Las discusiones sobre el ofrecimiento de Collins tocaban ya a su término, e Isabel tuvo sólo que soportar los desagradables sentimientos que forzosamente hubieron de acompañarlo, y de vez en cuando alguna enojosa alusión de su madre. En cuanto a Collins, sus sentimientos se manifestaban no por embarazo o melancolía, o en procurar huir de ella, sino por tiesura y silencio, que delataban resentimiento. Apenas le habló ya, y sus asiduas atenciones, de que se jactara tanto, las transfirió durante el día a la señorita de Lucas, cuya cortesía en escucharle sirvió de conveniente refrigerio a todas las otras, y de modo especial a su amiga.
No se disipó al día siguiente el mal humor o el mal estado de salud de la señora de Bennet. Collins, por su parte, se hallaba también en la misma disposición de orgullo herido. Isabel había concebido la esperanza de que su resentimiento acortaría su visita; mas los planes de él no parecieron afectados en lo más mínimo por el hecho. Siempre había pensado en irse el sábado, y hasta el sábado pensaba todavía permanecer.
Tras el almuerzo las muchachas fueron a Meryton para averiguar si Wickham había regresado y lamentar su ausencia en el baile de Netherfield. Unióseles a la entrada de la población y las acompañó a casa de la tía, donde se charló largo y tendido sobre su resentimiento y enojo y sobre la inquietud de todas las demás. Pero ante Isabel reconoció de grado que se había impuesto él mismo la ausencia.
―Consideré ―dijo― cuando se acercaba la hora que haría mejor en no encontrarme con Darcy, porque estar juntos en el mismo salón durante tantas horas había de ser más fuerte de lo que yo podría soportar, y esa escena podía llegar a hacerse desagradable a otras personas que no fueran yo mismo.
Ella aprobó en absoluto su abstención, tras de discutirla ambos cumplidamente, y tuvieron tiempo para hacerlo, así como para los corteses elogios que mutuamente se dirigieron, mientras que el mismo Wickham y otro oficial los acompañaban a Longbourn, ya que durante ese paseo él se dedicó en particular a ella. El hecho de que las acompañara fué doblemente ventajoso, pues además de recibir Isabel los cumplidos que él le tributó, halló ella ocasión a propósito para presentárselo a sus padres.
Poco después del regreso entregaron a Juana una carta. Venía de Netherfield, y la abrió presurosa. El sobre contenía una hoja de papel elegante y satinado, escrito por bella y fácil mano de mujer, e Isabel notó que el rostro de su hermana cambió en cuanto la hubo leído, observando además que se había parado de propósito, al hacerlo, en algunas palabras. Juana se sobrepuso pronto, y arrojando la carta trató de unirse pronto, con su habitual alegría, a la conversación general; mas Isabel experimentó tal ansiedad por lo observado, que hasta prescindió de atender a Wickham, y no bien éste y su compañero se marcharon, una mirada de Juana la invitó a seguirla al piso de arriba. Llegadas a su cuarto, Juana dijo mostrando la carta:
―Es de Carolina Bingley; su contenido me ha sorprendido sobremanera. Todos los de la casa han abandonado Netherfield a estas horas y se encuentran en camino para la capital, sin intención de regresar. Escucha lo que dice.
Leyó entonces en alta voz el primer párrafo, que contenía la noticia de que acababan de resolver seguir a su hermano a la capital, y donde exponía su intención de comer aquel día en la calle de Grosvenor, en la cual el señor Hurst tenía su casa. Lo siguiente estaba concebido de esta suerte: «No siento nada de lo que dejo en el condado de Hunsford, excepto tu compañía, amiga queridísima; pero espero gozar muchas veces en lo por venir de los deliciosos coloquios que hemos tenido, y entre tanto podemos aminorar la pena de la separación con frecuentes y efusivas cartas.» Todas esas elevadas expresiones las escuchó Isabel con cuanta insensibilidad proporciona la desconfianza, y aunque le sorprendía la rapidez de la marcha, no veía nada que lamentar en puridad; no podía suponerse que la ausencia de ellas de Netherfield pudiera impedir que Bingley estuviera ahí, y en cuanto a la pérdida de la compañía de ellas, estaba persuadida de que Juana cesaría pronto de tenerla en cuenta con el placer de la de él.
―Es lástima ―dijo tras corta pausa― que no puedas ver a tus amigas antes de que abandonen el campo. Mas no podemos esperar que el período de futura dicha a que se refiere la señorita de Bingley llegue antes de lo que ella se figura y que la deliciosa relación de quienes han tratado como ami- gas se renueve con mayor contento cuando sean hermanas? Bingley no se quedará en Londres con ellas.
Carolina dice resueltamente que ninguno de la familia volverá al condado este invierno. Te lo voy a leer:
«Cuando mi hermano nos dejó ayer imaginaba que los negocios que le llamaban a Londres podrían despacharse en tres o cuatro días; pero como estamos seguras de que no puede ser así, y convencidas al propio tiempo de que cuando Carlos va a la capital no tiene prisa de abandonarla pronto, hemos determinado seguirle allí para que no se vea obligado a pasar sus horas libres en un hotel sin comfort. Muchas de mis relaciones están ya allí para pasar el invierno; desearía saber si tú, mi queridísima amiga, tienes intención de ser una de tantas; mas desespero de ello. Sinceramente deseo que nuestras Navidades en el condado abunden en las alegrías que la época lleva consigo por lo común, y que vuestros petimetres sean tan numerosos que os impidan sentir la pérdida de las otras personas de quienes os vamos a privar.
―Es evidente con esto ―añadió Juana― que él no vuelve en este invierno.
―Lo evidente es sólo que la señorita de Bingley no dice que lo haya de hacer.