La supervivencia requería más que gigantes. Los humanos primitivos no podían sostener las estructuras ni proteger los contenedores de ADN. El líder decidió crear híbridos, mezclando su propio ADN con el de los humanos locales. El resultado fue una nueva especie: más inteligente, resistente y adaptable, aunque con una longevidad limitada debido a la degradación de la sangre O negativo.
Mientras los híbridos aprendían, construían y exploraban, los gigantes los protegían. Sin embargo, los Anunnakis y reptilianos atacaban sin cesar. Los registros antiguos describían la sangre O negativo como “impura”, una variante genética codiciada y temida, capaz de otorgar habilidades únicas pero con un costo en generaciones posteriores.
Siglos después, el arqueólogo halló templos con salas subterráneas que albergaban restos de híbridos y tablillas que explicaban el experimento genético. Las estructuras eran laboratorios antiguos, y los templos funcionaban como refugios estratégicos para proteger ADN, tecnología y conocimiento. Cada hallazgo mostraba cómo los híbridos ayudaron a preservar la civilización primitiva y cómo la genética se degradó con el tiempo, limitando la vida y provocando la extinción de algunas líneas de sangre.
El descubrimiento reveló un patrón: los híbridos no solo eran protectores, sino guardianes de un conocimiento que los humanos modernos redescubrirían siglos después, incluyendo secretos sobre pirámides, minas de oro y templos que desafiaban la ingeniería convencional. La línea entre mito y realidad comenzaba a desaparecer ante la evidencia arqueológica.