Mientras los sobrevivientes de Vigns intentaban consolidar sus asentamientos, otras cinco naves aparecieron en el cielo primitivo de la Tierra. Cada una pertenecía a diferentes facciones de su planeta destruido, trayendo consigo ADN adicional, tecnología avanzada y nuevas órdenes de sobrevivientes. Algunos eran aliados, otros competidores que buscaban controlar los recursos genéticos y minerales de la Tierra.
Los gigantes ayudaron a los recién llegados a establecer templos y refugios, pero la cooperación era tensa. Los Anunnakis y reptilianos, que habían seguido a las naves, atacaron simultáneamente en distintos continentes, destruyendo asentamientos y saqueando minas. Los sobrevivientes se vieron obligados a crear estrategias combinadas: gigantes defendiendo templos, híbridos explorando territorios hostiles y humanos adaptados gestionando recursos críticos.
En el presente, el arqueólogo halló restos de estas naves dispersas en Egipto, México, América Central y Asia. Cada fragmento contenía tablillas que describían alianzas, traiciones y experimentos genéticos. Los templos subterráneos revelaban laboratorios donde los sobrevivientes estudiaban la degradación de la sangre O negativo, buscando mejorar la longevidad de los híbridos y proteger sus secretos de intrusos interplanetarios.
La llegada de las nuevas naves marcó el inicio de la primera gran guerra interestelar en la Tierra. Las batallas no solo eran físicas, sino genéticas, pues los Anunnakis buscaban alterar la composición de los híbridos para debilitarlos y tomar control de las minas de oro y los templos estratégicos. Cada ataque y defensa quedó registrado en tablillas de piedra y oro, esperando ser descubiertos siglos después por arqueólogos modernos