Me balanceé sobre el banco columpio que estaba al frente en el porche. Me encontraba sola en la casa porque así lo decidí. Mamá Vanessa fue a hacer el voluntariado que no pudo realizar el día anterior. Y papá Robin salió con Eliana a Port Ángeles a comprarle útiles de coloreo porque los suyos ya se habían desgastado.
Aunque me invitaron, no quise ir, la razón era evidente. Quería darnos un espacio después de todo lo comentado. Implícitamente hicimos un acuerdo mutuo de no volverlo a mencionar y hacer como si no hubiera pasado, porque en la mañana cuando desayunamos, el trato fue igual como en los últimos días.
Por la carita de Eliana que noté tanto ayer como hoy, se estaba conteniendo de atiborrearme de preguntas para saber todo sobre la "otra" dimensión.
Pero parecía haberse impuesto así misma no dar ese paso. Ayer, después de ese abrazo, se retiró a su habitación diciendo que me daría un tiempo a solas. Lo cual agradecí porque lo necesitaba.
De todos modos, aunque la Eliana de aquí actuaba diferente a la que recordaba en mi mundo, ya la conocía con certeza por las memorias y notaba las enormes ganas que tenía, pero por respeto a mí, tomaba distancia y aparentaba normalidad.
Debería decir que este tema lo tomó con más normalidad y madurez, que con la plática de los fenómenos sobrenaturales que abundaban en Forks.
Era evidente que le hacía más ilusión saber la existencia de seres fantasiosos como lo que eran los vampiros y lobos, que hubiera otras realidades aparte de la suya.
Aseguró que a pesar de que le caía bien los Cullen por la impresión que le dejaron, su corazón estaba con los lobos que todavía no presenciaba.
Aunque no era de aquí, no podía evitar preocuparme por la seguridad de Eliana. De verdad no quería verla arrastrada a este mundo. Ni a ella ni a los Walker, pero lamentablemente eso no lo controlaba.
Inadvertidamente esta familia ya estaba ligada por los Quileute, así que tarde o temprano en algún punto volverían a conectar.
Solo era cuestión de tiempo.
Ahora teniendo este problema medianamente resuelto, me intrigaba el otro punto. La explicación tardía que todavía no le daba a los Cullen. Hasta este momento pensaría que se olvidaron de mí.
«Ojalá».
También evitaba pensar en otros sucesos extraños, como el hecho del aroma ligero que desprendían ciertas personas, todavía no le hallaba una respuesta lógica a eso ni la razón del porqué eso pasaba.
«Tal vez debería comunicárselo a Eliana».
Una ligera brisa sondeó por el ambiente, moviendo de un lado a otro los altos árboles y mi cabello, entorné los ojos hasta el punto de casi cerrarlos y froté mis brazos por el pequeño estremecimiento.
Alcé mis manos para colocar la capucha de la sudadera y las guardé en el bolsillo. Había una paz en el sitio que podría adormecerme con el solo balanceo y el suave viento.
Una paz que fue interrumpida cuando el motor de un auto hizo eco a unos metros de distancia.
Parpadeé varias veces y espabilé, colocándome recta en el sitio al ver la camioneta roja de Isabella Swan estacionarse en el frente de mi casa.
«Mierda, Isabella, me había olvidado de ella».
Desde aquella vez que nos separamos, no hubo comunicación entre nosotras. No me buscó y yo no la busqué, porque no quería estrechar lazos con ella.
Si Isabella le tuvo aprecio a la Emilia original en algún punto de su historia, probablemente se extinguió por la discusión que mantuvimos. Creo que cualquier cosa que se convirtiera en un incordio para ella y su relación, iba directamente a su lista negra de enemigos.
Se bajó de la camioneta, con su típica vestimenta, unos pantalones vaqueros a la par de sus vans y una camisa a cuadros de color roja y negra. Tenía el cabello en esta ocasión recogido en un moño alto con algunos mechones sueltos a los lados de su cara.
No me apresuré en levantarme, la esperé con paciencia sentada desde mi banca. Por un lado sería frustrante simplemente escucharla y no responderle de algún modo, ya que mi aparato especial estaba dejado en el escritorio de mi habitación.
Se acercó y su rostro estaba inexpresivo, aunque por mis dotes adquiridos de aprendizaje en el arte corporal, destilaba un desprecio sutil. No sabía muy bien si estaba dirigido hacia mí o una situación la puso así.
—Emilia —pronunció en un tono afable.
Asentí en respuesta.
—¿No tienes el aparato a la mano? —Sus ojos escanearon a mi alrededor sin esperar mi respuesta. Pero aún así negué con la cabeza.
Viendo que no tenía el aparato, asintió e hizo una mueca.
—¿Podemos dar un paseo? Quiero hablar contigo. —Su expresión se volvió nerviosa y preocupada.
Fruncí ligeramente el ceño ante este cambio y actitud inesperada. Me esperaba más que volviera a amenazarme sutilmente de mantener distancia de ellos. Pero no pensé mucho en ello porque por naturaleza Isabella era bondadosa. Quizá pensó mejor las cosas y se dio cuenta que no tenía que preocuparse por Emilia, y aunque ella no lo sabía, tampoco de mí.
Si buscábamos el positivismo en todo esto, claro.
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Editado: 26.10.2025