalo en la caja que los organizadores del juego pusieron en la entrada.
—Brie —Zoe chasqueó sus dedos frente a mi rostro—. ¿Y tú regalo? Note que aún no pusiste nada ahí.
—Mierda, cierto —dije mientras sacaba el paquete rectangular y chato de mi mochila—. Casi lo olvidaba. Gracias por el recordatorio.
Toda la situación con Christian estaba jodiendo mi memoria. Nunca había estado tan mal, ni siquiera entre las mudanzas constantes con mi familia. Recién ayer había sido capaz de recordar que debía comprarle un regalo a Dominic.
Por poco se quedaba huérfano en su primer Santa Secreto.
🎄
Al final de la jornada Zoe nos llamó a la sala de descanso, el mismo lugar donde el lunes habían repartido los papeles con los nombres. Chris se ubicó al otro lado de la multitud de empleados, cerca de Gary.
Eso me hizo pensar… ¿Qué tal si Gary era su afortunado? Algo así explicaría muchas cosas. Él no quería mostrarme su papel para que no me burlara de su elección de regalo o influyera en su decisión. Todo comenzaba a tener sentido.
Al menos, en mi mente.
Me relaje un poco. Quizás, después de todo, su actitud de estos días se debía sólo a este estúpido juego. Él no era un reconocido fanático de actividades como esta. Siempre lo repetía, cualquier situación que requiriera guardar secretos, hacía nudos en su estómago.
Suspiré. Todo volvería a ser como antes. Miraríamos películas en la televisión, daríamos nuestra opinión sobre ellas y mientras beberíamos chocolate caliente como si no hubiera un mañana.
Nuestra amistad no estaba rota.
Zoe comenzó entonces a llamar uno por uno para entregar los regalos de la caja. En algún momento, se había escurrido al baño para vestirse de pies a cabeza como un elfo navideño.
—Dominic —llamó.
El rubio se acercó con seguridad hacia la elfa, miró el paquete y frunció un poco el ceño. Lo dio vueltas varias veces, como queriendo descubrir que era sin necesidad de abrirlo.
Pero antes de poder hacerlo se giró hacia la multitud y lo perdí de vista. No quería perderme su expresión al abrirlo, pero también quería ver el del resto de las personas.
—Christian —llamó ahora Zoe, luchando para arrastrar un paquete que por su tamaño no había cabido con el resto—, toma. Buena suerte con llevártelo.