Capítulo III
Salir del laberinto no podía, penar en mi alma sentía, al saber que para mí en mí ya no existía, sino, para aquella sombra que de mí en bohemio convertía, por ello poco a poco en vida me moría. Al final publicar escritos en su muro me convencía, aunque mis publicaciones no eran de corazón sincero, no eran nacidas de mí, sino, copias, extracciones sacadas de uno de mis libros, mi primer libro publicado en el año 2012; este libro me sirvió para poder extraer fragmentos y pegarlos en su muro de aquella quien tanto me insistía.
No encontraba el hilo conductor para salir de aquel laberinto, que al no poder salir, me asfixiaba más, mi ser entero tiritaba de pavor, mi corazón no se sentía bien por lo que pasaba, latía a mil por minuto, como correr a mil por hora para huir de aquella sombra que se había pegado a mí, y al estar pegado, jugaba con mis emociones, con mi existencia, incluso cerrando todas las posibles salidas de aquel laberinto en el que daba idas y venidas.
Al paso que las horas transcurrían, las publicaciones tanto las que ella publicaba en mi muro, y los míos en el de ella, causaron su efecto, felicitaciones, bienaventuranzas; estas que fueron inevitables también ante los ojos de mi amada, me imagino que fue como un puñal en su pecho, o como un balde de agua fría en su cabeza; aquellas publicaciones fueron comentadas por ella, sentía que lo hacía con profundo dolor en su corazón, se notaba en cada letra: “Un puñal atraviesa mi pecho”, “voy perdiendo a mi amado”, “me la están quitando, y fuerzas me abandonan para recuperarlo”. Leer aquellos comentarios causó un profundo dolor en mi alma, no sabía cómo explicar.
—¿Y qué significa esto, mi amor? a ver, dime —me cuestionó María, enviándome capturas de las publicaciones—. Tú me has traicionado, ¡maldito! Y decías que me amabas como yo a ti.
—Deja que te explique, mi amor —traté de hacerla entender—. Por favor, no actúes así.
—No tienes que explicarme nada, ¡aléjate de mi vida! ¡Me mataste! ¡mataste nuestro amor! ¡mi ilusión de vivir contigo!
—¡Cálmate, María! —le insistí—. Por favor, cálmate, deja que te explique, no es lo que estás pensando, no es como crees, ¡a esa mujer en cuestión no la conozco!, no sé quién es, nunca nos hemos visto más que por este medio; entiende por favor.
—¿Es tu explicación, Efraín? Pero lo que escribes para ella, hasta ya parece que estás casado con esa mujer, eso denota también en los escritos que ella te dedica ¿Ah?
—No es esa la realidad, ¡mi amor! —me exalté nervioso—. Yo te amo a ti, no a ella que ni la conozco.
—¿Sabes qué? Olvídate de mí, no me conoces. No te conozco. Adiós, maldito, ¡me mataste! —fue lo último que me dijo. Y desapareció.
Al día siguiente de haber retornado a Cochabamba, la extranjera me insistía en darme alcance, dejando a sus hijas internadas en la clínica en La Paz, acompañadas del familiar que las acompañó desde su país, porque ella ansiaba encontrarse conmigo, quién sabe, para fructificar el amor como decía ella, para ayudarme y llevarme a su país para tratar mi caso con respecto a mi salud, allá en la fundación donde ella pertenecía.
—Voy a venir, mi amor —me insistía—. Necesito verte, ¡necesito de tus abrazos! ¿Comprendes qué es eso? Sin ti mi vida no es más vida. Por eso, necesito estar contigo.
—¿Y tus hijas? ¿Qué hay de ellas? —pregunté—. ¿Qué acaso no están internadas en una clínica?
—Por ellas no te preocupes, mi amor —me contestó—. Se quedarán con mi hermano que las acompañó desde mi país, además de una compañera de trabajo que también es enfermera, y también vino con ellas; ella vino más para que me ayudara a tratar contigo, durante nuestro viaje cuando retornemos a Colombia. Es buena amiga, no te preocupes por eso, mi amor.
—¿Cómo creer? —Puse en duda su intensión—. ¿Tendría que ver, no? Hechos, no palabras. No más promesas.
—Ya pronto esta pesadilla acabará, pequeño Efraín —volvió a decirme lo que ya me había dicho en anterior oportunidad, en días pasados—. Pronto estarás conmigo, siendo tratado por mí en la clínica donde te llevaré. Ten paciencia. Esta tarde partiré para tu ciudad, ya compré pasaje para las 13:00 horas, me dicen que el viaje será de ocho horas, por lo tanto, estimo llegar a las nueve de la noche, ¿vienes a esperarme? Además vendré con una sorpresa que estoy haciendo preparar para ti, será algo precioso.
—¿A sí? ¡Oh, vaya! —me sorprendí—. Me gustaría saber qué sorpresa es.
—tranquilo, mi amor, solo ven a esperarme —me responde.
—Ya veré qué pasa —Entonces dije.
—¿Qué, acaso no vendrás a esperarme? ¿Qué pasa contigo? —Me pregunta ensimismada—. ¿Ya no crees en mí?
—No se trata de eso —le contesté—. Se trata de ver para creer, no de fe. ¿Entiendes?
—Entonces, nos vemos a la noche —me insistió.
—Eso espero —contesté—. Eso es lo espero.
Y terminamos la conversación aquel atardecer.
Como el ave en una jaula me encontraba, tras no poder salir de aquel laberinto de confusiones, que de mí se apoderaron, he hicieron prisionero mi existencia. Como el ave que además poco a poco, pluma por pluma iban cortando sus alas; así iba quedando marcado un día más para recordar, o rememorar por aquellos que algún día lograran encontrar este suceso inédito; así se iba dejando una huella más para discernir, para reflexionar, para meditar antes de actuar, aquel viernes 28 de julio, después de muchas peripecias que se iban atravesando ya por más de un mes.