Operación Santa

Capítulo cuatro

Brie

 

24 de diciembre. Noche

—¿Cuál dices que me ponga? —pregunté a Chris. Le mostré los dos vestidos que estaba pensando en llevar a la fiesta de la oficina—. ¿El azul o el negro?

Ambos me parecían bonitos. Con un escote sencillo pero atractivo podrían hacerme destacar bastante en la celebración, sin necesidad de ser demasiado atrevidos. El solo me observó con su dedo índice bajo su barbilla.

—Difícil decisión —respondió mirándome con más atención—, creo que ambos lucirían muy bien en ti.

Comprendí que no sería de mucha ayuda ese día. Normalmente solíamos hacer esto, el ayudarnos a escoger la ropa entre nosotros. A Chris no se le daba muy bien la moda, y mi ayuda era algo necesario cada vez que él tenía una cita o salida con sus otros amigos. Yo simplemente estaba indecisa, y tener una segunda opinión era una gran ayuda.

En especial, cuando no puedes decidir qué vestir para no llegar tarde. El bar de Rory quedaba a media hora de nuestro hogar, pero hasta que me vistiera, maquillara y tomáramos el taxi se haría tan tarde que estarían todos borrachos a nuestra llegada.

—Bien. Creo que elegiré el negro —Decidí viendo el reloj en la pared de mi cuarto. No podíamos seguir perdiendo tiempo—. ¿Estás listo?

—Si —contestó levantándose de mi cama—, solo necesito ayuda con mi corbata. ¿Te molestaría?

—Sabes que no —Le sonreí mientras me acercaba. Ajusté la corbata roja a su cuello e hice el nudo con rapidez. Sus ojos verdes se quedaron fijos mirando el movimiento de mis manos, luego subiendo a mis ojos y devolviéndome una sonrisa suave que marcó los hoyuelos en sus mejillas.

Estaba acostumbrada a esto. Nuestra cercanía, nuestra amistad, era algo que nunca deseaba perder. Por eso me dolió tanto cuando esta semana se alejó, mostrándose reticente a cualquier tipo de acercamiento de mi parte.

Pensé que finalmente había sucedido lo inevitable. Una nueva novia. No sería raro, él es guapo, y no serviría de nada negarlo. Y entiendo lo mal que luce que un hombre con el que sales viva con otra mujer.

En ningún momento sucedió algo entre nosotros, pero eso no cambiaba las miradas que recibíamos cada vez que alguien venía a nuestra casa o le contábamos que vivíamos juntos como amigos.

Todos creían que bromeábamos y que en realidad éramos una pareja. O al menos, una especie de pareja abierta que se permitía bastante libertad entre ellos. Nada más lejano de la realidad. Teníamos nuestras reglas, claro. Si alguno quería traer una cita a casa, solo bastaba un mensaje de texto notificando al otro para no volver la situación extraña. Y en casos extremos, donde el tiempo no había alcanzado, una corbata (o bufanda) en la puerta sería suficiente.

Luego de arreglarle la corbata fui hacia mi baño para cambiarme. Coloqué sobre mi cuerpo el vestido negro, largo hasta la rodilla y con un escote atractivo. Se pegaba a mi cuerpo a la perfección. Aún sin ser curvilínea, el vestido era capaz de resaltar zonas de mí que normalmente no eran tan visibles entre los vaqueros y pantalones flojos que llevaba a la oficina.

Observé mi reflejo en el espejo mientras me maquillaba un poco. Mis ojos rasgados, casi negros, me devolvieron la mirada al colocarme una sombra marrón suave sobre ellos. Puse un poco de rubor en mis mejillas, acompañado de un labial rojo y ya me sentía lista para la fiesta. El vestido negro aún no me convencía en contraste con mi cabello caoba, pero decidí pasarlo por alto. Los bares eran lugares oscuros, y poco importaba el color de lo que vistiera.

De todas maneras, dudaba que alguien me mirara.

 

🎄

 

Llegamos al bar tarde. Por mucho que me apurara para vestirme y maquillarme, la tardanza había sido algo inevitable. Más aún cuando tienes un amigo que no recuerda dónde coloco las llaves antes de salir.

Al final las encontramos sobre la mesada de la cocina. Su colección de tazas, ya mayor a la mía de bolas de nieve, las había tapado por completo. Encontrar algo en ese lugar podría considerarse un milagro o una misión riesgosa.

Dentro del bar nos recibió Theresa, una de mis amigas y secretaria de Volk, con una sonrisa achispada por el alcohol y un gran abrazo a cada uno. La música estaba alta, acompañando a los cuerpos que bailaban pegados, compartiendo el calor y sudor que se respiraba. La diferencia con el frío invernal del exterior era abismal por la calefacción del lugar.

—¡Ven a bailar conmigo! —Theresa tomó de mi mano, arrastrando mi cuerpo hacia la pista de baile. Luego señaló a Chris con su dedo índice—, ¡Tú, busca las bebidas!

Chris obedeció, temeroso de lo que una castaña de metro setenta pudiera hacerle bajo el efecto de muchos vasos de vodka. Nadie quería llevarle la contraria a Theresa y, menos aún, cuando esta se hallaba bajo los efectos de la bebida.

Era la noche de Rihanna. Sus canciones sonaban por los cuatro parlantes distribuidos a lo largo del bar mientras Theresa me llevaba hacia el centro de la pista antes de comenzar a bailar conmigo.

Ella tomó mi mano para dar vueltas juntas. Su cuerpo se movía con gracia aún bajo los efectos del alcohol. En un momento se resbaló con el piso mojado debajo suyo. La tomé antes de que cayera y continuamos bailando por un rato, moviendo nuestras caderas en conjunto con los brazos en el aire.



#16461 en Novela romántica
#10258 en Otros
#3030 en Relatos cortos

En el texto hay: navidad, romance, santa secreto

Editado: 11.02.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.