En medio de un cielo cubierto de nubes tormentosas, los truenos resonaban con creciente ferocidad, mientras los gritos de agonía de Kamir se entrelazaban con el estruendo del combate. Draiker, con su cola serpenteante, asestó un golpe mortal en el pecho de su adversario.
—¿Por qué habrías de cumplirle a una traidora? —rugió Draiker, su voz cargada de desdén—. No has sido sincera ni con Oreyet ni conmigo. Has causado un daño irreparable, Kamir, es un asunto que jamás debimos discutir.
—¡No hables de fidelidad! —respondió Kamir, sus ojos ardían con la llama de la ira—. Tú no eres más sincero que yo. No eres superior a mí; eres solo una sombra de los verdaderos sentimientos humanos. La realidad es que careces de todo lo que yo poseo: ¡conciencia! - Con esas palabras, Kamir desenvainó dos grandes espadas salidas de sus palmas, cruzándolas en un movimiento decidido, cortando la cola de Draiker, que cayó al suelo como una hoja arrastrada por el viento. Draiker observó su extremidad caer, sintiendo el impacto de sus propias palabras resonar en su mente:
"Eres solo una imitación de los verdaderos sentimientos humanos; la verdad es que no sientes nada."
—¡Jajaja! —rió Draiker, su risa oscura resonando en el aire—. Quizás antes tus palabras me hubieran afectado, pero ahora sé que lo que siento es tan real que duele como una herida. Esto no es una mentira ni una ilusión; lo que siento me afecta y me hiere el corazón. Mientras descendía hacia Oreyet, comenzó a cantar con voz melancólica:—Con todo lo que me hiciste, podría llorar más, siento que mis lágrimas se van a acabar. Con cuchillo acabaste mi sentir, con tierra cubriste mi pesar, y con espadas me partiste a la mitad. Aunque mi sentir terminó, tu recuerdo nunca desaparecerá.
Oreyet, retorciéndose de dolor, apenas pudo murmurar:
—Mal...dito...
—¿Te gusta esa canción? —preguntó Draiker, con tono burlón —. Mi amo la cantaba, dedicada a su primer gran amor, la razón de sus desgracias.
—¡Eres escoria! —gritó Oreyet, mientras la energía sanadora comenzaba a fluir en su cuerpo.
—¿Por qué sería eso? —replicó Draiker con desdén—. Eres tú quien toma poder prestado de tu amo, aun cuando ella también agoniza.
Con un movimiento rápido, Oreyet intentó clavar su cola en Draiker, pero este se apartó con agilidad, observando a su oponente con curiosidad.
—¿Por qué no me mataste? Tenías una oportunidad, y no habría afectado tu honor, pues nadie nos observa —inquirió Oreyet.
—No es solo por eso —respondió Draiker, su voz serena—. No mereces morir como una oveja. No disfrutaría de mi venganza por completo. Quiero matarte como mataste a tu hermano. Quiero que sufras como él sufrió, que derrames tanta sangre como él, y al final, despedazarte hasta que no quede nada de ti.
Oreyet lo miró sin miedo, su voz firme y decidida.
—Fue mi culpa que Orefiyet muriera, pero no era mi intención. Estaba agonizando, y antes de su muerte de su interior salieron dos huevos, sus crías. Imagino que lo mismo ocurrió contigo.
—¡Jajaja! —se rió Draiker—. Si ya lo viste, ¿para qué contártelo? Tal vez sea hora de acabar con esto.
—Me parece bien —respondió Oreyet, lanzándose hacia él, mientras Draiker hacía lo mismo.
Los cuerpos de ambos chocaron, emanando una onda de viento que sacudió el lugar. Cada uno buscaba clavar sus dientes en el cuello del otro, mientras las garras desgarraban la carne, y las llamas danzaban a su alrededor como espectros en la noche. Eran grandes depredadores luchando por la supremacía.
Oreyet atacaba con furia, cada movimiento impulsado por el deseo de venganza, recordando el sufrimiento de Orefiyet, una carga que lo consumía. Draiker, en contraste, se movía con calma, esquivando y recibiendo los golpes, atacando con una serenidad inquietante.
—¿Por qué me insultas de esa manera, pedazo de escoria? —gritó Oreyet, su ira ardiendo.
—¿Por qué? —replicó Draiker, con una sonrisa burlona—. No te creas tan fuerte como para vencerme sin ventajas. Si hubiera luchado en serio desde el principio, ya estarías muerto.
—¡Deja de jugar conmigo y acabemos con esto de una buena vez!
—¿En serio? —Draiker se rió suavemente—. Morirás, y lo sabes. No es solo el tamaño, sino también la experiencia en combate la que te está venciendo ahora. Kamir ya no está, y tú no eres muy astuto. ¿Cómo planeas vencerme?
—No necesito a Kamir para vencerte. Yo solo puedo.
—¿Y no te preguntas qué está haciendo ella ahora?