A miles de años luz, la nave Vigns atravesaba la oscuridad del cosmos, iluminada por estrellas moribundas que parpadeaban como faros lejanos. Su casco metálico, reforzado con aleaciones desconocidas, brillaba con destellos que marcaban su curso hacia un planeta que parecía azul y verde desde la distancia. Dentro, los últimos sobrevivientes de un mundo destruido se movían entre contenedores que almacenaban ADN de animales, plantas y de ellos mismos, la clave para preservar la vida que habían perdido.
—La trayectoria es inestable —dijo uno de los ingenieros, ajustando paneles holográficos—. Los sistemas de navegación no responden como deberían.
Antes de que pudieran corregir la ruta, un fallo crítico en los motores envió a la nave en picada hacia la atmósfera de la Tierra primitiva. La entrada fue catastrófica: rayos, huracanes y maremotos surgieron en la región donde la nave impactaría, creando un espectáculo de destrucción que duraría horas. Fragmentos de la nave se desprendieron y cayeron dispersos sobre océanos y continentes, mezclándose con polvo cósmico y restos del planeta destruido, sembrando la semilla de vida y secretos genéticos que siglos después serían interpretados como mitos.
El choque con el planeta abrió un cráter gigantesco en lo que hoy conocemos como el Golfo de México. La fuerza del impacto levantó olas gigantes y arrasó con ecosistemas primitivos, dejando huellas que siglos después los arqueólogos interpretarían como evidencia de un meteorito. Entre los restos, los sobrevivientes emergieron a un mundo salvaje: bosques interminables, dinosaurios gigantescos caminando entre ríos y volcanes activos, inundaciones repentinas y terremotos que abrían la tierra como si el planeta mismo quisiera devorarlos.
El líder de los sobrevivientes comprendió que la única manera de sobrevivir y reconstruir la vida era crear seres capaces de soportar aquel mundo hostil. Así nacieron los primeros gigantes, formados a partir del ADN de los supervivientes y modificado para resistencia y fuerza sobrehumana. Su propósito era ayudar a construir refugios, templos y pirámides, preparando el terreno para los híbridos que vendrían después.
Siglos después, un arqueólogo moderno descubriría fragmentos de la nave y tablillas de registro entre sedimentos y coral fósil. Las tablillas relataban cómo los gigantes habían trabajado en armonía con los sobrevivientes para construir templos y pirámides en Egipto, la India y América. También narraban la llegada de los Anunnakis y reptilianos, seres avanzados que buscaban controlar la genética O negativo y los recursos del planeta. Cada tablilla contaba batallas, experimentos genéticos y sacrificios, dejando un legado de conocimiento y advertencia sobre la creación de la humanidad que la historia había olvidado.
Entre ruinas y templos olvidados, el arqueólogo comenzó a comprender que cada mito, cada leyenda sobre gigantes y dioses antiguos, tenía una base real. Los restos de la nave, los contenedores de ADN, los templos y las minas de oro eran pruebas tangibles de que la humanidad no había surgido por casualidad. Todo estaba conectado: la genética, los gigantes, las pirámides, los templos, y los secretos enterrados bajo tierra que, hasta ese momento, habían permanecido ocultos durante milenios.
El planeta era inhóspito, lleno de peligros naturales y cósmicos, pero la historia antigua y moderna comenzaba a entrelazarse. Lo que el arqueólogo descubriría en los próximos años revelaría un pasado mucho más complejo de lo que jamás imaginó, con secretos sobre la vida, la guerra y la creación de la humanidad escritos en oro, piedra y ADN.