Orden de la Escarcha

La Soledad de una Mujer

El cielo comenzaba a despejarse lentamente, el sol lanzaba su infinita luz sobre la tierra húmeda y la poca nieve acumulada en diferentes lados. El calor ya podía sentirse, aunque el viento helado ayudaba a tranquilizar a los pobladores cercanos que se movían entre los árboles para buscar los alimentos del día. Sus habilidades eran excepcionales, sus capacidades mágicas no parecían tener problemas y su manejos con las armas era tan único que todos aquellos que miraran aquel espectáculo, solo pensarían que siempre lo ensayan.

Todos aquellos que se dedicaban a la caza, siempre regresaban cansados, con bastantes moretones y algunas heridas por criaturas que no debieron atacar, otros llegaba con la excusa de haberse perdido, aunque se sabía que solo buscaban la riqueza escondida de los bosques. ¿Quién no desearía poder encontrar los tesoros ocultos de las antiguas guerras? Todos soñaban con ese momento, pero sabía que hacer la búsqueda era lo mismo que poner la soga en tu cuello.

Ahora que estaba finalizando el invierno, la probabilidad de poder comenzar los trabajos más importantes también se abrían para la familia Foster, aquellos que trabajaban como curanderos en el pueblo que se hallaba en las partes profundas del bosque que nadie se atrevía a ingresar por miedo a la cantidad de monstruos hostiles que vivían allí.

La familia Foster era considerada la segunda al mando y la retaguardia más importante, pero a su vez también eran considerados la familia más peligrosa entre todas, corriéndose el rumor de sus integrantes más importantes y sus habilidades en el espionaje, recolección de información y asesinato sin dejar huella alguna. Todos los respetaban por sus trabajos en la comunidad, sus grandes contribuciones en la medicina, higiene personal, apoyo en combates y movilidad. A su vez, también eran temidos en la oscuridad, aunque nadie llegó a presenciar la verdad de la familia, se decía que los rumores y la ansiedad a los desconocido daba más miedo que la verdad en sí.

—Escuchen todos, parece que el Clan Tormenta ha sido visto en las faldas de la montaña Hill—. La gente de la taberna quedó en silencio al momento que un hombre, de apariencia sucia y algunas heridas en sus brazos, ingresó bastante asustado. —Aunque no vieron quienes eran específicamente, se cree que eran ellos por las ropas que llevaban—.

Todos comenzaron a hablar entre ellos, algunos invitaron al hombre a sentar en una mesa para que relatara, con más detalle, aquel chisme que se propagó con bastante rapidez. Solo había una persona que no hizo nada más que observar, sentada en la parte más lejana de la barra, mirando el espectáculo que se armó de la nada con las múltiples predicciones de lo que podía suceder.

A aquella mujer nadie la llegó a reconocer, aunque siempre hubo algunos que la intentaron atraer para calmar sus hormonas, otros para demostrar su hombría y solo pocos para saber quién era exactamente. Lógicamente esa mujer no le dio importancia alguna a lo que intentaran, pues no iba a ser ni la primera ni la última vez que surgía cosas así.

El día finalmente había acabado, el bar quedaba más vacío a medida que la noche comenzaba a reinar, hasta que solo quedó la mujer, con tres jarras de cerveza muy bien hechas, pero solo tenía una a la mitad.

—Con todo el cortejo de hoy, me diste una gran ganancia—. El cantinero estaba bastante feliz de mirarla todas la jarras botadas de lado a lado, algunas con restos de licor y otras con otra cosa que siempre se encontraba.

—Entonces, ya que estás tan feliz, debería ganar algo, ¿No?—. El cantinero solo pudo parpadear antes de sentir como esa mujer se movía como la luz, desapareciendo de su asiento y apareciendo frente a él con una daga curva bastante afilada y lo suficientemente larga para que él perdiera la cabeza con solo un tajo.

—Por supuesto… nunca sería capaz de ir en contra tuya—. Aquellos nervios que intentaba mantener en calma eran rápidamente devorados por la mirada fría y pesada de aquella mujer que parecía una muñeca con la piel blanca, sus ojos color violeta eran extremadamente raros, pero poseían una mirada de depredador que nunca retrocedería ante su enemigo.

—Me alegra que lo entiendas rápido—. El hombre sintió un gran alivio al ver como ella giraba mientras descubría la capota que siempre llevaba, luego quedó fascinado al ver como el cabello de ella cambió de un color negro, que era bastante común entre los pobladores, al color blanco brillante que representaba a la familia Foster.

Ella volvió a sentarse en el mismo lugar, tomó un par de sorbos de la misma garrafa que había tenido desde que llegó y solo se quedó observando como el cantinero movía sus manos para hacer que todo el desorden comenzara a organizarse. Las jarras y los grandes vasos se elevaban en el aire y comenzaban a moverse en dirección a la cocina, a menos que alguna tuviera algo adentro, pues éstas debían pasar primero por una tina donde se echaba todo lo imaginable. Las mesas que estaban tumbadas eran alzadas en el aire y se podían en una posición específica mientras que aquel cantinero tomaba un trapeador y un balde de agua para comenzar a limpiar el piso.

—Bueno, como prometí, te diré lo que sé, pero no estoy seguro de que te sirva, Mucha de la información que recojo son solo especulaciones o rumores sin verificación—. A aquella mujer no le importó en lo más mínimo eso y solo deseo comenzar a escuchar lo que aquel hombre de cabello gris tenía que decir.

Tuvieron que pasar varias horas antes de que ella saliera del bar, internamente satisfecha de haber logrado algo, pero en su rostro nunca se mostraba la más mínima expresión. Pero no tardó en darse cuenta que no estaba sola, por lo cual caminó en dirección a un callejón que ya conocía por experiencia, observó a cuatro hombres intentándola rodear mientras hablaban demasiadas estupideces con el deseo de poder satisfacerse ellos mismo. Tampoco era la primera ni la última vez que le iba a suceder esto, pero solo esperó a no molestar a nadie con los gritos que ella les iba a causar por el dolor de la golpiza que estaban a punto de recibir.




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