—Supongo, querida mía —dijo el señor Bennet a su mujer cuando almorzaban a la mañana siguiente—, que habrás encargado buena comida para hoy, porque tengo razones para esperar cierta adición al número de los de nuestra familia.
—¿Qué dices, querido mío? No sé que venga nadie, a no ser que a Carlota Lucas se le ocurra hacerlo, y creo que mis comidas son suficientemente buenas para ella. No creo que las vea a menudo así en su casa.
—La persona a quien aludo es un forastero.
Los ojos de la señora de Bennet brillaron entonces.
—¿Caballero y forastero? Pues es seguro que se trata del señor Bingley. Juana, ¿por qué no me has dicho una palabra de esto? ¡Ah pícara! Tendré mucho gusto en verlo. Pero, ¡Dios mío, qué desgracia!: no se puede comprar hoy ni un trozo de pescado. Lydia, amor mío, toca la campanilla; tengo que hablar a Hill al instante.
—No se trata del señor Bingley —dijo el marido—; el forastero es una persona a quien no he visto en toda mi vida.
Eso despertó general asombro, y como consecuencia tuvo él el placer de ser interrogado con ansiedad por su mujer y sus cinco hijas a la vez.
Tras de divertirse algún tiempo excitando esa curiosidad, se explicó así:
—Hace como un mes recibí esta carta, y hace quince días poco más o menos la contesté; no antes, pues creí delicado el caso y que requería atención. Es de mi primo Collins, el que cuando yo muera podrá despacharos a todos de esta casa en cuanto le plazca.
—¡Oh querido! —exclamó su mujer—. No puedo sufrir el oírlo nombrar. Te suplico que no hables de un hombre tan odioso. Tengo por la cosa más fuerte del mundo el que tu dominio se haya de transmitir fuera del círculo de tus hijas, y estoy bien segura de que si me viera en tu lugar, hace tiempo que habría tentado algo para evitar eso.
Juana e Isabel trataron de explicarle en qué consistía su vínculo. Con frecuencia lo habían intentado antes; pero era ése un asunto sobre el cual la señora de Bennet evitaba mucho entrar en razón; y así, continuó lanzando frases sobre la crueldad que significaba el arrebatar una propiedad a una familia con cinco hijas y en favor de un hombre que a nadie importaba.
—Es en verdad muy inicuo —dijo el señor Bennet—, y nada puede justificar a Collins del delito de heredar Longbourn. Pero si quieres escuchar esta carta acaso te ablande algo con su manera de expresarse.
—No, estoy segura de no ablandarme; y después de todo, creo que es una impertinencia el que te escriba, y además mucha hipocresía. Odio a esos falsos amigos. ¿Por qué no continúa pleiteando contigo, como su padre lo hizo en su tiempo?
Orgullo y prejuicio.—T. I. —Pues porque parece que ha sentido en eso algún escrúpulo, como vas a oír:
«Hunsford, cerca de Westerham, Kent, 15 de octubre.
«Querido primo: El desagrado subsistente entre ti y mi honorable padre siempre me molestó, y desde que tuve la desgracia de perder a éste he deseado muchas veces que acabase, aunque durante algún tiempo he retardado el procurarlo, temiendo que resultase irrespetuoso a la memoria del mismo el avenirme con uno con quien siempre le plugo estar en discordia. Pero me he decidido ya a eso, pues habiendo recibido órdenes en Pascua, he tenido la suerte de haber sido favorecido con el patronato de la muy honorable lady Catalina de Bourgh, viuda. de sir Lucas de Bourgh, cuya bondad y beneficencia me ha preferido para la rectoría en su parroquia, donde habrá de ser mi más firme propósito continuar agradecido y respetuoso hacia Su Señoría y estar siempre dispuesto a celebrar los ritos y ceremonias instituídos por la Iglesia de Inglaterra. Por otra parte, creo que es obligación mía como eclesiástico promover y restablecer las bendiciones de la paz en todas las familias a que se extienda mi influencia; y con ese fundamento, me lisonjeo de que mis actuales preludios de buena voluntad serán altamente recomendables y de que la circunstancia de ser heredero del vínculo de Longbourn será considerada benignamente por ti y no te llevará a rechazar la ofrenda de la rama de olivo. No puedo menos de sentir el perjuicio de tus amables hijas, y permite que me disculpe por ello y te asegure mi deseo de repararlo en cuanto sea posible en adelante. Si no te opones a recibirme en tu casa, me propongo tener la satisfacción de visitarte, así como a tu familia, el lunes 18 de noviembre, a las cuatro, y acaso prolongue el usar de vuestra hospitalidad hasta el sábado siguiente por la tarde, lo cual puedo hacer sin inconveniente, puesto que lady. Catalina de Bourgh está muy lejos de ponerme reparos, ni aun por una ausencia fortuita en domingo, con tal que algún otro eclesiástico quede apalabrado para cumplir las obligaciones de ese día. Quedo, estimado primo, con respetuosos saludos a tu esposa e hijas, tu amigo, que te desea dichas,
«GUILLERMO COLLINS.»
—Por consiguiente —dijo el señor Bennet en cuanto plegó la carta—, a las cuatro debemos esperar a este caballero pacificador. Parece un joven muy instruido y fino, a fe mía, y no dudo de que haremos con él un conocimiento valioso, en especial si lady Catalina fuese tan indulgente que le permitiese volver a vernos.
—Pero hay algo significativo en lo que dice referente a las muchachas, y si está dispuesto a darles alguna reparación, no seré yo quien le desanime.
—Aunque es difícil —apuntó Juana— adivinar de qué modo puede entender eso de darnos lo que piensa que nos es debido, su buen deseo le abona ciertamente.